El libro ‘Mujeres y arquitectura: mudéjares y cristianas en la construcción’, publicado por la editorial de la Universidad de Granada, fue presentado ayer por su autora, la profesora del departamento de Historia del Arte y Música María Elena Díez Jorge, y la investigadora del CSIC Manuela Marín. En el volumen, Díez Jorge aborda una visión integral de la arquitectura española -y sobre todo granadina- en la transición de la Edad Media a la Edad Moderna, que incluye el papel protagonista de los hombres, pero también el hasta ahora «invisible» jugado por las mujeres. Tras analizar decenas de documentos, ordenanzas y cuentas de fábrica de los siglos XIV a XVI, la profesora ha concluido que en esa etapa histórica no era infrecuente que las mujeres ejercieran como canteras y ceramistas, pero también en trabajos más duros, tradicionalmente masculinos, como picar piedra o acarrear materiales en la obra.
«Cuando echamos la vista atrás y vemos los manuales de Historia del Arte o de Arquitectura, nos preguntamos: ¿dónde están las mujeres?», explicó la profesora en declaraciones a IDEAL. No se las veía, pero ahí estaban. Díez Jorge subrayó que durante siglos «se ha silenciado» la participación femenina en el mundo de la construcción, igual que en otros muchos campos. De hecho, recuerda, la primera mujer que practicó la arquitectura fue la italiana Plautilla Bricci, ya en el siglo XVII, pero hasta el XIX las féminas no pudieron ejercer la profesión de forma oficial.
La especialista analiza el papel de las mujeres mecenas: incluso a esas damas ricas y poderosas, la sociedad solo les permitía promover «obras pías, públicas, pero no políticas», como conventos o zonas femeninas en las mezquitas; nunca palacios. Por ejemplo, el ensayo estudia el mecenazgo ejercido por los reyes Fernando e Isabel y sus diferencias.
También había trabajadoras a pie de obra. Por ejemplo, la investigadora ha encontrado el nombre de cinco mujeres en documentos relacionados con la construcción de la Alhambra: había una alfarera que realizaba la cerámica arquitectónica de los baños, pero también alguna artesana de la cantería y la forja. «En general, cuando alcanzan el grado de maestría y son reconocidas como canteras es porque son viudas y heredan el taller del marido», recordó. No podían firmar contratos, pero conocían y ejercían el oficio.
Tanto en la cultura islámica como en la cristiana, el patriarcado dificultaba que las mujeres realizaran estos oficios. Los obstáculos procedían de las ordenanzas de las ciudades, las normas de los gremios y las propias prácticas sociales, que no admitían que las mujeres abandonasen sus casas y trabajasen codo a codo con hombres por «honor y decoro».
Por otro lado, la documentación estudiada por la profesora de Historia del Arte prueba la discriminación salarial de las mujeres: cuando ejercían estos trabajos ‘masculinos’, cobraban menos que ellos.
Público y privado
Díez Jorge, miembro de la Comisión Andaluza de Bienes Inmuebles, aborda en otro capítulo un aspecto distinto del binomio mujer y arquitectura: la existencia de espacios femeninos y masculinos, que se ejemplifica perfectamente en la Alhambra. Los primeros son estancias privadas, incluso escondidas; las segundas son públicas, abiertas a los visitantes.
Para la autora, el interés del libro para el público en general es que «rompe la visión de la arquitectura como algo masculino y muestra que las mujeres han participado en muchos aspectos de la sociedad». Para facilitar su lectura, la redacción es ligera y las notas se han recopilado al final del libro, que cuesta 15 euros y tiene 336 páginas.
«La aspiración del libro -resaltó Elena Díez- es abrir nuevas líneas de investigación, porque hay mucho por hacer». Entre otras cosas, investigar desde esta misma perspectiva otras épocas históricas, como la prehistoria, el mundo antiguo y la Edad Media. La profesora forma parte de un equipo de investigadores que en los próximos años se dedicarán al proyecto ‘La historia de la arquitectura en Andalucía desde una perspectiva de género’.
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