– El Duque
UNA de las Siluetas que Constantino Ruiz Carnero publicó el 16 de octubre de 1930 en el periódico que dirigía, El Defensor de Granada la tituló sencillamente Un duque. No hacía falta más para saber a quién se refería. Poco antes y haciéndose eco de una razonable teoría sobre la nobleza salida de los labios de Juan José Santa Cruz, Ruiz Carnero afirmaba: «No hacen falta duques en esta época igualitaria. Ahora bien; de existir, porque no haya otro remedio, los grandes de España deben ser como el duque de San Pedro de Galatino». Y ya, de su cosecha, añadía: «La teoría particular del señor Santa Cruz no es una concesión graciosa a la aristocracia. Tampoco puede interpretarse como una perturbación del sentido democrático. Lo que ocurre es que nuestro duque de San Pedro es un duque singular que ha logrado unir durante su larga vida dos polos distantes: la Edad Media y el siglo XX». Pues eso y ¿nada menos que eso!
El 30 de octubre de 2007 se cumplen 150 años del nacimiento, en el ya lejano otoño de 1857, de Julio Quesada Cañaveral y Piédrola, Señor de Láchar, Conde de Benalúa y de las Villas y Duque de San Pedro de Galatino. Afortunadamente su recuerdo ha pervivido en la memoria colectiva de los granadinos y ahora, como entonces, no hace falta añadir más, porque parece que en Granada hubiera habido un solo duque: el de San Pedro de Galatino.
Madrileño de origen y granadino de familia, adopción y vocación, Julio Benalúa, como le llamaban entonces, puede ser considerado como el prototipo de empresario innovador, que intuye posibilidades, se anticipa a las demandas y consigue aunar las voluntades necesarias para poner en pie proyectos casi imposibles.
Cuando en su infancia quedó huérfano, siguiendo las recomendaciones de su padre, fue entregado por su abuelo a su padrino y tutor el duque de Sexto y marqués de Alcañices, siete veces grande de España, uno de los hombres más influyentes de la España del momento y uno de los artífices de la Restauración. La Revolución le llevó al exilio, regresando a Madrid en vísperas de la Restauración, tal como él mismo narró en unas raras Memorias, que ahora acaban de ser rescatadas por la Editorial Universidad de Granada.
Julio Quesada era dueño de gran parte de los términos municipales de Láchar y de Benalúa y desde el comienzo de los años ochenta vivió alternativamente en Granada y Madrid; aquí residió preferentemente en su castillo de Láchar, construido en en el estilo alhambreño que tanto le gustaba y en el llamado Carmen de Benalúa, en el callejón del Caidero.
Benalúa estuvo vinculado al partido conservador, aunque siempre tuvo a gala ser un hombre «liberal, sinceramente liberal, profundamente liberal, entusiásticamente liberal, rabiosamente liberal. ¿Y que cada día soy más liberal!», según le confesaba a Nicolás G. Domingo en una entrevista que le realizó en 1930. Desde este compromiso, fue diputado a Cortes por Zaragoza (1884), Huelva (1891) y Granada (1897 y 1899) y dos veces senador por esta última provincia (1901 y 1903), hasta convertirse en senador vitalicio como Grande de España a partir de 1906.
Fue amigo íntimo de Alfonso XII desde la infancia y compañero de estudios y de pendencias del rey. Mantuvo también una buena relación con su hijo, Alfonso XIII y uno y otro visitaron con alguna frecuencia sus fincas de Láchar, donde el Duque organizó para ellos notorias cacerías. Todo ello, hasta que la Dictadura de Primo de Rivera, que a Benalúa le pareció un suicidio para la monarquía, creó entre ellos una fisura que nunca se llegó a restaurar.
Empresarialmente, Julio Quesada erigió una fábrica de azúcar y otra de aceite en Láchar, construyó un ferrocarril de vía estrecha de Íllora a Láchar, otra fábrica azucarera con los hermanos Rodríguez-Acosta en Aranjuez, construyó el hotel Alhambra Palace, inaugurado con la presencia de Rey en 1910, también erigió con sus propios fondos el hotel Sierra Nevada y promovió la constitución de la sociedad que construyó el tranvía de la Sierra de la que fue presidente y principal accionista. Como lo fue de la sociedad eléctrica San Pedro de Maitena, pronto fusionada con la de Diéchar, que abastecía de electricidad al hotel y al tranvía, explotó las canteras de serpentina del Barranco de San Juan y participó en multitud de empresas y actividades más con las que ganó fama de ser uno de los hombres más emprendedores de Granada. Pocas sociedades e instituciones hubo en Granada que no le halagaran, homenajearan y le contaran entre sus miembros como presidente, director o socio honorario.
Julio Quesada falleció en Madrid el 15 de julio de 1936. Siguiendo su deseo, sus restos fueron trasladados a Granada en cuya catedral recibieron sepultura el día 17, algo que, como Canónigo Honorario de la Catedral, le fue concedido por el Cabildo. El arzobispo Parrado tenía buenos motivos para ello. El duque había costeado el tabernáculo de la capilla mayor de la Catedral y, poco antes de morir, había donado una de sus obras más queridas, el Hotel Sierra Nevada, a la archidiócesis de Granada, para convertirlo en seminario de verano. El conocido por todo el mundo como Hotel del Duque.
Granada en realidad nunca ha olvidado a este hombre que gastó su fortuna más en beneficio de sus habitantes que en el suyo propio, pero cuando se cumple un siglo y medio de su nacimiento puede ser un buen momento para tener un especial acto de consideración para su persona y su obra.
Con este motivo y por iniciativa del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino diversas instituciones y empresas se han unido para rendir homenaje a una de las personas que más influencia ha tenido y más impronta ha dejado en la historia contemporánea de Granada, de aquella Granada comprendida entre el final de las dos experiencias republicanas de la historia de España. Una época de la que él fue no solamente testigo, sino protagonista destacado y singular.