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Franco y los nacionalistas
IDEAL ofrece mañana, por sólo 4,95 euros, el cuarto DVD sobre la contienda civil española más sangrienta de la historia
RAFAEL GIL BRACERO //Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada
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EL golpe militar del 18 de julio de 1936 es el inicio de la carrera política de uno de los generales pronunciados: Francisco Franco. El llamado caudillo ejercerá durante 40 años un férreo control de la sociedad española a través del Ejército, de las fuerzas armadas, del partido único estatal -la FET-JONS, de corte fascista autoritario-, a través de las instituciones locales y provinciales con el beneplácito y la legitimación de la Iglesia católica oficial.
Es curioso recordar que el general Franco que aconsejaba a sus ministros «no meterse en política» fuese el líder ¿carismático? del periodo político más longevo -al menos hasta la actual monarquía constitucional y parlamentaria de 1978- si tomamos como referencia los últimos dos siglos largos de nuestra historia contemporánea. Es ciertamente paradójico señalar cómo se asentó y perduró el poder político autoritario y personal del general Franco o franquismo. Entre otras claves que señalan los especialistas cabe referirse al origen del régimen y las coordenadas espacio temporales en que se desencadena así como a su capacidad de adaptación a los tiempos que transcurren hasta su decrepitud o decadencia final (desde la Europa de entreguerras y la pugna democrática, socialismo contra fascismo, a la guerra fría que enfrentará desde 1947 a los años setenta la bipolaridad de comunismo contra capitalismo occidental).
Sea como sea, los pilares del bando llamado nacionalista se asientan -por cierto que debiera corregirse y denominarse bando sublevado o bando franquista o antirrepublicano- sobre la liquidación de la experiencia republicana. Esa liquidación tiene una naturaleza multiforme: la represión o liquidación del régimen surgido de las urnas del 12 de abril de 1931, liquidación de los ayuntamientos democráticos, del sistema parlamentario de partidos, liquidación de los sindicatos de clase. Liquidación de las instituciones republicanas y representativas que es, al mismo tiempo, liquidación física (asesinatos, desaparecidos o presos políticos) y liquidación de los valores de libertad, igualdad, democracia social y plural en todos los ámbitos de la ciudadanía, en suma.
Bando de guerra
Este sesgo marcadamente social se pone de manifiesto en la construcción del que será Estado franquista: el bando de guerra de 1936, las medidas excepcionales contra los derechos y libertades individuales (en vigor hasta 1947), la suspensión de actividades políticas, sindicales, la derogación de la legislación laboral (jurados mixtos agrarios e industriales, bases salariales, ley de reforma agraria, de ocupación de fincas y laboreo forzoso). También en el protagonismo de la justicia militar de carácter excepcional -los procedimientos abreviados o juicios sumarísimos, cuando los hubo- o las secciones de justicia de las Capitanías Militares o Auditorías; sin olvidar el llamado continuum militarista del Estado franquista ajeno a los usos y formas de la democracia (Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, Ley de Represión del Comunismo, Masonería y Judaísmo de 1940, Ley de Orden Público de 1959 )
Liquidación de una experiencia, por un lado, y el esfuerzo por construir otra realidad que siempre fue la eterna revolución nacional, la llamada revolución pendiente del Estado nacionalsindicalista de la FET-JONS. Es cierto que la estructura política del régimen franquista presenta un conglomerado diverso y disperso (militares monárquicos antidemócratas, carlistas, falangistas filofascistas, católicos, grandes empresarios de la banca, propietarios medios y grandes propietarios agrarios) que se aglutina en torno a la acción contrarrepublicana pero que no tiene una ideología definida si no es la negación de juego y formas democráticas de representación y que no logra sociabilizar el mensaje de redención del nacionalsindicalismo de los años 30 y 40 porque se anteponen los valores y las prácticas del capitalismo agrario primero (la España de la cartilla de racionamiento, el estraperlo y la ruralización obligada por las circunstancias de la ruptura de relaciones comerciales con el mundo libre) y, después, a causa del paleocapitalismo desarrollista de los años 50 y 60, que triunfa finalmente con incuestionables y tremendos costes sociales (la emigración a Europa).
La argamasa de unión de aquella rancia, además de vetusta, realidad política y una realidad social paupérrima la presta el componente religioso del llamado alzamiento nacional que pronto se convierte en glorioso alzamiento militar o santa cruzada, que santifica la figura excelsa de Franco como figura mítica o mesiánica del nuevo orden recristianizado. El bando, pues, sublevado queda legitimado desde su orígenes por ser la personación del bien católico frente al mal (republicanismo, socialismo, revolución social, laicismo escolar, librepensamiento o democracia liberal).
Santa violencia
A resultas de ello devendrá el triunfo de lo que se ha llamado la legitimidad de la santa violencia: «Nuestra guerra no es una guerra civil -vendría a decir el mismo Franco en 1938- sino una cruzada de los hombres que creen en Dios, que creen en el alma humana, que creen en el bien, en el ideal, en el sacrificio, que luchan contra los hombres sin fe, sin moral, sin nobleza. Nosotros, todos los que combatimos somos soldados de Dios y no luchamos contra otros hombres, sino contra el ateismo y el materialismo, contra todo lo que rebaja la dignidad humana .»
En fin: represión, coalición antirrepublicana de corte social y clasista, recristianización de la sociedad como nuevo orden de valores que se eleva a categoría de universal con la teoría franquista del ultranacionalismo hispano e imperial frente al autonomismo de los territorios y el separatismo de los años 30 de preguerra. España -y así se difunde desde la escuela y la universidad de los años de postguerra- es una, grande e indivisible, además de cuna del cristianismo católico frente a los invasores musulmanes y contra el nuevo invasor contemporáneo que es socialismo y la revolución social.
Estos apoyos sociales serán ciertos y firmes hasta mediados de los 60. La realidad social y el cambio en el mundo exterior vendrán a poner de manifiesto las limitaciones y contradicciones de esas teorías con la realidad de España, sus gentes y sus territorios.