– «La vida no se detiene porque tú te sientes a llorar en el suelo».
José Soto perdió la vista, parte de la audición y una pierna en una explosión hace once años, cuando era militar. Hoy ha superado todas las trabas y es padre de dos niños, investigador y da clases en la facultad de Filosofía.
TENÍA 23 años cuando una explosión le cambió la vida. José Soto, natural de Santa Fe, era militar, de la unidad de artificieros. Aquel 26 de enero un compañero cometió un error y hubo una explosión que no tenía que haberse producido. José resultó herido grave. Perdió un ojo y la visión del otro, buena parte de la audición y la pierna izquierda. Tuvo también heridas internas, pero salvó la vida. Y desde entonces se marcó un objetivo, vivir. Pero vivir con mayúsculas, escribiendo él los capítulos, siendo el protagonista. Hace once años, el médico que le retiró el respirador le susurró al oído que tenía que luchar por su vida, y José lo siguió al pie de la letra. Hoy es marido, padre de dos niños, investigador y profesor becario en la Universidad de Granada. «La vida no se detiene porque tú te sientes a llorar en el suelo». José lo explica con total naturalidad, pero el relato de su vida es el de un ejemplo de superación.
José empieza explicando que es hijo de una familia trabajadora del campo. «Siempre fui buen lector, un lector compulsivo, pero no buen estudiante», dice José, que tras hacer la mili decidió enrolarse en el Ejército. Participó en una misión en Bosnia, una experiencia que le marcó. Fue el escolta de un negociador, un militar que se encargaba de hacer pequeños tratos «como el intercambio de cadáveres o altos el fuego para algunas localidades». Este trabajo le permitió viajar por todo el país y «conocer la realidad de una guerra, que está en las aldeas, no en las ciudades, que es lo que se ve en televisión». En los meses que pasó allí José admite que vio cosas terribles, pero también aprendió otras. «Estás con niños que lo has perdido todo, incluso se han quedado ciegos y aún así son felices».
Al volver, se incorporó a la Brigada 10, la primera en integrarse al Ejército Europeo. Unos meses después sufrió el accidente.
Los recuerdos
«Cuando explotó aquello, salieron heridas diez personas. Yo quedé ciego, pero no perdí el sentido. La persona que murió cayó a mi lado y gritaba todo el rato. Las radios no funcionaban y no podían venir a por nosotros. Él estaba agonizando». Después de aquella terrible escena, recuerda que una enfermera le decía que estuviera tranquilo. Pasó catorce días en coma, intubado para poder respirar. Pero el doctor decidió retirarle aquel tubo, para intentar frenar las infecciones. «El médico me dijo al oído que tenía que luchar por mi vida». José dice que aquel hombre le salvó la vida.
Hubo unos segundos de vértigo, el aire no le entraba en los pulmones. Pero empezó a respirar y la recuperación avanzó rápido. Le operaron seis veces, supo que se quedaba ciego, perdió una pierna, pero nunca agachó la cabeza. En este tiempo fue muy importante la presencia de la que era su novia desde hacía siete años, Adela. José recuerda como uno de los momentos más emocionantes de su vida el primer día que su novia pudo entrar a verle en el hospital. «Fue un día muy hermoso. Me puso en las manos una libreta y me dijo que era para apuntar todos los proyectos que teníamos para el futuro». Nunca más se separaron. De hecho, ahora Adela es su lazarillo.
A los tres meses logró que le dieran el alta y pudo irse a casa. Pero su vida ya no era la misma. «Es un baño de humildad, necesitaba ayuda para todo. Yo era una persona muy independiente y dejé de serlo de golpe». Un año después del accidente José y Adela se casaban y él empezó a estudiar la licenciatura en Historia. Primero aprendió braille, pero no era capaz de leer a un ritmo normal. Luego descubrió otros sistemas que le leían los libros en voz alta, así fue como empezó a estudiar hasta sacar cuarenta matrículas en la licenciatura. José fue acostumbrándose a ser ciego y a tener mermada la audición. La ayuda de una organización como la ONCE fue primordial, y su voluntad por hacer cosas puso el resto. Durante la carrera, José grababa los exámenes en un magnetofón, sentándose al final de la clase.
También aprendió a caminar con la prótesis, pero no puede caminar solo por la calle. «No puedo orientarme por los pitidos del semáforo, porque no los oigo». Así que Adela se ha convertido en su lazarillo oficial. Ella renunció a trabajar y se quedó al cargo de los hijos que iban llegando (ya tienen dos) y de llevar y traer a su marido en coche, primero como estudiante y ahora como profesor universitario e investigador del Centro de Estudios Bizantinos de Granada. «Si puedo, le acompaño hasta el despacho y lo llevo a clase. Si no, lo acompaña un compañero», explica Adela.
Su familia, su tesón y su pasión por la historia, la que guía su vida profesional, son los motores que le mantienen en marcha. «Nunca pensé que iba a dedicarme a la historia, que me encanta». Y debe ponerle pasión, porque sus alumnos están muy contentos con él. Hasta colaboró durante un tiempo en un programa de radio, donde se encargaba de hacer más amena la historia. Ahora mismo vive inmerso en su tesis doctoral, que versa sobre el Medio Oriente, Bizancio y Persia.
En todo este tiempo, José ha ido dándose cuenta de cómo reacciona la gente ante una discapacidad. Hay a quien le inspira lástima, quien le rechaza y quien le acepta tal y como es. Pese a todo lo que ha conseguido, José dice: «Tengo la sensación de haber tenido suerte. Lo único que he hecho es vivir». Sin embargo, admite que también hay discapacitados que se imponen ellos mismos las diferencias. «La discapacidad es un problema mental. La limitación es más la mental, la que tú te impones».
Superación
Él ha superado todas las barreras, los baches. «Es muy diferente un ciego de nacimiento que alguien que se queda ciego de mayor. Yo sé como son las cosas, las recuerdo». Eso es lo que explica por qué José disfruta tanto de los viajes. Su mujer relata que han ido a Italia, Francia, Portugal, Grecia. Allí pasaron dos meses hace año y medio para que José pudiera investigar. Sus hijos eran pequeños y no los escolarizaron en ese tiempo, por lo que Adela se quedaba con ellos. «Tuvimos la ayuda de un sobrino, con quien tiene mucha confianza, que pidió permiso para acompañarnos».
La familia de José siempre ha estado su lado, empezando por su mujer. Y él, con todo esto, dice haberse dado cuenta de que lo importante no es lo material, sino lo vital. Quizá por eso admite que uno de los momentos más duros de su vida fue la muerte de sus padres y la muerte de su compañero en aquel accidente.
«Es duro, si dijera que no lo es, engañaría. La noche que me operaron de la vista, estuve horas haciéndome el dormido, me daba miedo preguntar». Pero salió de aquello y ahora sigue apuntando proyectos en aquella libreta que Adela le llevó al hospital. «Es bueno saber la verdad, cuál es la realidad. Y sobre eso, construir»
Entre los primeros retos que se ha marcado, a nivel profesional está leer la tesis doctoral, el fruto de estos años de trabajo. Y entre los personales, puede que también incluya darle un hermano a Ciro y Darío, sus hijos. Tendrán que buscar otro nombre de emperador o emperatriz para el tercero en llegar.
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