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Los otros que fueron Lorca

Los otros que fueron Lorca

La tragedia de quien fuera el alcalde socialista de Granada en aquel verano negro del 36 fue la antesala del último drama lorquiano. Manuel Fernández-Montesinos Lustau estaba casado con Concha García Lorca, y por lo tanto era el cuñado del poeta.

Su padre era un alto empleado de la Banca Rodríguez-Acosta de Granada. Estudió Medicina en la Facultad de Granada, graduándose en ella en 1921. Médico, pues, de profesión, instaló su consulta en la Plaza de las Descalzas, 14. Ganó el acta de concejal en las elecciones municipales celebradas el 12 de abril de 1931 por el PSOE, aunque sus ideales socialistas fueron siempre más moderados que los de sus compañeros, no privándose en más de una ocasión en señalar en público que él no tenía «nada que ver con la gente de la alpargata».

Desde diciembre de 1934 y hasta julio de 1935, desempeñó varias veces el cargo de alcalde del Ayuntamiento de Granada. Su último acto oficial consistió en acompañar la conducción de los restos del duque San Pedro de Galatino hasta el funeral en la catedral.

El lunes 20 de julio, a las siete menos cuarto de la tarde, cuando estaba reunido con los concejales y miembros de su partido en el salón del Ayuntamiento, entró el coronel Miguel del Campo con una pistola en la mano y, acompañado de varios soldados, proclamó su destitución en nombre de los golpistas. Murió en la madrugada del día 16 de agosto de 1936 asesinado en las tapias del cementerio. A diferencia del asesinato de Federico García Lorca, llamaron a la familia para que retirara el cadáver y Manuel Fernández-Montesinos fue enterrado en un nicho del cementerio de Granada. «La noche del 1 de agosto de 1936 Juan José Santa Cruz decide casarse con la que ha sido su amante durante más de veinte años y madre de su única hija, una bailaora gitana del Sacromonte llamada Antonia Heredia. El motivo: a la mañana siguiente va a ser fusilado por las tropas del general Franco. Una romántica historia de amor que desvela la parte más humana de un hombre que con obras como la de la carretera de Sierra Nevada marcó un hito en la historia de la ingeniería granadina». Esta es la presentación de la trama argumental de la novela \’La última noche del ingeniero Santa Cruz\’, de Balbino Gutiérrez (Ed. Comares), pero es la realidad vivida por uno de los personajes a quien le sobrevino la conspiración. ¿Por qué ejecutaron a un ingeniero como Santa Cruz vinculado con los prohombres granadinos? Fue presidente del Centro Artístico y diputado en las Cortes constituyentes de la República, por el PSOE. Se integró en la agrupación de intelectuales al servicio de la República, presidida por Ortega y Gasset. Su prestigio rebasó los límites provinciales y Manuel Azaña pretendió nombrarlo ministro de Obras Públicas, cargo que rechazó, como todo los que le ofrecieron. Su actividad política en defensa de los intereses de Granada fue muy intensa. En 1931 fue nombrado ingeniero jefe de Obras Públicas en Granada. En 1933 se retiró de toda actividad política. El 2 de agosto de 1936 fue detenido en su casa, en el número dos de Plaza Nueva, y con falsas acusaciones, como el estar preparando la voladura del embovedado del río Darro, fue fusilado en las tapias del cementerio. Su nombre también aparece en la lista del horror el 2 de agosto. Uno de los cuerpos que también se encuentran enterrados en una fosa común de Víznar es el del arabista Salvador Vila, quien fuera el último rector republicano de la Universidad de Granada. Fue vilmente ejecutado y enterrado en el \’barranco de la muerte\’ en octubre de 1936, y así consta en uno de los documentos del libro de Eduardo Molina Fajardo, un nombre más de los presos entregados para ser fusilados en Víznar, a las 24 horas, del 22 de octubre.

Vila, según la excelente biografía de la profesora Mercedes del Amo, fue discípulo predilecto de Unamuno, había obtenido con gran brillantez, en 1933 y a sus 29 años de edad, la cátedra de Cultura Árabe en la universidad granadina, de la que sería nombrado rector en abril del 36, tras el triunfo electoral del Frente Popular en el mes de febrero. El estallido en julio de la Guerra Civil lo sorprendió ya de vacaciones con su familia en Salamanca, su ciudad natal, de donde el comandante Valdés no tardaría en reclamarlo para saciar en él su sanguinaria locura enviándolo, como a tantos otros miles de inocentes, al pelotón de fusilamiento sin ningún tipo de procedimiento legal. Se trataba de «un hombre profesionalmente íntegro y humanamente bueno», como lo definió su viuda, Gerda Leimdörfer, una alemana de origen hebreo que, aunque sufrió también la represión en su propias carnes, pudo sobrevivir para ver desde el exilio el final del franquismo y la instalación del retrato de su marido en la galería de rectores de la universidad granadina. Gerda había sido detenida junto a su esposo en Salamanca, deportada con él a Granada y encarcelada como él a la espera de su misma suerte, pero se salvó de morir a última hora gracias a la intervención de Falla y tras ser obligada a bautizarse. Instalada luego con su hijo en Londres, Gerda tuvo, no obstante, que sufrir la afrenta de que en la inscripción colocada junto al retrato de su marido no se mencionaran las circunstancias de su ilegal destitución y su injusto asesinato, viéndose obligada a protestar para que se reparase el despropósito. José Palanco Romero (1887-1936) es uno de esos nombres condenados al silencio y al olvido tras ser fusilado en el verano de 1936 contra las tapias del cementerio granadino. Ha sido recientemente recuperado por el catedrático de Historia Contemporánea Miguel Gómez Oliver. Palanco era el hombre de Azaña en Granada. A los veintitrés años fue catedrático de Historia y posteriormente decano de la Facultad de Letras y vicerrector de la Universidad de Granada.

En cuanto a su actividad como político republicano, José Palanco fue concejal en el año 1931 por el partido Acción Republicana y alcalde de Granada. También fue diputado de las Cortes Constituyentes de la República, con el Frente Popular. En Granada destacó como activista cultural y llegó a ser presidente del Ateneo. El catedrático granadino procedía del catolicismo social y abogaba por un republicanismo moderado. Las ideas progresistas del dirigente de Acción Republicana chocaron con la burguesía de la ciudad, y más aún siendo su esposa Lola Burgos, quien pertenecía a la aristocracia y quien era descendiente de Javier de Burgos, el promotor de la división territorial de España. Su clase no le perdonaría nunca que los hubiera traicionado.

A pesar de ser íntimo amigo del director del diario progresista \’El Defensor de Granada\’, Constantino Ruiz Carnero, José Palanco mantuvo buenas relaciones con la llamada prensa católica.

El 26 de julio de 1936 lo detuvieron en su domicilio de Gran Vía, 38. Le golpearon, le rompieron las gafas y enloqueció hasta tal punto que le trasladaron de la cárcel al psiquiátrico, que se encontraba en el Hospital Real. Palanco murió fusilado contra las tapias del cementerio en el amanecer del 16 de agosto de 1936. Junto a él fueron ejecutadas otras diecisiete personas, entre ellas su amigo Manuel Fernández-Montesinos. Su nombre aparece en la lista de la muerte. En la documentación que ofrece el título póstumo de Molina Fajardo no aparece el nombre de Constantino Ruiz Carnero, porque debido a las palizas y torturas a las que lo sometieron su muerte \’se adelantó\’ a la ejecución.

Nació en Torredelcampo, Jaén, el 8 de septiembre de 1887, hijo del médico de la localidad y el segundo de cuatro hermanos. No se sabe con exactitud el momento en que llegó a Granada, aunque fue sin duda en los primeros años del presente siglo, dado que ya en 1904 puede encontrarse un artículo suyo sobre La Alhambra, titulado \’La Leyenda\’, inserto en \’El Noticiero Granadino\’. En 1915 \’El Defensor de Granada\’ cuenta ya con Ruiz Carnero entre sus redactores, y éste se convertirá en un instrumento decisivo de acción política y social progresista en Granada. Tras doce años bajo su dirección y con los avatares sufridos durante una de las épocas más conflictivas y turbulentas que haya vivido nuestro país, \’El Defensor de Granada\’ fue cerrado por mandato de los militares golpistas el 20 de julio de 1936. Constantino Ruiz Carnero fue detenido días más tarde -el 27 de julio- y asesinado con cruel ensañamiento y alevosía, un día cualquiera de principios de agosto del año 1936. Estando en prisión a la espera de ser ejecutado, un guardia le dio tal culatazo en la cabeza que, además de destrozarle las gafas e incrustarle los cristales rotos en los ojos, lo dejó luego agonizar durante horas sin prestarle asistencia médica y, cuando por fin lo trasladaron al cementerio para fusilarlo contra las tapias, no pudieron hacerlo porque ya llegó muerto. UNO de los testimonios más escalofriantes de aquellos días del verano de 1936 en las inmediaciones del cementerio fue ofrecido por la hispanista Helen Nicholson en su libro \’Muerte al amanecer\’. A pesar de declararse anticomunista y simpatizante de Franco, confesó sentirse impresionada por los ruidos que penetraban en el Hotel Washington Irving, donde tenía su residencia: «Alrededor de las dos me despertó el ruido de un camión y varios automóviles que subían por la colina hasta el cementerio, y poco después oí una descarga de fusilería, y luego los vehículos que regresaban. Todos estos ruidos llegaron a serme demasiado familiares, y se repetían con tal regularidad que llegué a sentir un verdadero terror durante las primeras horas de la madrugada».

Unas dos mil personas fueron fusiladas desde 1936 a 1938 en las cercanías del cementerio y en otras ejecuciones descontroladas por toda la ciudad de Granada, según consta en la transcripción del libro de entierros oficial del campo santo, que incluye el título \’Los últimos días de García Lorca\’, de Eduardo Molina Fajardo.

Entre los nombres se encuentran personajes cuyo final pertenece a las páginas más brutales y negras de la historia de Granada. Federico García Lorca se ha convertido en todo un símbolo de la sinrazón de aquella barbarie sangrienta, pero sólo era uno más de miles, algunos de ellos enterrados en fosas comunes. Y entre ellos amigos del poeta, como su cuñado Manuel Fernández-Montesinos, que pudo recibir sepultura digna.
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