OPINIÓN
PUERTA REAL
El mejor amigo
EDUARDO CASTRO/
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SI tuviera que elegir sólo uno de entre todos los placeres posibles en esta vida, no tendría ni que pensármelo: me quedaría sin dudarlo con la lectura. Por encima, incluso, del sexo. No es que renuncie ya de entrada a ninguno de los otros, por supuesto. Pero, si sólo pudiese quedarme con uno, insisto, la lectura ocupa, sin ningún género de dudas, el primer lugar en mi escala particular de valores. Y no sólo como material placentero: para muchísima gente, leer se ha convertido en una de las funciones imprescindibles para la vida. Sin ella, en efecto, ni siquiera podríamos concebir la existencia humana. Como no podemos concebirla sin respirar, sin comer ni beber, sin pensar ni razonar. No es de extrañar que, para este tipo de personas, el libro sea, pues, nuestro mejor amigo posible, el que nunca nos falla. No ya hoy, porque sea su día, sino siempre, en cualquier momento y lugar, todos los días del año, todos los años de nuestra vida. Aunque, volviendo de nuevo al terreno de lo concupiscente, a la hora de disfrutar, lógicamente cada cual tenga sus propias preferencias. Y de la misma manera que, salvo en casos de urgencia o extrema necesidad, procuramos seleccionar las viandas que ingerimos para que nos deleiten a la vez que nos alimentan, así también las lecturas que hacemos suelen estar casi siempre guiadas por nuestros gustos personales; o al igual que hay quien acapara en su bodega los riojas o riberas que más le satisfacen, un vistazo a los anaqueles de la biblioteca bastará para averiguar sus simpatías literarias: la acumulación de títulos delatará de inmediato los autores y temas preferidos de cada persona. En fin, para que sepan por dónde van mis gustos -al margen de novedades locales, que evitaré citar para que nadie se me moleste-, les diré, ya para terminar, los últimos libros que estoy leyendo o acabo de leer en estos días: Orígenes, de Amin Maalouf; La misteriosa llama de la reina Loana, de Umberto Eco, y El niño republicano, de Eduardo Haro Tecglen. En cuanto a mi aportación lectora al cuarto centenario y quijotesco año que estamos viviendo, aparte de las propias aventuras del ingenioso hidalgo, me ha dado también por releer las obras Vida de don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno, y El escritor que compró su propio libro, que, aun siendo de un granadino, Juan Carlos Rodríguez, es sin duda el mejor ensayo cervantino que hasta ahora conozco.
Para entender lo que tan torpemente he tratado yo de explicar, lo mejor sería que leyeran el último libro de Juan Mata: El rastro de la voz y otras celebraciones de la lectura, editado por la Universidad de Granada en su colección Biblioteca de Bolsillo. Aunque, si de lectores todavía por conquistar se trata, mi recomendación tiene por fuerza que ser otra: El buen amigo, de José Rienda, publicado por la editorial Port-Royal en su colección de narrativa juvenil y presentado, precisamente de la mano de Juan Mata, hace tan sólo unos días en el flamante foro de Ámbito Cultural. No en vano, como dijo éste, el tránsito de la infancia a la pubertad, donde el tiempo y el espacio tienden siempre a confundirse, es sin duda la ocasión ideal para ganar adeptos a nuestra causa. Que no es otra, por supuesto, que la poesía, la literatura, los libros.