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Kant, arquitecto de la modernidad

OPINIÓN
TRIBUNA ABIERTA
Kant, arquitecto de la modernidad
JUAN A. NICOLÁS/PROFESOR DE UNIVERSIDAD
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EL acontecimiento cultural más importante del último siglo es, probablemente, la crisis de la Modernidad. Ésta consiste en la puesta en cuestión de la cosmovisión dominante en Europa desde el Renacimiento. El modo de entender al ser humano y su puesto en medio de la naturaleza, el sentido del saber, la organización de las relaciones interpersonales o colectivas, y el modo de organización social, tal y como los entendemos hoy, comienzan a gestarse a partir del s. XVI por intelectuales como G. Galileo o F. Bacon. Este proceso culmina en la Ilustración y es obra en gran medida de I. Kant. La actual impugnación del modelo de racionalidad allí forjado trae de nuevo al centro de las discusiones filosóficas, políticas, sociológicas, científicas o históricas a la figura del filósofo alemán.

Kant -de cuya muerte se cumplen hoy 200 años- fue uno de los artífices fundamentales de las bases de la cultura moderna, que hoy ha desbordado las fronteras europeas, para convertirse en cultura mundialmente predominante, en un ambivalente proceso de globalización. En primer lugar, suya es una concepción sistemática de la razón, que contiene un aspecto teórico y uno práctico. Su concepción teórica de la razón ha sido la base de la racionalidad científica. La ciencia ha sido sin duda el producto «estrella» de la cultura europea, y a pesar de los problemas que ha ido generando, resulta un elemento irrenunciable para afrontar el futuro de la humanidad. También considera Kant que hay un ámbito práctico de racionalidad orientado a la regulación de la acción humana. Es el terreno de la ética, en el que introduce la idea de libertad y autonomía. Frente a toda dependencia del hombre, Kant reivindica la propia conciencia (intersubjetiva) como única instancia legitimada para legislar, para determinar lo que ha de hacerse, lo que está bien, lo justo, lo valioso. Kant representa el mayor grito en favor de la autonomía, plasmado en su conocida llamada «¿atrévete a saber!», a ser tú mismo, a construir tu propio camino.

Ahora bien, en segundo lugar, su apelación a la conciencia y a la autolegislación tiene una orientación universalista. El criterio de valoración de la acción es la posibilidad de su universalización, con el que Kant quiere establecer un vínculo de solidaridad humana generalizado. Lo universalizable es exigible a todo ser humano, en cuanto ser racional. Ahí arraiga, por ejemplo, la idea de que es posible un reconocimiento de derechos humanos de carácter universal, es decir, ligado al hecho mismo de la condición humana. Esto no excluye todas las determinaciones individuales y grupales, sino que intenta darles un sentido dentro de un marco que vincula a todo ser humano, y permite a cada cual desarrollar su propio proyecto de vida de modo a la vez autónomo y solidario.

ESTA actitud requiere, en tercer lugar, una actitud crítica. El criticismo es quizás el rasgo más definitorio del pensamiento kantiano. En el debate público, científico o ético, todo ha de ser sometido al tribunal de la razón. Éste ha de garantizar un procedimiento no sólo respetuoso con los derechos de todos los implicados en la cuestión debatida, sino comprometido con el único valor absoluto que, en opinión de Kant, la razón descubre, a saber, el ser humano.

Con estas mimbres Kant teje el material con el que está hecha la cultura europea de los últimos siglos, una cultura en cuyas raíces está la reivindicación de la emancipación por la razón, del progreso científico y moral, del reconocimiento de la dignidad absoluta de todo ser humano, del espíritu crítico como motor que impulsa hacia nuevas exploraciones teóricas y prácticas, hacia nuevos modos de organización y de autocomprensión, de la solidaridad universal con individuos y pueblos, etc. Esto hace de Kant uno de los protagonistas más influyentes de la cultura europea, y es sin duda el gran arquitecto de la Modernidad.

AHORA bien, la Modernidad tiene también una cara oscura. El espíritu ilustrado-kantiano se ha desarrollado en una línea que en gran medida no responde a lo que fue su impulso inicial. El lema de la Ilustración «Libertad, Igualdad, Fraternidad» ha desembocado en una concepción instrumental y estratégica de la razón, en una escisión de los saberes que ha roto la unidad que Kant aún intentó mantener. Hoy la razón teórica, en su versión científico-técnica-industrial se ha desligado de la razón práctica. El intento kantiano de someter el avance teórico-científico a los principios de la moral ha fracasado. Esto ha llevado a una terrible ambigüedad. Por un lado, el progreso científico se ha utilizado a veces al servicio de los peores impulsos del ser humano; pero también, por otro lado, la ciencia ha proporcionado soluciones de problemas y niveles de desarrollo inconcebibles al margen de esta tradición cultural.

Todo el siglo XX ha representado un análisis y una crítica de la situación en la que de hecho ha desembocado la civilización, ya no europea sino mundial, de origen ilustrado. Que el modelo de cultura científico-ilustrado no ha conseguido los fines que se propuso, resulta una evidencia: sus mejores resultados no han llegado al conjunto de la humanidad. Esto ha dado lugar a una pérdida de fuerza social y de autoridad intelectual, que ha llevado a cuestionar su propia legitimidad y sentido. En esto consiste la crisis de la Modernidad. Ni se puede seguir adelante por esta vía sin más, ni tampoco se puede renunciar sensatamente a ella. En esta tesitura, la obra de I. Kant ocupa el centro de las discusiones. Todo replanteamiento del futuro de la humanidad pasa hoy por definirse frente al gran proyecto de sociedad que él planteó. Hay quienes pretenden seguir adelante con la trayectoria llevada hasta ahora, convencidos de que no hay alternativa mejor. Hay quienes intentan romper amarras con esta tradición, conscientes de que estamos en un callejón sin salida. Hay, por último, quienes sabedores de las enormes dificultades que esta tradición cultural ha de enfrentar, ensayan una reorientación que recupere algunas de las raíces perdidas (unidad de la razón, prioridad de la ética, fundamentación del saber) y abra caminos nuevos aún por explorar. En cualquiera de estas alternativas, el futuro de la humanidad pasa por replantearse el legado kantiano, replantearse las cuestiones básicas que él abordó (¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?) y las soluciones que propuso. Lo que sin duda resulta reivindicable del espíritu kantiano es que el radical replanteamiento que exigen los problemas actuales de nuestra cultura se realice desde la solidaridad y la autonomía universales.

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