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ELSÍNDROMEDEWATERLOO
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JOSÉ VICENTE PASCUAL/
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INTERNET es un mundo curioso, evanescente más que virtual. La verdad se difumina en beneficio de lo llamativo, el rigor de planteamientos se aligera en aras de la brevedad y todo, absolutamente todo cuanto se pretenda decir o comunicar, depende en última instancia de la buena disposición de los dioses electrónicos; nadie sabe quienes son pero sujetan con mano invisible y omnímoda todo el tinglado.

De tal forma, siendo el número de páginas web, blogs y demás sitios superior en diez veces a la población mundial (o sea, que por cada terrícola tocamos, más o menos, a diez sites en exclusiva propiedad), es posible hacer cualquier cosa, por estruendosa sea, sin que se entere el vecino. Podemos fabricarnos una segunda vida, impostar una personalidad por completo imaginaria, ser megamillonarios, líderes ecologistas, actores de cine o lo que mejor proceda para ligar con quien apetezca; tenemos la edad que nos da la gana, el trabajo que queremos, vivimos en el lugar de nuestros sueños y nuestro perro, en vez de mearse en el pasillo, sabe ladrar hasta diez y el otro día rescató a un niño que se estaba ahogando en un pantano. Son las ventajas de la virtualidad. Poetas y escritores he conocido, y conozco, que se han labrado sólidas y brillantísimas biografías literarias, las cuales, convenientemente apuntaladas por algún pequeño plagio, les han servido para recibir sinnúmero de invitaciones procedentes de los lugares más peregrinos del planeta cultural (pongamos por caso Jordania, Bolivia o Lituania), donde se les considera afamados y acreditados representantes de la literatura española. No importa que estos virtuosos del mouse y el mail no representen, culturalmente hablando, ni al rellano de su escalera. Lo que conviene es forjar la apariencia verosímil y explotarla al máximo. Allá cada cual.

También sirve Internet para poner en circulación espectaculares currículos profesionales, los cuales, tarde o temprano, algún rendimiento aparejarán al impostor. En algunas páginas he leído biografías de tal calibre que, anonadado, he llegado a preguntarme: Señor de los espacios infinitos, ¿cómo es posible que este portento de criatura busque empleo de ayudante de redactor en una página de subastas cuando su currículo lo capacita sobradamente para ser ministro de Economía y Hacienda? Es lo que tiene la modernidad tecnológica: todo el mundo vale muchísimo pero nadie tiene que demostrar nada; con un teclado, una pantalla y una conexión en red ya está todo hecho.

Tal así sucedió en recientes pasadas fechas. Tengo creada una alerta en google sobre la sinestesia, por motivos que tienen que ver con una novela aparecida hace algún tiempo y de la que no importan ahora más datos. El caso es que el asunto me interesa y recibo noticias con cierta frecuencia sobre esta singularidad psicológica tan llamativa. Pues, oigan… pasmado, de piedra, mineralizado quedé al comprobar que en una prestigiosa web especializada en disciplinas del conocimiento (Centro de Recursos sobre Percepción y Ciencias Sensoriales), aparecen dos figurantes de la Universidad de Granada, él y ella, nada menos que como organizadores del Segundo Congreso Internacional sobre Sinestesia, Ciencia y Arte, celebrado en Granada entre el 28 de abril y el 1 de mayo pasados. Aturdido, amoscado, dudando de mi buena memoria, acudí inmediatamente a la documentación sobre dicho congreso que, con toda amabilidad y entusiasmo, me facilitó en su día la directora del evento, Mª José de Córdoba, de la Fundación Artecittá. Tras repasar intensivamente cada página del programa, comunicaciones, ponencias, actividades, comités, invitados, etcétera sumo, llego a la devastadora conclusión: nada. Nada de nada. Los dos espabilados expertos en psicología experimental, de la UGR, deben creer que los lectores de esta web y los usuarios de Internet son, por lo general, imbéciles sin enmienda, de modo que allá penas: se apuntan el bombardeo completo y, si hace falta, la liberación de París durante la II Guerra Mundial.

La verdad, el que dos osados medradores se inventen méritos extravagantes no me concierne, ni me importa ni me inquieta lo más mínimo. Lo que ya tiene otra pinta más peor es que utilice el prestigio de la UGR como aval de estas locuelas singladuras. Y no es el primer caso. Hace semanas comentaba en esta sección cómo un grupo de investigación (de la UGR, cómo no), se consideraba autorizado para sepultar la tradición europea del relato popular, dando el finiquito a los hermanos Grim y Hans Christian Andersen, por anticuados y machistas. No hace tanto, en otro alarde profesoral, otros cacúmenes se empeñaban en enmendar la plana a la Historia, rebautizando al anónimo autor del Lazarillo de Tormes, como suele decirse en mi barrio, por cohone. Esa ya es otra polémica. Miren, si les apetece hacer el indio, o necesitan imperiosamente inventar nonadas por el motivo que sea, ustedes mismos se las compongan. Pero consideren, buenas gentes, que el prestigio de una universidad (en el caso de Granada no hace falta ni señalarlo), va muy en ósmosis con el de la ciudad donde florece y pervive. Meter asnos en los establos del rey no nos confiere mucho decoro, precisamente. Así que un ruego muy humilde, y con ello termino: ¿Les resultaría muy engorroso no mezclar a la UGR en sus banderías intelectuales y cibernéticas? Favor que sabría agradecerles un seguro servidor, granadino orgulloso, hasta la fecha, del lustre, renombre y seriedad institucional de la universidad que fundase don Carlos I, a quien Dios tenga en gloria, y ad fugandas infidelium tenebrae.

Y nada más, que se me acaba el folio. Dentro de quince días les cuento cómo llegué a ser Comendador de la Orden de Santiago y Gran Maestre del Sacro Templo Jerosolimitano en una página web peruana. De risa.

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