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La Escuela de Enfermería de Tánger: Un error más de nuestra política exterior

– La Escuela de Enfermería de Tánger: Un error más de nuestra política exterior.

CON cierto retraso leo el artículo que con el título: Mi Tánger, publicó mi querido amigo el profesor Antonio Gallego en este diario el pasado 21 de octubre. En él glosa, con el mismo estilo de siempre, el de escritor costumbrista, que sin embargo es capaz de mezclar en unos pocos renglones la historia con los recuerdos, lo trascendente con la anécdota, lo íntimo con lo público, la denuncia y la loa, una anécdota del final de los años 70 cuando era Rector de la Universidad de Granada y tenía responsabilidades de Gobierno en la ciudad de Tánger. Yo fui protagonista de esa historia, pues era el Catedrático Inspector, que la Universidad de Granada había nombrado para las Escuelas de Ceuta y Tánger. En la distancia de los años, le podríamos denominar anécdota, pero creo que fue algo más grave y trascendente, que una mera anécdota. Podría ser discutible si España colonizó bien, pero creo que habría unanimidad en estar de acuerdo en que descolonizamos peor, sea cual fuere la época y el lugar de la descolonización. Cualquiera que visite hoy nuestras excolonias siempre está expuesto a recibir un exabrupto, que a veces resulta difícil digerir, como cuando ante la plaza de Cuzco, con su majestuosa catedral renacentista, la guía de turno te recuerda solemnemente que allí se levantaba un maravilloso balate, que los bárbaros españoles destruimos para hacer aquello; o cuando nos reprochan en México que llevásemos la Universidad del Renacimiento y con ella la cultura de dieciséis siglos, a finales de 1520. Pero el caso de Tánger era distinto. Mi primera visita a la Escuela de Enfermería de Tánger fue el día 6 de diciembre de 1978. Deposité mi voto de apoyo a la Constitución y tomé rumbo a Tánger en mi propio coche. Pasar la frontera del Tarajal, aunque entonces en tránsito de vehículos por la frontera era muy escaso, resultaba un problema insalvable sin la ayuda de los gestores, que como moscas pululaban alrededor de la aduana. Entregar el pasaporte a aquellos espontáneos, sin la menor garantía de devolución, era una temeridad, pero o lo hacías o no pasabas. Tánger guardaba todavía, al decir de los notables del lugar, un poco del encanto de antaño, cuando era territorio internacional. Ya había perdido la fascinación de los años del estraperlo, cuando las medias de cristal y los calcetines de nylon venían de allí, del España de Tánger, periódico y equipo de fútbol, que jugaba la liga española, pero conservaba, aún, la prestancia de una ciudad que había tenido un reciente esplendor. De aquel Tánger nostálgico, pervivía el hotel Minzah. Seguía siendo casi el mismo que tanto impresionó a Churchil, cuando se hospedó en él con motivo de la Conferencia de Tánger. Era un hotel con un encanto especial, más que lujo, poseía elegancia y distinción.

España seguía teniendo posesiones en la zona norte de Marruecos, en Tánger manteníamos un Instituto de enseñanza media, con un cuadro de catedráticos de primerísima fila, dirigidos por una persona excepcional, D. Francisco Cabanillas, luego catedrático de latín en el Padre Suárez; un hospital primoroso, pabellonado, similar a nuestro Hospital Clínico y al Hospital Militar de Melilla, bastante bien equipado y con un cuadro de excelentes médicos. El hospital dependía directamente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Existía una excelente biblioteca, la mejor de la ciudad y probablemente de todo Marruecos, pero sobretodo había una gran hispanofilia, el único lugar en el que he tenido la sensación de respeto y amor a España. Ello se debió a la inmensa labor que estas personas, a muchas de las cuales alude Antonio Gallego en su artículo, y muchos marroquíes que se sentían vinculados a España por lazos culturales. La lengua española se había mantenido bastante bien entre la población marroquí, gracias, entre otras cosas, a la TV y el fútbol.

Mi primera impresión sobre el futuro de la escuela fue muy grata. Teníamos todo lo necesario para hacer una excelente labor: profesores, hospital y una población receptiva y entusiasta. Jóvenes con ansias de salir de una cultura que las oprimía y las cosificaba, la escuela significaba para ellas la liberación. La escuela creció rápidamente y conseguimos contagiar de entusiasmo a muchas personas, pero en 1980 se produjo un cambio en la legislación española que obligaba a los títulos de grado medio a realizar el COU y la selectividad, hasta entonces se había exigido sólo el título de bachiller elemental. Aquello suponía la muerte de la escuela. Con un poco mas de esfuerzo y un año más de estudio, los franceses le ofrecían a nuestras futuras enfermeras la posibilidad de ser médicos en Rabat. Yo le planteé al rector la necesidad de hacer una disposición excepcional a la ley, con una cláusula particular para Tánger. El profesor Gallego hizo suya de inmediato mi propuesta y la defendió con gallardía y publicidad. Pero nuestras peticiones fueron denegadas. Aún mantuve abierta la escuela un año más, en una situación administrativa confusa, con la esperanza de que alguien se percatara del enorme error. Es más, propuse la creación de una Facultad de Medicina para el norte de Marruecos, basándome en que teníamos el primer recurso que era el hospital y que el número de estudiantes musulmanes en la facultad de Medicina de Granada era muy elevado, suficiente para una Facultad. La plétora de estudiantes de Medicina exigía unas medidas de númerus clausus, que afectarían en primer lugar a los alumnos árabes, como así ocurrió. La escuela de enfermeras se cerró, el hospital languideció, y para colmo cerramos la biblioteca. Con la última vuelta de llave a aquellas instituciones comenzó la diáspora de toda aquella gente que tanto había luchado por mantener la cultura española en el norte de África. España una vez más demostró su ceguera en política exterior. Los tangerinos nos hubiesen apoyado en cualquier proyecto, porque muchos de sus dirigentes habían estudiado en Granada y sus hijos también. Quiero, desde estas paginas, rendir tributo de gratitud a aquellos que hicieron posible un bello sueño durante algunos años. Mi Tánger como el de Antonio, sabe a pastela, a te moruno en los jardines del Minzah y a lealtad de los que supieron defender a España más que los que estaban obligados a hacerlo.
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