Inicio / Historico

Ética y sociedad civil

RIBUNAABIERTA
Ética y sociedad civil
JOSÉ M. CASTILLO/
Imprimir noticiaImprimir Enviar noticiaEnviar
LOS problemas relacionados con el comportamiento ético de las personas y de las instituciones preocupan cada día más a la gente. Lo cual es comprensible, si tenemos en cuenta que lo que a todas horas se nos mete por los ojos, y lo que los medios de comunicación nos informan a diario, son noticias de violencia, corrupción y desorden a todos los niveles. Sería ingenuo y superficial decir que la causa de tanta violencia y de tanto despropósito está en que todo el mundo se ha vuelto malo y perverso en cuestión de pocos años. La cosa es muy complicada. Tan complicada que, sin duda alguna, aún no tenemos todos los elementos de juicio, que hacen falta, para dar una explicación coherente y adecuada de lo que está pasando.

De todas maneras, me parece que hay ciertos hechos que hablan por sí solos. Los cambios políticos, económicos y sociales, que se han producido en las últimas décadas, han sido tan rápidos y tan profundos, que han destrozado el antiguo orden que teníamos y que daba estabilidad y seguridad a los ciudadanos. Ahora bien, desde el momento en que el antiguo orden se ha resquebrajado, hasta saltar hecho añicos, se ha producido un fenómeno inquietante: la gente ha empezado a tener miedo. Cuando pensábamos que la sociedad avanzada, en que vivimos, es una sociedad segura y que garantiza nuestra calidad de vida, y la de nuestros hijos, de pronto, han empezado a saltar las alarmas. El cambio climático y sus sombríos pronósticos, la incesante avalancha de inmigrantes que llegan a nuestro país por todas partes, la violencia en las familias, en las calles, en los colegios, el consumismo desbordante, que no nos hace más felices, pero nos entrampa hasta las cejas, la inestabilidad en las relaciones humanas, y, sobre todo, la crispación creciente en la vida política, hasta el extremo de que ya lo único que importa es reconquistar el poder, aunque la brecha que está partiendo de nuevo a España se haga cada día más profunda. Todo eso, repito, es el caldo de cultivo en el que se cuece el miedo.

Ahora bien, el miedo consciente o inconsciente, reconocido o inconfesable, sea como sea, ese miedo desencadena el anhelo de orden, la recuperación de un orden perdido y añorado. Pero, entonces, nos encontramos con lo más sorprendente, a saber: que «el orden genera él mismo miedo y violencia» (Wolfgang Sofsky). O, como ha dicho recientemente este mismo autor, «la violencia engendra el caos, y el orden engendra violencia. Este dilema es insoluble». En España lo sabemos por experiencia: al caos que se vivió en la segunda república, se le pretendió poner orden, pero aquella pretensión costó un millón de muertos. Y lo peor del caso es que, en estos momentos, hay síntomas preocupantes que nos vienen a decir que, en España, no hemos aprendido la lección. Por eso, ahora mismo, hay quienes dicen que, para acabar con la violencia, ellos son los que van a poner orden. Pero no se dan cuenta de que, por ese camino, lo que van a conseguir es desencadenar más violencia. A quienes han asumido, como propuesta para España, semejante proyecto, habría que decirles lo que afirma el mismo Sofsky: «El fundamento último del poder no es la creencia en su legitimidad Su fundamento último es más bien el miedo a la violencia, a la muerte». Y bien que se está utilizando este mecanismo inconfesable para conquistar votos, aunque eso sea a costa de fracturar más a los crédulos, a los ingenuos y (también hay que decirlo) a los que defienden intereses y privilegios que de otra manera no podrían defender, sean del partido que sean.

En esta situación, cualquiera entiende que una de las cosas, que más necesitamos todos, es recuperar y fundamentar una ética que sea capaz de orientar nuestras vidas y nuestra convivencia en la sociedad civil. Cosa que no es fácil. Porque, para mucha gente, en cuanto se habla de ética, se piensa que estamos hablando de una moral inspirada en la divinidad, en las leyes y normas de la religión, en la llamada «ley natural» Pero ocurre que todo eso, que fue eficaz para orientar la conducta de la gente, hoy ha perdido su eficacia, en muchos casos, o se ha debilitado, en otros. La pregunta, entonces, resulta inevitable: ¿cómo podemos recuperar un orden que no nos precipite de nuevo en la violencia? Quiero decir: ¿cómo podemos hablar de los problemas relacionados con la bioética, con el poder, con la política, con el dinero, con la familia, con la religión, con la cultura ? ¿cómo podemos hablar de todo eso sin echarnos a pelear y sin crisparnos más de lo que ya estamos? Me da miedo recordar lo que, hace pocos años, escribió Zygmunt Bauman. Pero creo que hay que decirlo: «Como los vampiros, los valores necesitan sangre para renovar sus energías. Y cuantos más muertos, más radiantes y divinos son los valores en cuyo altar ardieron los cadáveres». ¿Por favor!, que nadie se escandalice. Los cristianos leemos en el Nuevo Testamento, con naturalidad y respeto, estas palabras sobrecogedoras: «sin derramamiento de sangre no hay perdón» (Heb 9, 22). Las guerras se hacen en nombre de los valores más altos. Y se cometen atrocidades para glorificar a los ídolos.

Con la intención de aclarar y debatir estos problemas, el próximo día 15 inauguramos este año el Curso sobre Ética y Sociedad Civil, que organiza el Centro Mediterráneo de la Universidad de Granada. Cada jueves, hasta el 24 de mayo, prestigiosos profesores de Universidades nacionales y extranjeras nos aportarán su saber y la ocasión de debatir estos temas.
Descargar