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El silencio y la política

TRIBUNAABIERTA
El silencio y la política
RAFAEL GARCÍA VILLANOVA/CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD, JUBILADO
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LA tremenda masacre del pasado once de Marzo, perpetrada en el corazón de Madrid por terroristas islámicos, en una acción desalmada, en la que no puede encontrarse justificación alguna, ha despertado la conciencia de un pueblo que quiere vivir en paz y así lo ha manifestado al siguiente día con la presencia masiva en la calle, condenando en silencio el terrible atentado. Por ello, quisiera elogiar la virtud del silencio, tan necesario por su elocuencia.

Los enfrentamientos verbales de los contendientes políticos en estos últimos comicios y las ofertas fraccionadas de los adversarios con descalificaciones mutuas, a veces ofensivas, para alcanzar el voto por licitación al alza, han desviado la atención hacia asuntos ajenos al núcleo del discurso electoral y han dejado en la conciencia del ciudadano las secuelas del desánimo y de la confusión. Seria deseable que algún contendiente en campaña electoral renunciase en el futuro a la rivalidad en la oratoria enfática y agresiva con una propuesta unilateral e insólita si ofreciese al contrario la promesa que cierto sacerdote hizo a su obispo por un informe desfavorable que el prelado había emitido relativo a su comportamiento: «usted puede seguir hablando mal de mí y yo procuraré hablar bien de usted y así, los dos seguiremos mintiendo…»

Es bien sabido que el error de un padre con el hijo no altera la relación natural entre ambos y, de igual modo, el maestro que se equivoca con el discípulo no pierde la condición de maestro, pero el político no puede equivocarse porque el error le impide la gobernación del pueblo que ha depositado su confianza en él. Esta es su gran tragedia y, mucho más, cuando ese error, quizás el único, hace que se solapen o se olviden sus anteriores aciertos. El refranero confirma esta tremenda realidad: «quien hace ciento y no hace una, no ha hecho ninguna». Resulta aparentemente paradójico que escriba un elogio del silencio a mí que tanto me gusta hablar… Y es que, cuando el silencio no es estático sino meditativo, creador y contemplativo es una forma de hablar de lo que nos pasa en nuestro corazón. Decía Gracián que «el silencio es el santuario de la prudencia» y es la respuesta de más difícil comprensión, incluso en música, la interpretación de los silencios por el ejecutante resulta a veces lo mas difícil de la partitura.

Un ejemplo más de que un sólo fracaso político no es admisible en el ejercicio del poder nos recuerda a Mr Eden, ministro del Foreign Office de Gran Bretaña cuando fue nombrado Premier el cesar Churchill en la presidencia del gobierno. Una intervención desafortunada en la crisis del Canal de Suez, en diciembre de 1956, obligó a Eden a la dimisión en Enero de 1957, casi un mes después de su errónea actuación y desaparecer así de la escena política. Pero Mr Eden conocía bien la dificultad del silencio; en una reunión de sociedad, una señorita le preguntó si era muy difícil hablar cinco idiomas como él. Eden le contestó: «no, señorita, es mucho más difícil callar en cinco idiomas…».

El silencio se encuentra a veces en una noche serena, en el reposo y contemplación de un paisaje o en la severidad augusta de un templo. Sin él hubiera sido imposible el diálogo con Dios de Santa Teresa, San Juan de la Cruz. Fray Luis de León y de tantos místicos Los conventos de la orden de San Bruno, las cartujas, los concibió su fundador en el campo, alejados de las ciudades adonde no llegase el ruido perturbador del necesario y anhelado silencio que da la paz al monasterio.

Resulta a veces desconsolador presenciar el desarrollo de algunos debates políticos en los que la falta de contenido ideológico y de propuestas concretas y razonables se encubren con descalificaciones personales que esperan el aplauso o la repulsa de sus respectivos epígonos. La réplica conduce a veces a una espiral de violencia dialéctica donde la afrenta es el argumento radiante y definitivo para derrotar al adversario. Esta violencia dialéctica, en la que a veces la injuria está implícita y la estulticia llena el contenido del discurso, quedaría diluida y serenada si el contendiente tuviese el silencio por respuesta.

Decía Masson «que si por la palabra el hombre es superior al animal, por el silencio se hace superior a sí mismo». El silencio llevaría al político a un remanso de paz y la gobernación del país a un clima de calma y serenidad.

Muchas personas que quisiesen mantener en secreto la incógnita de su salud mental debieran seguir el consejo del Prof. Murillo en su discurso de colación del grado de doctor honoris causa por esta Universidad: En él recomendaba que en la vida «es preferible callar, aunque crean que uno es tonto a que, después de haber hablado no puedan quedar sospechas…» La prudencia que recomienda Gracián y el consejo del Prof. Murillo, caso de cumplirse, evitarían muchos disgustos a la clase política. JOSÉ MARÍA GUADALUPE
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