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La invasión amarilla
Con la llegada de la primavera, el jaramago coloniza con su manto de color cunetas, jardines descuidados, cultivos abandonados y solares a la espera de recalificación
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LA primavera ha venido y el jaramago se ha hecho dueño y señor de nuestro paisaje más inmediato. Su característico color amarillo verdoso ha invadido las cunetas, las medianas de las carreteras, las lindes entre cultivos, las escombreras, los solares abandonados o esos territorios de frontera entre el campo y la ciudad predestinados a caer del lado del cemento.
El catedrático de Botánica de la Universidad de Granada Francisco Valle Tendero explica que tras el nombre vulgar de jaramargo, jaramago y jamargo se ocultan distintas especies, pero en nuestra zona las más frecuentes son la Sinapis alba (mostaza blanca) y, sobre todo, la Diplotaxis virgata. Ambas son plantas herbáceas anuales de la familia de las crucíferas: las flores tienen sus cuatro pétalos en forma de cruz y se agrupan en racimos. Sus tallos pueden alcanzar el metro de altura y sus frutos son una especie de vaina con gran cantidad de semillas, por lo que tienen una enorme capacidad de colonización.
Estas plantas, presentes en toda Andalucía y buena parte de España, conocen al comienzo de la primavera un auténtico boom, especialmente si las lluvias han sido generosas. El año pasado apenas cayeron precipitaciones en la estación de las flores, por lo que su presencia fue mucho menos llamativa.
Sin embargo, el manto amarillo no es duradero: Francisco Valle pronostica que en unos quince días las flores prácticamente habrán desaparecido para dar lugar al fruto en forma de «falsa legumbre». Si sigue lloviendo, los tallos se mantendrán verdes unas semanas más. Finalmente, con los rigores estivales se agostarán y quedará sólo maleza. Para el verano se habrán convertido en paja, pero las semillas esperarán hasta que las lluvias de la próxima primavera las hagan germinar.
Antiguamente, el territorio del jaramago se limitaba a los bordes de los caminos, las lindes entre cultivos e incluso los tejados de las casas. Aparte de la lluvia, otro motivo por el que estas especies parecen cada año más abundantes, especialmente en el área metropolitana, es el imparable abandono de la agricultura en la Vega. Por ejemplo, estas flores han tomado los alrededores del Parque Tecnológico de la Salud.
El especialista asegura que el jaramago es una especie de chivato ecológico: su presencia masiva denuncia campos baldíos, jardines descuidados, solares recién recalificados o dispuestos a serlo que esperan la lluvia de cemento… La expansión de esta planta «cunetera», recalca Valle, «es un signo de degradación de la Vega. Cada vez prolifera más porque hay más cultivos abandonados».
Mala yerba
Con todo, recuerda el catedrático, hay otra especie que indica un grado más de deterioro ambiental: la Moricandia arvensis, también crucífera pero de flores moradas, nace en áreas aún más degradadas, donde las tierras no sólo han sido abandonadas, sino también removidas…
El catedrático resalta que, desde el punto de vista agrónomo, el jaramago es en realidad una «mala yerba». Pero este concepto ya no se usa porque la corrección política también ha llegado a la ciencia y los botánicos son reacios a endosar calificaciones morales a un vegetal.
El hecho es que los agricultores arrancan estas especies de sus campos para evitar que compitan con sus cereales y hortalizas por el agua y la materia orgánica. Otra cosa son las arboledas: por ejemplo, la última tendencia en el cultivo del olivar es conservar la vegetación herbácea que crece entre los árboles, porque no daña la cosecha y, en cambio, tiene gran importancia para la supervivencia de los pájaros y algunos pequeños mamíferos.