o había pisado el hombre la luna cuando Federico Mayor Zaragoza ya veraneaba en Salobreña, localidad granadina en la que tiene un chalecito construido en la ladera de una colina rocosa que da al mar. La vista es un privilegio, de esas que te dan ganas de ser gaviota para explorar todo lo que da de sí el paisaje marino.
En el mítico año de 1968 pasaron muchas cosas, pero para Mayor Zaragoza lo más importante fue que lo nombraron rector de la Universidad de Granada, institución en la que daba clases como profesor de Bioquímica. Fue en junio y a España llegaban los ecos de las revueltas universitarias del mayo francés. Una etapa para enmarcar en una vida. Fue ese año cuando el recién nombrado rector se retiró unos días en vacaciones al hotel Salobreña. Desde la ventana de su habitación vio un lugar que quedó grabado a fuego en su mente. «Fue como un sueño, quería una casa muy especial y pregunté qué persona ajena a la Universidad podría estar dispuesta a realizar el proyecto. Entonces conocí al arquitecto Alfredo Rodríguez Orga. Una mañana acudí a charlar con él y, mientras le relataba mi idea, él hizo un dibujo exacto a lo que tenía en mi mente. Entonces supe que se iba a convertir en mi rincón preferido».
Pidió un préstamo a un banco y su sueño se hizo realidad. La casa intenta estar mimetizada con la colina y su cal blanca resalta entre el verde de los pinos y el color azul del mar. Un viejo y enorme pino da sombra a la mitad de la vivienda, que tiene tres plantas, cinco habitaciones, terraza y una pequeña piscina que da sobre la bajada al mar. Está decorada por su mujer, María Ángeles Menéndez, con la que comparte tres hijos y varios nietos. Desde ese año de 1968, Federico Mayor Zaragoza no tiene otro sitio al que ir en vacaciones que Salobreña. Cuando construyó la vivienda él tenía 39 años, ahora tiene 77.
En algunas ocasiones, el ex director general de la Unesco ha calificado aquel lugar como su «paraíso particular», porque le ha permitido esos placeres que hacen decir a un hombre que ha tocado la felicidad. Allí ha veraneado con toda la familia, con sus padres, sus suegros, los abuelos… «Ahora con mi mujer, los hijos y nietos que vienen y van…».
Hay una pregunta tan típica como tópica que se le suele hacer a un entrevistado cuando está en pantalón corto: ¿Cómo es un día de sus vacaciones? Federico Mayor Zaragoza, que desde que dejó la dirección general de la Unesco en 1999 preside la Fundación Cultura y Paz, la contesta así: «Me levanto un poco más tarde que en invierno, cuando madrugo mucho. Desayuno, leo la prensa, despacho con mi secretaria por teléfono y fax y, si hace buen tiempo y buen mar, vamos hacia Marina del Este para dar una vuelta en nuestra barquita. Después del almuerzo, leo y, con frecuencia, dicto algún escrito o respondo temas pendientes. A partir de las siete de la tarde, paseo y tertulia familiar o con algunos amigos que hayan venido a vernos hasta la hora de cenar. Nos vamos a descansar sobre la medianoche. ¡Ah, se me olvidaba! Si no hace buen mar -tiene que hacer muy buen mar para que mi mujer autorice la salida-, utilizamos la piscina».
Excepcionalmente, el presidente de Cultura y Paz recibe alguna visita relacionada con la ciudad o con la cooperación internacional, aunque quienes más acuden son sus amigos granadinos, con los que suele compartir una charla informal y vaso de vino tinto, su bebida preferida. Lo que más le gusta a Mayor Zaragoza es bañarse en el mar. Dice que es «un placer indecible», aunque hay veces que teme «a las medusas moradas» tanto como a «la demagogia, el dogmatismo o el extremismo». Igualmente le hace feliz, además de no tener la mayoría de los días ‘agenda’, salir con el barco a navegar. «Lo de ‘navegar’ suena muy pomposo, especialmente si se tiene en cuenta que el ‘alto mando’ no nos deja ir más allá de 200 o 300 metros de la costa. Pero es suficiente. A veces vamos hasta Marina del Este».
Poesía y salmorejo
Federico Mayor Zaragoza pasa al menos tres semanas en su retiro de Salobreña. No suele moverse durante las vacaciones. «A veces tengo que viajar a Francia o Bélgica, pero procuro volver el mismo día». También le gusta moverse por los alrededores de Salobreña, por Motril, Almuñécar, La Herradura o Nerja. «Visito con frecuencia Salobreña, tanto para caminar por su magnífico paseo marítimo, como para almorzar o cenar en sus excelentes restaurantes. Pero no sólo en verano, también cuando tengo algunos días libres en Semana Santa o algún fin de semana me voy a ‘mi paraíso’».
Al presidente de Cultura y Paz le encanta leer poesía. Dos de sus poetas preferidos son Salvador Espriú y la granadina Elena Martín Vivaldi. «Me llevo muchos libros, la mayoría de poemas. Leo y releo algunos. Los otros quedan pendientes».
Durante sus vacaciones, viste de manera muy sencilla. «De eso entiendo muy poco. Me pongo lo que me prepara mi mujer, casi siempre unas zapatillas, el pantalón corto y una camisa». Le encanta la comida granadina, el salmorejo, las verduras y el pescado frito. «También me gustan mucho las frutas tropicales que en esta costa se dan gracias a su microclima, como el mango, el aguacate o la chirimoya».
En cuando a la desconexión del mundo laboral que todos perseguimos en época de vacaciones, dice que sigue la recomendación de su padre: discernir entre lo que debe preocuparle, que son muy pocas cosas, y lo que debe ocuparle, que es todo lo demás. «De todas maneras, yo no quiero ‘desconectarme’. Lo que quiero es descansar, pasear, nadar, navegar, hablar y escuchar a todos los amigos, pero especialmente a los niños, a mis nietos. De este modo ‘conecto’ con la realidad. Bastante desconectados nos tienen con tanto poder mediático durante todo el año. Por otra parte, creo que la lucha en favor de la paz no admite pausas».
De todos los veranos que ha pasado en la costa granadina, recuerda dos en especial. El de 1982, cuando era ministro de Educación y Ciencia y acababa de nacer su nieta Andrea, y el de 1987, cuando fue nombrado director general de la Unesco. «Desde entonces -concluye-, debido a mis innumerables viajes, he visto muchas bahías, pero ninguna como la de Salobreña».
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