REFLEXIONES SOBRE LA MARCHA
Presente y futuro de la Granada cultural (3) El Festival
RUIZ MOLINERO/
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COMO vengo repitiendo hace más de cuatro décadas, el Festival Internacional de Música y Danza es la convocatoria más importante de la Granada cultural. De ahí que desde siempre haya pedido la atención máxima de instituciones, firmas particulares, medios de comunicación y ciudadanos a este evento que tantas cosas llenas de riqueza excepcional acumula en su historia. El Festival es cierto que ha tenido altibajos, incluso ha habido momentos en que se temió por su continuidad. Hoy, consolidado totalmente, con la plena integración del Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento, Diputación y Universidad de Granada y un ramillete de firmas patrocinadoras, tiene un futuro despejado que sólo necesita aportaciones aún más generosas, para alcanzar las que obtienen otros certámenes. Menciono siempre al Festival de Canarias, modélico en esta cuestión dineraria, pero no podría olvidar ni las temporadas de ópera del Real, por ejemplo -que pagan las instituciones públicas- ni las miles de ofertas que tienen Madrid o a Sevilla, con su teatro de la Maestranza, como centro neurálgico. Por lo visto son los capitalinos de un país o una región los que tienen la suerte de escuchar, por ejemplo, Lohengrin, que estos días se representa en Madrid, o a Juan Diego Flórez, una de las voces más importantes del bel canto actual -joven, pero consagrado ya como el sucesor de Pavarotti, en decadencia, según la crítica especializada-, una estrella que, junto con Ruggiero Raimondi hacen disfrutar al público que acude a Madrid a las representaciones de El barbero de Sevilla.
Esta reflexión coincide con la presentación del programa de la 54 edición del Festival granadino, donde, precisamente, el paso atrás que se observa es la desaparición de la ópera que era una de las apuestas de Gámez, siguiendo el clamor general. La falta de un espacio escénico adecuado -de ello hablaré otro día- no puede liquidar un aspecto imprescindible en el Festival. No es lógico que tengamos que irnos a otros festivales -como, gratamente, hice el año pasado a Santander- para escuchar ópera o a los grandes divos actuales, como el propio Flórez o a la rumana Angela Gheorghiu.
Bien es verdad que este año se ha reforzado el capítulo sinfónico-coral que, como tantas veces he dicho, es un elemento esencial y hasta capital en el Festival. Tres conjuntos sinfónicos de la categoría de la London Symphony Orchestra, bajo la dirección de sir Colin Davis -uno de los grandes de la batuta que faltaba en estas jornadas anuales-, la Philharmonia Orchestra y la Staatskapelle de Berlín, con tres conciertos con el piano y la batuta de Daniel Barenboim, junto a la Kremerata Báltica, son ofertas de gran atractivo para el buen aficionado que realzan, con una variada programación -hay homenajes al Quijote y vuelve la Novena, por enésima vez, como referencia europeísta-, esta edición. La presencia de un verdadero poeta del piano como Alfred Brendel -ya en la crítica que le hacía en 1989 indicaba, en un programa parecido al de este año, la emoción y la belleza puesta en la appassionata, de Beethoven- o el Tokio String Quartet son otras muestras de calidad indiscutible. Estrenos absolutos como Sonetos del amor oscuro, colaboración musical-plástica de Mauricio Sotelo y Sean Cully ponen un trazo de modernidad, minoritaria, a la 54 edición.
Quizá el más discreto sea el capítulo de danza. Falta el gran espectáculo clásico, uno de los apartados predilectos de este evento. El sombrero de tres picos y el Café de Chinitas, con decorados de Dalí, llega un año tarde a Granada. Lo vimos en Santander y, salvo los decorados dalinianos, tampoco aporta nada esencial a las consabidas estampas. María Paget y Rafael Amargo -al fin en su Granada- son los encargados de completar este ciclo. Con una incógnita inquietante: ver cómo ha quedado la remodelación del teatro del Generalife. Yo, ya lo he dicho en otros comentarios, le tengo pavor a las remodelaciones en la Alhambra, a juzgar por la actual entrada a Sing-Sing del monumento. Me dicen que se han cargado ya el fondo de cipreses que era el decorado ideal de este escenario, superior a cualquier telón, por muy daliniano que sea. Y temo, de verdad, que se haya destruido el espíritu y la integración de este espacio escénico, metido entre jardines, rosales y vegetación, amén de haber reducido su aforo. No lo sé, hablo solamente de recelos y temores, porque no he visto la marcha de las obras. Ojalá todos podamos congratularnos de la mejora, necesaria, evidentemente, del recinto que no cumplía mínimas condiciones de acústica, visibilidad ni siquiera de seguridad. ¿Pero habremos perdido algo de la belleza y espíritu que desde 1953 nos ha hecho subir en masa a los granadinos y de otras procedencias a este singular escenario, donde por cierto, han pasado también las mejores figuras y conjuntos de danza del mundo? Mantendremos el suspense hasta que los responsables actuales de la Alhambra nos lo muestren, que desearíamos fuese antes de que se suba el telón metafórico del teatro el 5 de julio, no vayamos a que los ecos de una posible polémica -que no deseamos- dé al traste con un apartado vital e histórico del Festival.
Un Festival con demasiado pasado a sus espaldas que nos hace poner cada año que pasa las expectativas más altas, porque de otra forma muchos no concebimos este acontecimiento. Claro que para eso hace falta que la generosidad institucional y particular no se estanque. El ministerio ha subido su aportación en 150.000 euros -unos 25 millones de pesetas- y el presupuesto del Festival se eleva a 3.300.000 euros, 2.200.000 procedentes de las arcas públicas. Casi la mitad del de Canarias.
En fin, un Festival, musicalmente aceptable y hasta particularmente brillante en el capítulo sinfónico este año, exige más mirando al futuro. Es la exigencia que vengo manteniendo esas más de cuatro décadas en las que he realizado la crítica y el comentario de este evento. Nos va en ello eso tan utilizado hoy en términos mercantiles y económicos -y en el que también deben estar las cuestiones culturales- que es la competitividad. El Festival de Granada debe ser un importante faro hacia España y el mundo de lo que muchas veces he llamado una fiesta total de la Cultura que Granada, por incidencia monumental, historia y realidades creadoras exige y hasta hace fácil, con tal de no contar con demasiadas limitaciones políticas o económicas. No bajaremos la guardia, aunque reconozcamos no pocos esfuerzos y aciertos.