Emilio García Gijón, in memoriam
FRANCISCO GIL CRAVIOTTO/
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CONOCÍ a Emilio García Gijón, hace ya muchos años, en la desaparecida librería de viejo del señor Tarifa. Un mismo afán por la lectura nos unía a los dos y el hecho de coincidir allí una y otra vez, hizo que surgiese entre ambos una tibia y cortés amistad que, poco a poco, se fue incrementando hasta convertirse, a mi regreso de Francia, en amistad verdadera y sin paliativos. Fue entonces -comienzos de los años 90- cuando Emilio García Gijón terminó siendo para mí ese hermano mayor que yo hubiese querido tener y nunca tuve. También fue entonces cuando, a medida que prendía nuestra amistad, fui calando en su bondad, sabiduría y sencillez.
En nuestros casi diarios paseos por la Carrera de la Virgen, los jardines del Genil, la explanada del Palacio de Congresos o las callejuelas del Realejo, Emilio García Gijón, gracias a su portentosa memoria, me llevaba a una Granada que yo no había conocido, pero que adivinaba más íntima y acogedora que la actual. Otras veces sus rememoraciones se paraban en los días terribles de nuestra desdichada guerra incivil y la represión franquista. «La cola de los que íbamos a llevar de comer a nuestros presos -me contaba- llegaba hasta la iglesia de San Isidro, pero lo más triste de todo era cuando llegabas a la puerta de la cárcel, entregabas la cesta de la comida y te la devolvían: era la señal inequívoca de que a tu preso, ya lo habían asesinado. Algunas mujeres caían al suelo, desmayadas». Tampoco faltaban las incursiones de su memoria en los días azules de la infancia -aquel inolvidable colegio de doña Paquita-, o en su vida profesional: sus clases de física y matemáticas en la Universidad o su etapa de concejal del Ayuntamiento en los años de la transición…
Recuerdos, anécdotas, aconteceres, sucesos… Toda la historia viva de Granada grabada en una memoria prodigiosa. Le aconsejé que todo ese cúmulo de vida y de historia lo reuniese en un libro de recuerdos. El libro que resultó se llamó Granada era un pañuelo y él, siempre generoso, me ofreció el honor de prologarlo. Lo dije entonces y lo repito ahora: el libro de Emilio García Gijón es un delicioso paseo de más de tres cuartos de siglo por la historia menuda de Granada -esa historia aparentemente anodina, pero en el fondo tan esencial que Unamuno la llamó intrahistoria de los pueblos-, que nuestro autor ofrece al lector en algo menos de ciento cincuenta páginas. Y, enredada a esa historia menuda de la ciudad, Emilio García Gijón nos ofrece también todo un mosaico costumbrista (en él convendría destacar las festividades religiosas) que enlaza con la mejor tradición granadina de este género. Juzgue el lector a través de este fragmento:
«La mocita estrena traje nuevo; el niño, los zapatos y la mamá un mantón para los toros que le ha regalado su marío. El termómetro, en el balcón, señala veinticinco grados y sólo son las ocho de la mañana. Menos mal que el toldo de arpillera va a dar una mijica de sombra porque, si no, a las doce, se iba a fundir hasta la plata de la Custodia. Ya están las calles a rebosar. Huele a barretas, a barretas y primavera».
Sin querer nos vienen a la memoria retazos de Afán de Ribera, de Nicolás María López, Seco de Lucena o incluso Pedro Antonio de Alarcón. Y es que el costumbrismo es un río alimentado por numerosas fuentes. El estilo del libro es en todo momento sencillo y exacto. Siempre la frase limpia y escueta, en su sentido más usual y concreto. Esta sencillez, que puede que más de uno la tilde de simplista, confiere a este libro una virtud que otros muchos quisieran para sí: es una obra asequible a todo tipo de lector. Basta saber leer para disfrutar de esta Granada de ayer.
Sin duda fueron estas cualidades las que, unidas a las muchas simpatías de su autor, las que hicieron que a los pocos meses de su publicación el libro se agotara, sin que hasta el momento se haya efectuado una segunda edición. A este libro de recuerdos siguió otro que la muerte ha dejado inédito, pues Emilio García Gijón, tras una desdichada caída en el portal de su casa, se nos fue para siempre ayer, 19 de febrero. A pesar de su edad -82 años- todavía seguía trabajando con la ilusión de un adolescente y lo mismo escribía un poema amor (a imitación de la poesía arábigo-andaluza) que componía una página de recuerdos. Incluso tenía la intención de comprarse un ordenador para pasar a limpio todos sus dispersos borradores
¿Descanse para siempre en paz este hombre bueno y eterno enamorado de la belleza de Granada!
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