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La violencia no viene por casualidad

TRIBUNA
La violencia no viene por casualidad
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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LA agresividad humana y animal ha sido investigada desde muchos puntos de vista: genético, hormonal, neurocientífico, etológico, psicológico y psicopatológico por abreviar la enumeración. Como en todo lo humano, indagar causas y raíces es un problema, en especial si queremos saber las causas esenciales y definitivas.

La primera de todas las causas de agresividad y la más definitiva es la indiferencia absoluta de la población, intelectuales incluidos y en primera fila, sobre la diferencia entre lo verdadero y lo no verdadero. No parece tal circunstancia relevante, pero en mi opinión tiene mucho que ver.

Solemos borrar de la memoria lo que no nos interesa y no nos interesa lo que implica un esfuerzo inmediato, convencidos de que el progreso de las sociedades avanzadas y las previsibles conquistas tecnológicas nos liberan del esfuerzo y del trabajo que no en vano, desde el Génesis, es situado entre las penas más lamentables de la humanidad.

Este rechazo al esfuerzo en nombre del progreso conlleva un rechazo a cualquier fricción con el medio social, con los otros, de manera que en general se procura evitar al máximo herir las sensibilidades ajenas, profundizar en el respeto a la identidad del prójimo y tratar de evitar que el sufrimiento aparezca en el horizonte visible. Digamos que éste es el ambiente pacifista por excelencia, donde lo haya, porque es evidente que no lo hay en todas partes, pues este artículo se escribe por algo.

Existe, incluso, un idioma para hablar sin decir nada y que reduce la ideología a cero, por el respeto que merece la opinión de todo el mundo.

Esta serie de cautelas para lograr la paz pública tienen toda la apariencia de ser correctas e incluso laudables si se miden por la cantidad de vibraciones negativas que nos evitan. Si no se toca ningún tema problemático, nadie se excita. Pienso sin embargo que estamos en un grave error.

El método de la no-violencia no resuelve la violencia, a no ser que los no-violentos empiecen a violentarse que es lo que a menudo ha sucedido. A los violentos y agresivos la no-violencia les deja fríos y desde luego consideran despreciable un tipo de ser humano que se eche en el suelo e inicie una huelga de hambre. Para los agresivos el hombre es el fuerte y rompedor; sus modelos están en los campos de fútbol y en las pantallas de televisión. Así que, con huelgas de hambre o la práctica de la meditación transcendental, lo único que se consigue es demostrar lo débiles que somos ante la agresión física.

Si no se tuviera una indiferencia absoluta con la verdad, se harían estadísticas fiables sobre este tema y no hechas de encargo o silenciadoras de los aspectos básicos.

Hay un asunto conexo que siempre me ha preocupado. El proxenetismo ha sido sustraído del Código penal. El liberalismo y la socialdemocracia piensan que quitando unos artículos del código -o poniéndolos- transforman la realidad social. Y lo hacen pero en una dirección opuesta a la prevista. El proxeneta no es un delincuente pero proxenetas haylos. Sindicados, legalizados, pagando sus impuestos, una verdadera prueba de cómo una legislación avanzada hace milagros y como una legislación reaccionaria crea problemas.

Quisiera tener una estadística decente de todos los casos que ha habido en España en los últimos cinco años de violencia doméstica, distinguiendo géneros y especies, clases y subclases y matizando, si no es mucho pedir, lo que se entiende por compañero sentimental. No se trata de criminalizar sino de enterarse de lo que realmente pasa.

Es posible que éste sea un tema conflictivo y salten las alarmas, pero no se puede olvidar el sentido común en este punto y en otros muchos que nos preocupan.

Es también notable cómo las estadísticas de violencia doméstica ocupan cada día los titulares de los telediarios. Sin embargo la mayor violencia en este país, y muy por encima de la media del entorno europeo, es la violencia en las carreteras o también la violencia en un contexto de droga y alcohol. Salen a relucir en los medios, en efecto, pero la diferencia cuantitativa de accidentes por doblar la velocidad permitida, hacer carreras contra dirección en las autopistas sin contabilizar la imprudencia criminal, están en una proporción de mil a uno, en relación con la violencia de género.

Si existen cincuenta asesinatos pasionales de este tipo doméstico, debemos pensar más en proteger a la familia. Es asombroso cómo la gente puede convencerse tan rápidamente de que si la violencia se da en la familia, hay que suprimir la familia; que viene a ser la tesis que defienden los partidarios del amor libre. El amor libre es el amor que se responsabiliza del otro; no el que lo usa y tira libremente a la primera de cambio. ¿No se dan cuenta que en este asunto, siempre pierde la mujer? Pues no.

Este mirar a otro lado en la cuestión de la verdad, o de lo que esta bien o mal, es la causa esencial de todo tipo de violencia. Cuando todo se puede hacer la ley del más fuerte prevalece sobre el débil y además en forma de terror como brillantemente afirma Hegel en la Fenomenología.

En el exquisito argot de la democracia avanzada sacar a relucir perlas como éstas no está bien visto porque hiere la sensibilidad. Y tal respeto por los demás es encomiable. Siempre y cuando los demás no consideren que el exquisito comportamiento de la población no sea otra cosa que una gran capacidad de absorber todo lo que no les afecte directamente. Aunque vean violar a cien bebés o justificar cualquier tropelía callejera «porque en el fondo, tienen razón». Cuando nada nos afecta, todo vale. Esto pensaría un agresivo, sin duda.

Habrá que empezar a hacer algo que esté mejor visto, por lo menos, que a los millones de personas que pensamos de otra manera se nos empiece a ver utilizando la vía pública para algo más que pasear animales de compañía.

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