Una geóloga de la UGR, Carlota Escutia, ha metido en un barco a 30 científicos internacionales para estudiar en la Antártida el cambio climático
Carlota Escutia, una intrépida geóloga de la Universidad de Granada, ha logrado que 30 científicos internacionales vivan dentro del buque ‘Joides Resolution’ dos meses para surcar y perforar el continente más elevado de la Tierra, que no es otro que la Antártida, con una altitud media de 2.300 metros. Del 4 de enero al 9 de marzo, la ‘jefa’ lideró -sin que la convivencia echase chispas- siete perforaciones profundas en fondos marinos vírgenes para extraer sedimentos: unos 2.000 metros de tierra que ahora se encuentran en una litoteca (archivo de piedras y fangos) en Estados Unidos.
Para contextualizar la hazaña, basta decir que en los últimos 15 años se han realizado sólo dos expediciones de este tipo, una en la península antártica y otra en la bahía de Prydz. Carlota y los suyos, sin embargo, cogieron rumbo hasta el territorio Wilkies, donde ningún científico había puesto el pie hasta ahora.
En junio, los componentes de esta campaña, con Escutia a la cabeza, se desplazarán a EE UU para investigar mejor esos sedimentos y consensuar sus líneas de trabajo de cara a los próximos cuatro años. Esos datos ayudarán a reconstruir la historia del casquete polar antártico, formado hace 34 millones de años. Y, paradójicamente, conocer ese pasado tan lejano contribuirá a saber el comportamiento futuro de nuestro planeta.
Ese es el nudo del proyecto. Lo que Escutia y los suyos averigüen sobre la estabilidad de la Antártida durante los episodios de elevadas temperaturas y altas concentraciones de dióxido de carbono (CO2) que hubo hace miles de años ayudará a pronosticar su resistencia en el actual escenario de cambio climático.
«Hemos conseguido con los sedimentos uno de los registros más completos de los últimos cinco millones de años. Vale. Si nosotros podemos descubrir la temperatura que había hace cuatro millones de años (Plioceno) -y creo que sí podremos- sabremos cuál va a ser la situación del planeta en un futuro muy cercano: dentro de 50 años». La científica granadina se pone seria. Los primeros resultados en firme se obtendrán en un año. Y Carlota les augura un gran impacto social. Ahora mismo estudian, entre otras cosas, el Plioceno, una etapa similar a la actual porque entonces se concentraban en el aire 400 ppm de CO2, cantidades similares a hoy día, cuando estamos en 380 ppm de CO2.
-Si ha habido épocas con las mismas emisiones de CO2 que en el siglo XXI y con temperaturas tan elevadas como las actuales.
¿Por qué se habla de cambio climático ‘provocado’ por el hombre?
-El planeta nos preocupa, más que por el cambio climático, por el cambio global que afecta al hombre, esa es la verdad. Y los humanos estamos acidificando y calentando los océanos, eso está comprobado. Eso afectará a nuestras fuentes de alimentación; habrá subidas del nivel del mar que repercutirán en la población y en las actividades costeras. Quizá nosotros no estamos provocando el cambio climático, sino que lo estamos incrementando, porque sí es cierto que las tasas de cambio va mucho más rápido de lo visto hasta ahora en la historia natural de la Tierra.
-¿Cuánto hemos ‘acelerado’ el ritmo del planeta?
-Muchísimo. Según nuestras predicciones científicas, a finales del siglo XXI la temperatura global habrá subido con respecto a la actualidad entre 1,8º y 4º centígrados. Esto es, en el caso más optimista (1,8º) habremos incrementado en cien años lo que hasta ahora había ocurrido en 15 millones de años. En el caso más pesimista, la temperatura se va a elevar 4º en cien años, cuando antes había tardado 34 millones de años en ello. Si finalmente sumamos cuatro grados más, nos trasladamos climatológicamente a una época en la que no existían los casquetes polares. ¡Ojo! Esto no quiere decir que si sube la temperatura cuatro grados van a desaparecer los casquetes, ya que influyen muchos otros factores que estamos estudiando.
-¿Cuándo obtendrá los resultados?
-Vamos a trabajar a todo gas para que nuestras aportaciones sobre el casquete polar antártico se incluyan en el siguiente Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), un organismo de la Organización Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de las Naciones Unidas que analiza la información científica, técnica y socioeconómica para comprender el cambio climático, sus repercusiones, riesgos y sus posibilidades de atenuación y de adaptación al mismo.
Entonces Carlota Escutia, que tiene unas intensísimas pupilas azules, echa un ojo a la mesa de su despacho de la Universidad de Granada, donde ya atesora decenas de folios en inglés sellados en rojo con la palabra ‘draft’ (borrador). Los acaricia la investigadora con sus delicadas manos y explica que son los primeros resultados que arrojaron -ya en el barco- esas perforaciones de hasta 1.400 metros de profundidad.
Cómo conseguir que este conocimiento científico influya en el plano político internacional para que se tomen medidas de sostenibilidad ambiental es, sin duda, lo más difícil. Y más en momentos como el actual, cuando Barack Obama ha dado marcha atrás en su intención de limitar la emisión de gases contaminantes de centrales energéticas, fábricas y refinerías de crudo. En 2009, el presidente del mayor mercado energético anunció que reduciría un 17% las emisiones de CO2 para 2020 con respecto a 2005, pero él mismo ha desterrado incluir esa idea en su Ley de Cambio Climático.
«Ante los políticos, los científicos sólo podemos aportar los datos de nuestras investigaciones. Yo, por ejemplo, me dedico mucho a educar y divulgar en la universidad, colegios, en el Parque de las Ciencias, en televisiones, en museos… Una cosa es lo que hagan los presidentes de los estados, que están en el poder cuatro años y sólo piensan en ser reelegidos, y otra muy diferente es la necesidad de mentalización de la sociedad. Todas las revoluciones han venido de abajo para arriba», explica.
Mientras tanto, la revolución que esta científica propone también es de abajo a arriba: desde el Polo Sur hasta los despachos del hemisferio Norte. En ellos Escutia y su equipo de investigadores tratan de arrojar luz sobre las etapas climáticas del planeta, cómo afectan éstas a los humanos y cómo ha alterado el hombre el ritmo natural de la tierra, el único sitio donde, por ahora, podemos vivir como especie.