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Los hijos no ‘se sienten’ víctimas, lo son – ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

TRIBUNAABIERTA
Los hijos no se sienten víctimas, lo son
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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LAS expresiones del Sr. Chamizo, Defensor del Pueblo Andaluz, mueven a la reflexión. «Los hijos -dice- se sienten víctimas».

La violencia doméstica crece, mientras los fallecidos en carretera disminuyen (algo) gracias a los puntos del carné. De todos modos la gente se mata más en las carreteras que a escopetazos en la cocina de su casa. La diferencia es casi infinita, como de uno a cien. Sin embargo, en los telediarios, en las portadas e incluso en los Parlamentos, la violencia doméstica tiene notable preferencia.

Hay mucha información selectiva. No vale lo mismo un muerto en Sudán o Ruanda que en Afganistán, por ejemplo. Un millón de muertos puede pasar desapercibido, «si nos toca de lejos», pero quince pueden dar tema para quince días, si nos toca de cerca. El informador, como el profesor es juez. Debe dar prioridad a lo que juzga, honradamente, importante, no a las indicaciones que llegan de los despachos.

A mí me ha dado que pensar la frase de Chamizo por aquello de que uno se dedica a esa función de pensar y se pone las anteojeras profesionales para todo. Los hijos «se sienten víctimas» es una frase de tono sentimental que nos da la clave de lo que está pasando en las sociedades democráticas avanzadas.

Se matan los padres y los hijos «se sienten» víctimas. Es una pena. De todos modos podemos arbitrar remedios de emergencia. Podemos enviar un equipo de psicólogos que cure su alma (previo conocimiento de ella), o dedicarles unas cuantas horas de psicoterapia o, incluso, podemos pagarles un viaje al extranjero para que desconecten. No se debe olvidar el tratamiento farmacológico, pues, la ansiedad, el insomnio y la depresión, están al orden del día. Probablemente se verán afectadas su vida profesional y afectiva.

El problema es entender que los hijos «se sientan mal», porque el tema de las desavenencias domésticas es de sensibilidad. Si los padres fueran civilizados no andarían a escopetazos sino que contratarían un consultor de mediación familiar y se arreglarían sin más problemas. Pero los hijos se seguirían «sintiendo víctimas» ¿Por qué?

Podríamos atrevernos a pronunciar una frase tan sencilla como esta: «Los hijos son víctimas», lo sientan o no. Entre sentirse y ser, hay la distancia que va entre una opinión subjetiva y la realidad. La sensibilidad, en el sentido de comprensión cordial, cura muchas heridas siempre y cuando la inteligencia no dude de que son heridas reales en una sociedad real y la voluntad emplee todo el esfuerzo en pasar del estadio de la compasión al estadio de la curación.

En la vida real, hay gente que es responsable con sus compromisos y otros, la minoría, no tanto. Si después de veinte años de matrimonio no me entiendo con mi mujer, en vez de coger las maletas o armar la zapatiesta, lo normal y humano es que procure entenderme con ella (es además, más barato). Si mis hijos congelan su vida y quedan traumatizados para el resto y muy a duras penas levantan cabeza, no es un daño colateral, sino mi culpa, mi responsabilidad, fruto de mi libertad.

En cambio, si se sienten víctimas, ese es su problema, pero si son víctimas, ese es el mío.

Cabe deducir, entonces, que eso de la culpa, no es un producto sociocultural introyectado por una sociedad injusta que proyecta en la familia las desigualdades de poder. Tampoco es un sentimiento de inferioridad que genera todo tipo de síntomas enfermizos. La cosa es más sencillita; cuando uno hace las cosas mal, la realidad viva le pasa factura, que siempre es mucho más cara que si hubiera hecho las cosas bien.

La verdadera causa de nuestros problemas es que no sabemos cómo es el ser humano y qué es eso que llamamos realidad. Ni siquiera después de seis mil años de civilización.

Los malos entendimientos, que en general no pasan de ser malos caprichos se curan con inteligencia y voluntad, no con grandes dosis de sensibilidad y sentimiento. Porque los caprichos vienen de la sensibilidad pero la armonía entre la sensibilidad y la razón requiere formación personal, ayuda y entrenamiento.

¿«Moralina», dicen Vds., «en el siglo XXI»? Algo más elemental que los romanos formulaban: «no hacer daño a otro» y los ilustrados: «lo que no quieras para ti no lo quieras para otro».

Eso, por emplear un lenguaje apto para todos.mente con la apertura del nuevo Hospital Clínico en el Parque Tecnológico de Ciencias de la Salud, el que será el más grande de Andalucía. Además, las unidades sanitarias del resto de centro aumentan sus dotaciones, pero a un ritmo más lento del requerido para la demanda asistencial de la provincia.
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