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Las hadas recicladas

Las hadas recicladas

ENTRE el \’Érase una vez…\’ y el \’Colorín, colorado…\’ cabe el mundo. Los cuentos infantiles son, posiblemente, tan antiguos como las palabras, y existen desde que existen los niños. Las fábulas se transmitieron de generación en generación hasta que Charles Perrault y los hermanos Grimm las pusieron en papel y, ya en el siglo XIX, se convirtieron en un género literario en sí mismo. Pero los tiempos cambian y la forma de contarlos, también. Los príncipes ya no son tan valientes y apuestos; las princesas son más decididas y menos inocentes. Y la revolución ha ocurrido en el bando de los malos: feo ya no es sinónimo de malvado, las brujas y los ogros tienen su corazoncito y, si los lobos comen niñas, no es por perversos, sino por carnívoros. La corrección política ha llegado a los libros infantiles.

Purificación Salmerón, profesora del departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad de Granada (UGR), recuerda que los cuentos infantiles han evolucionado porque nuestra cultura ha cambiado y el propio concepto de infancia varía en función del contexto y el momento histórico. Baste recordar a qué edad comenzaban a trabajar o a tener hijos las personas en las sociedades medievales.

«Hasta bien entrado el siglo XIX, se concebía al niño como un hombre en pequeño -apostilla la catedrática de la UGR Leonor Buendía-. Por eso cuando la etapa infantil empieza a ser considerada como una fase del desarrollo, con necesidades y problemas, aparece una literatura específica para niños, con fines pedagógicos, que es utilizada en las escuelas como material de lectura».

El valor educativo de estas narraciones, resalta Buendía, es «enorme»: «Los cuentos transmiten valores. Con ellos, los niños aprenden una forma de relacionarse en el mundo». Pero, lógicamente, transmiten los valores vigentes en la sociedad en la que aparecen. «Los cuentos clásicos nacen a partir de relatos familiares, anónimos, de contextos rurales. Ya avanzado el siglo XIX, pasan a editarse con fines didácticos; por eso el final siempre es moralizante y feliz -explica la especialista-. Transmitían valores como la solidaridad familiar, la honestidad, la fidelidad, la bondad Es evidente que no aparecían la igualdad de género, valores ambientales ni valores religiosos, dado que eran historias laicas y pedagógicas».

Menos violencia

En los cuentos actuales desaparece en gran medida la sociedad jerarquizada de antaño, plagada de reyes, príncipes y princesas, por un lado, y campesinos, molineros o criados, por otro.

También se suavizan las costumbres extremadamente violentas del medievo: en casi todos los textos se eliminan los terribles castigos que solían aplicarse a los malos de la historia, que casi siempre acababan encerrados de por vida en lóbregas celdas, escaldados, abrasados, tiroteados, ahogados o abiertos en canal. Hoy, en cambio, triunfan el pacifismo, la lección moral y el perdón.

Los modelos de familia que se reflejan en los nuevos cuentos son diversos, como en la realidad. Las mujeres adquieren una nueva dimensión: si antes se les reservaba el papel de vieja malvada, bruja y madrastra, o el de joven bella, bondadosa y pasiva, en muchas páginas modernas la chica es la heroína; no necesita ser rescatada de los peligros por nadie, ni considera que el matrimonio sea el objetivo de su existencia y el camino hacia la felicidad.

Además, aparecen valores nuevos que antes ni siquiera se apuntaban, como la conservación de la naturaleza, el respeto a las diferencias (físicas, raciales, culturales .) o la promoción de la salud. En este contexto tan diferente, ya no tiene sentido atribuir cualidades morales a determinadas especies animales; el lobo feroz, el astuto zorro, la perversa serpiente, no matan por placer, sino porque están biológicamente diseñados para ello. Tampoco es ya admisible relacionar la maldad con determinadas minusvalías físicas o mentales.

Hay que tener en cuenta que las narraciones para niños no sólo transmiten valores, sino también «antivalores». Si la historia habla de crueldad, falta de respeto a las personas, egoísmo, vanidad, envidia, etcétera el adulto que lee o acompaña -progenitor o docente- debe aprovecharlo para explicar lo inadecuado de esos comportamientos, qué consecuencias negativas conllevan y cómo evitarlos, recuerda Buendía.

Antivalores realistas

La profesora Salmerón considera que el papel del malo es imprescindible en estos cuentos: «Como en todas las historias, el conflicto es lo que hace al cuento digno de ser contado. Es la base del relato. Además, una de las mejores formas de educar en valores es a través de los antivalores. Por desgracia, es más realista. Entendemos mejor el por qué es necesaria la solidaridad, por ejemplo, cuando sufrimos la falta de ella», afirma.

Hoy en día, destaca, «los malos ya no son tan malos. Antes siempre acababan muertos; ahora se les ofrecen más oportunidades. Existe la posibilidad de una reconciliación, de una cooperación con el bueno, incluso de una amistad».

Sin embargo, en buena medida los cuentos tradicionales no han desaparecido; más bien se han reciclado a los nuevos tiempos. La profesora Buendía recuerda, por ejemplo, que en las primeras versiones de Hansel y Gretel los malvados padres echan a sus retoños de casa porque no tienen con qué alimentarles; más tarde ese comportamiento se considera impropio de unos padres, así que se culpa a una madrastra. ¿A quién, si no?

Purificación Salmerón, que en 2004 analizaba en su tesis doctoral una treintena de versiones distintas de cuentos tradicionales, recuerda varias actualizaciones distintas del clásico \’Caperucita Roja\’. En una de las versiones, la protagonista «es una chica fría y perversa que al final de la historia mata al lobo para hacerse un abrigo». En cambio, en otra, «la niña ayuda al lobo a ser mejor y él se hace vegetariano para poder ser amigo de los demás animales». En una tercera, Caperucita es una pequeña amante de las bromas pesadas que visita a su abuelita y expulsa de la cama sin miramientos al lobo enfermo al que la compasiva anciana había acogido en su hogar.

Princesas del siglo XXI

Por otro lado, hadas, príncipes, reyes y brujas han abandonado los papeles protagonistas. Leonor Buendía destaca que en \’Un viejete a la Luna\’ «aparece la figura del astronauta y se transmite la inquietud por aprender y la constancia» y en \’Los últimos dinosaurios\’ se habla de «los valores de adaptación, cambio y flexibilidad para aprender y aceptar estos cambios».

Para esta experta, los nuevos cuentos deben adaptarse al lenguaje y los valores actuales, pero no «dulcificar» la realidad. «La finalidad didáctica -señala- no puede quedarse en mostrar lo que la sociedad es, sino en educar para lo que debe ser. Desde luego la escuela actual, diversa y multicultural, es un espacio ideal para conseguirlo a través de los cuentos de las diferentes culturas que hoy conviven en los centros educativos».

No obstante, un cuento moderno no está necesariamente libre de prejuicios racistas, machistas o de otro tipo. Por ejemplo, Barbie es una princesa del siglo XXI: se ha actualizado su aspecto y su entorno, pero su discurso es tan frívolo y apegado al estereotipo femenino como en las historias de hace cien años. Sus textos distan mucho de transmitir la igualdad de géneros. En una de sus aventuras se puede ver a la jovencita con medidas anoréxicas al borde del colapso. «Acaba de ocurrir algo horrible -lamenta su amiga, a punto de llorar-: ¿He estropeado el bonito bañador de Barbie!…». El fin del mundo, vamos

Los enanos sólo ayudan

La profesora Salmerón cita otro ejemplo: en una versión actualizada del cuento clásico de Blancanieves, los enanitos quieren colaborar en las tareas del hogar. «Pero ¿quién lleva el delantal? ¿Quién está en la casa y quién viene desde fuera a ayudar? Se supone que es un texto actualizado, pero… Los estereotipos sexistas forman parte de nuestra cultura, de las personas, y también están en los cuentos», subraya.
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