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La normalización de la ciudadanía – ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

OPINIÓN
TRIBUNA
La normalización de la ciudadanía
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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LES recomiendo una película estupenda: The italian job. Tiene todos los ingredientes de un thriller vertiginoso, un guión muy inteligente y expresivo, una fotografía de cine y unos efectos especiales que sólo la tecnología actual puede permitirse. Es una película para disfrutar.

Si lo traigo a estas líneas, es porque en el último tramo del film, caí en la cuenta de algo cuya ausencia, era más detonante de lo que hubiera sido su presencia. No sale la policía.

Todo el argumento construido sobre un asunto reiterado, cómo unos ladrones roban a otros ladrones, pone en marcha una guerra entre mafias, entre ladrones decentes y menos decentes entre caballeros y villanos. La policía no existe, es decir, que no es considerada ni como caballero ni como villano. El protagonista es la mafia. La única persona honrada al cien por cien es una bellísima chica, una profesional experta en abrir cajas de caudales que se resistan. Para vengar la muerte de su padre, un viejo ladrón romántico y sentimental, se aviene a contribuir en la operación de localizar y robar al asesino que previamente había robado a la banda en donde trabajaba su progenitor.

Con todo y ser un argumento fácil y sencillo, aunque muy bien llevado como reflejo sociológico de lo que hay, me parece muy instructivo. En la vida cotidiana, hay más inhibición de la que debiera, y la delincuencia (en especial la delincuencia menor) actúa a vista de todos.

La norma de esta sociedad es evitar toda desestabilización, para lo cual es imprescindible sustraer de la circulación la información negativa y sustituirla por otra que exalte las virtudes y la normalidad de todas aquellas conductas, que ilegales o no, son lo que tenemos y es lo que mola. La normalidad ciudadana consiste en la inhibición ante lo que haga quien sea hasta los límites más extremosos. Sean skin heads, asesinos en serie, suicidas-homicidas de las autopistas, o diluvios de facturas falsas, barriadas que se hunden por echar, las empresas contratadas por la Administración, poco hormigón en las obras, lo normal es que esas cosas desagradables se tapen.

Es necesario, no digo yo tomar medidas, puesto que no me corresponde hacerlo y si lo hiciera, evidentemente, desaparecería en alguna alcantarilla, sino aclararnos de lo que está pasando, especialmente en España. No es cuestión de derechas o de izquierdas sino de que, lo que en la Europa civilizada, es absolutamente impensable, aquí es moneda de curso legal. Esto es verdaderamente la mala educación.

La idea, parece ser muy simple: el único dogma inmutable es la voluntad del pueblo, expresada en las urnas y que se proyecta en la legislación. La única razón aducida es que el pueblo no se puede equivocar y que si se equivocase, no importa porque cualquier otro régimen es peor que esta democracia. En último término, toda discusión o diálogo termina aquí.

Entonces hay que plantearse la gran cuestión: ¿Qué es normalidad?

El hombre ciertamente no es una máquina y no puede funcionar en la vida con un manual de instrucciones. Precisamente porque no lo es, necesita de un manual de instrucciones para aprender a manejar esos dispositivos electrónicos que todos llevamos puestos.

La idea de libertad que se está haciendo habitual viene caracterizada por tres conceptos: la totalidad, la arbitrariedad y la sentimentalidad. La totalidad se ofrece como justicia en «donde todo es igual para todos». La arbitrariedad significa que todo el mundo es libre para cualquier cosa -dentro de la legalidad vigente- y la sentimentalidad consiste en la reducción del bien y el mal a conceptos utilitarios ligados con el placer sensible y con el sufrimiento sensibles o menos sensibles. Todo lo que haga sufrir es malo y todo lo que facilite la vida es bueno: El espíritu de la tecnología es el denominador común de toda la humanidad. El que hace todo lo que puede hacer técnicamente, progresa y es progresista, el que no lo hace porque piensa que existen límites morales, es reaccionario, e incluso peligroso.

¿Qué es normal? La naturaleza humana no es la naturaleza animal. El animal tiene un código genético que le resuelve todos los problemas y «no puede aspirar a más». Es feliz, sin duda, incluso cuando se muere. El hombre tiene otro código genético que establece una distancia entre el pensamiento y las mecánicas instintivas. Ese espacio que rompe la instantaneidad del instinto («hacer lo que a uno le sale») es ello único que hace posible la libertad.

Poder elegir entre una gama de instintos que puede ser tan variado como los cien canales de TV, no es otra cosa que proporcionar al animal diversos productos que satisfagan sus instintos y cuya riqueza no va más allá de variantes instintivas, es decir, animales.

El ser humano es más bien, si se me permite decirlo claramente, un ser que tiene una plataforma, un punto de partida instintivo pero un espacio mental que le permite racionalizarla. El manual de instrucciones de un animal inteligente y libre no está tanto en los genes, como con lo que uno puede hacer con ellos. ¿Alguien ha visto alguna vez, un animal manejando un manual de instrucciones?.

La libertad supone riesgo, esfuerzo, y creer en lo que da sentido al esfuerzo, es decir tener modelos de comportamiento. La tecnología nos permite evitar los trabajos, físicamente duros, para dedicarnos a otros más menos duros físicamente, pero quizá más trabajosos espiritualmente.

Pues el espíritu trabaja con el espacio vacío que queda, cuando el instinto se normaliza, se racionaliza. Ese espacio vacío, es el agujero donde se colocan los cimientos del edificio, según modelos, ideas, que cada uno construye con su libertad.

Sin modelos de comportamiento, sólo restan modelos de pasarela, en donde lo que parece, no es y lo que es, no parece.

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