TRIBUNAABIERTA
El problema no es con quién se habla
NICOLÁS MARÍA LÓPEZ CALERA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO. UNIVERSIDAD DE GRANADA
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¿CON quién habla Zapatero? Si no habla con ETA y con Batasuna, ¿con quién habla?, ¿con las paredes? ¿Con los partidos que no son responsables del terrorismo? ¿De qué serviría? ¿Qué se iría a negociar con esos partidos? ¿Que Batasuna es un partido ilegalizado estrechamente conectado con ETA? Por supuesto. Y ETA es un grupo terrorista. Pero si no se habla con ellos, no tiene sentido hablar con otros que nada tienen que ver con el terrorismo. Terminar con esta clase de conflictos obliga ineludiblemente a sentarse con los verdugos por muy duro, sangrante e inhumano que esto parezca. La guerra del Vietnam terminó sentándose en la mesa de París grupos políticos revolucionarios y representantes de un ejército, todos con las manos llenas de sangre y acusándose mutuamente de asesinos.
¿Hablar con ETA sólo cuando se disuelvan, entreguen las armas y pidan perdón a las víctimas, como piden Rajoy y su partido? Si esto milagrosamente sucediera, no habría ya nada de qué hablar, o de muy poco. Sólo sería necesario ir a buscarlos, recogerles las armas y encarcelarlos. Dejo aparte lo del perdón de las víctimas que sólo se podría exigir si estuviéramos antes gentes arrepentidas, no ante gentes derrotadas.
Aunque Eta está debilitada y hace un alto el fuego, no está derrotada. No es cierto que esté derrotada. Si Eta estuviera derrotada totalmente, la consecuencia obvia es que sus militantes entregarían las armas y se darían por disueltos y entonces de lo único de lo que se podría hablar sería de acercamiento de presos y de posibles indultos, todo ello dentro de la ley y con especial respeto a las víctimas.
Habrá que tragarse, pues, lo de negociar con Eta y Batasuna, salvo que se acuerde en sede parlamentaria (no Zapatero o Rajoy por su cuenta) otra cosa, esto es, que la única respuesta a Eta ha de ser una incondicional respuesta policial y penal. Sin embargo, no creo que ni el parlamento español ni, en definitiva, la sociedad española, quieran seguir por esa única vía represiva. Por tanto, doy por supuesto que se va a hablar con los terroristas.
Entonces ¿de qué van a hablar? Ésta es la gran pregunta. ¿Del acercamiento de los presos? ¿De posibles indultos? No seamos ingenuos. Esos no son los temas sobre los que Eta quiere negociar. Los grandes temas de la negociación van a ser las cuestiones de fondo, enormemente sustanciales, que separan a las partes en conflicto para que haya paz. ¿Cuáles son esas cuestiones de fondo? ¿Hasta dónde están dispuestas a llegar en esa negociación de las cuestiones de fondo? Las cuestiones de fondo son los dogmas que ambas partes confiesan. Pero hay dos dogmas especialmente dignos de ser destacados.
El dogma terrorista es de sobra conocido. Para ETA no cabe que el alto el fuego se convierta en el final del fuego (la paz como ausencia de violencia) si no es a condición de que se reconozca el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Por respeto a ese dogma el terrorismo nacionalista no puede contentarse con que todo termine en un Estatuto un poco más autonomista que el vigente. Así pues, en principio, ese derecho de autodeterminación parece innegociable para los terroristas. ¿Qué van a negociar, pues, los terroristas? No lo sé. Nadie sabe exactamente lo que quieren negociar los etarras, pero lo que parece claro, o me parece claro, es que no van a negociar ese derecho, que hace tiempo constituyeron como causa belli y que aparece siempre en sus comunicados como el objetivo que, en todo supuesto, debe ser alcanzado y nunca preterido. Este derecho aparece siempre como un derecho meta-constitucional, un especie de derecho natural de evidentes resonancias escolásticas, no susceptible de pacto alguno. Hay cosas que son justas por naturaleza (ex natura rei) y una de ellas es el derecho de los pueblos o naciones a su autodeterminación. Lo que es naturalmente justo no puede ser cambiado por el acuerdo de los hombres (ex condicto hominum). Si los terroristas están dispuestos a negociar todo menos el derecho de autodeterminación del pueblo vasco, veo las cosas muy mal.
El dogma de la otra parte es bien conocido: la Constitución española. La otra parte afirma que todo es negociable dentro de la legalidad o sin violar la legalidad. Se pueden llegar a interpretaciones atrevidas de la legalidad vigente, pero nunca se aceptará una violación flagrante y directa de las leyes y menos aun de la Constitución. Y a ello se añade el argumento del precio político que todos desde esta parte mantienen («no se pagará ningún precio político en estas negociaciones») y que radicaliza más las cosas, aunque nadie sabe bien o exactamente en qué consiste este precio político. Parece que, desde luego, el precio político que nunca se está dispuesto a pagar es el cambio de la Constitución para reconocer el dogma de la otra parte, el derecho de autodeterminación. Por ahí no se puede pasar.
Desde un elemental realismo habrá de reconocerse que cuando se negocia a partir de dogmas, las cosas se ponen muy difíciles, por no decir imposibles, aunque torres más grandes han caído. Sin embargo, hay argumentos para la esperanza. Creo que es posible (quizá sea sólo un deseo) la flexibilidad conceptual en ambas partes. O los milagros. Cabe que, por ejemplo, que el dogma terrorista puede ablandarse, con la aceptación de un nivel más alto de autonomía para el pueblo vasco en un nuevo Estatuto que de hecho coincidiría con casi todos los contenidos que los terroristas asignan a ese derecho de autodeterminación. Cabe también que el dogma constitucionalista pueda flexibilizarse. El cambio de la Constitución es constitucionalmente posible. Sería un cambio para introducir, por ejemplo, algún precepto que de manera indirecta o ambigua (casi todo es posible en el derecho) significara un reconocimiento de ese derecho de autodeterminación. Es importante que los constitucionalistas españoles tomen conciencia de que no se puede forzar a que más de dos millones de personas, con su historia, su cultura, sus tradiciones, su lengua, etc., no puedan expresar libremente con quién y cómo quieren vivir en el futuro. Permitir que los vascos y las vascas, como suelen decir los nacionalistas, expresen en libertad cómo pueden organizar su futuro político sería el milagro de la otra parte.
Aunque cuesta trabajo tener como plausible que una de las partes se vaya a bajar de su dogma, hay otros motivos para la esperanza. Los procesos políticos tienen veredas y recovecos que la pura especulación es incapaz de descubrir o imaginar. Esta clase de procesos no son susceptibles de reducciones cientificistas. ¿Quién, desde la ciencia política más rigurosa, pudo prever el derrumbamiento de la URSS o la caída del muro de Berlín? Aquí habría que decir que la imaginación puede superar la realidad, especialmente la realidad política. Éste puede ser un importante motivo para la esperanza de un final feliz, aunque sea un motivo difuso.
Pero hay más cosas a favor de la esperanza. Los políticos conocen bien un importante y decisivo factor para que este proceso de pacificación termine realmente en la paz. Y ese factor es el tiempo, concretamente el tiempo prolongado o lento para constituir mesas de negociación, para definir los interlocutores y los métodos de discusión, para concretar los intereses y los objetivos de las partes. Ralentizar el proceso puede ser un decisivo factor que los políticos constitucionalistas van a manejar para hacer más difícil o imposible una vuelta atrás en el alto el fuego.
Pero este factor es, por supuesto, conocido también por la otra parte, los terroristas y su entorno. Ellos saben perfectamente que una lentitud en el proceso, que un mucho tiempo sin tiros en la nuca ni bombas, juega en su contra, pues puede suceder que los militantes terroristas se vayan acomodando a unas formas de vida que hasta ahora no habían disfrutado, como ir al supermercado, asistir a un partido de pelota vasca o a un buen partido de fútbol. Ellos saben que el relajo por la falta de acción lleva no sólo a que real o metafóricamente las armas se oxiden, sino a que se produzca un aburguesamiento de los activistas y se hagan menos combativos. Los etarras saben que estas situaciones de poco activismo y de poco apostolado conducen, como en cualquier iglesia, a que disminuyan o falten las vocaciones terroristas. Con un permanente y largo alto el fuego, puede suceder que si llega el momento de volver a las armas se encuentren los seminarios vacíos y los mayores con pocas ganas de líos de esta envergadura. Estar sin matar mucho tiempo lleva consigo que cueste mucho más violencia interior volver a empezar a ser violento. El factor tiempo es, pues, un factor especialmente importante. Por todo ello los etarras tratarán de evitar los efectos perversos del tiempo y meterán prisa a estas negociaciones. Y si no consiguen acortar los tiempos no es porque no quieran, sino porque no puedan, porque están débiles (por la represión policial y judicial o por una convicción relativa de los escasos resultados que ya puede dar la violencia).
En suma, el debate introducido por el PP sobre con quién hablamos parece una estrategia burda para que el proceso de paz fracase y para que fracase, en definitiva, el PSOE. Más preocupados y ocupados teníamos que estar en reflexionar sobre las dosis de flexibilidad y de tolerancia que todos han de ser capaces de aportar cuando empiecen las negociaciones. Ser flexibles y tolerantes es la única posibilidad real de que la paz se establezca en todos los territorios del Estado español.