Sofía tiene doce años y una cuenta en Tuenti. Señala con su dedo un teléfono de última generación en el que aparecen rigurosamente todos sus datos: nombre completo, ciudad de procedencia, fecha de nacimiento con el año falseado… En la pantalla brillan sus fotografías y ella las muestra orgullosa: «Aquí estoy muy guapa, ¿verdad? Me gusta esta foto, la hice en el cuarto de baño de casa porque es donde mejor luz hay». Bajo su dedo titila nítidamente su figura, contorsionada en una pose artificial, como si la niña de doce años se hubiera transformado en un extraño maniquí de escaparate. Sofía, protagonista de esta escena que se repite a lo largo y ancho del país, se ha convertido sin saberlo en símbolo de una generación, la primera del siglo XXI.
Las nuevas tecnologías han abierto distancia entre generaciones. Aunque los últimos datos del OJD son positivos sobre la introducción a redes sociales de personas con edades superiores a los 40 años, es la camada del siglo XXI la que pisa más fuerte en cuanto al uso de dispositivos de última generación y redes sociales. Lo que en un principio parece un dato esperanzador, la llegada de nativos digitales –nacidos y criados en pleno boom de las nuevas tecnologías- no está exenta de polémica. ¿Qué peligros afrontan? ¿Qué ventajas tienen? ¿Cómo está cambiando la educación? ¿Qué jóvenes estamos formando? Hace un año, la Fiscalía de Andalucía alertaba de que las redes se estaban convirtiendo en «plataformas para la comisión de hechos delictivos como amenazas, coacciones, entre menores que se conocen dentro del círculo escolar». Jóvenes que llevan las bromas del colegio a la red e impiden desconectar de ellas al que las sufre, un problema que ha preocupado a numerosos centros educativos de toda la comunidad andaluza y que en muchos casos ha reaccionado con charlas educativas que buscan concienciar a los alumnos sobre los peligros a los que se enfrentan: acoso, bullying, depredadores…
Por el momento, Sofía, para quién el móvil es prácticamente parte de su cuerpo, prefiere quedarse con lo novedoso, lo que ha convertido a los dispositivos de nueva generación en un éxito. Es capaz de chatear a la vez con cinco amigas, subir una foto de lo que acaba de comprar en una tienda y geolocalizar el bar en el que va a comer con su familia. Y no es malo. Expertos de todo el mundo aciertan a repetir que los nativos digitales son la generación más preparada de la historia, con una capacidad innata para el uso de internet. «No en vano, por ejemplo, los movimientos de dedos para ampliar o disminuir el tamaño de las pantallas en las tabletas son fruto de la investigación con niños», ha asegurado recientemente Paco Torres, experto en nuevas tecnologías y redes sociales, en el curso ‘Social Media: cómo usar y aprovechar profesionalmente la Web 2.0’ ofrecido por la Universidad de Granada.
Las redes y los dispositivos no son armas de destrucción, sino armas de construcción de una realidad mejorada, aumentada, con enormes posibilidades para la interacción social. La psicóloga Irene Durán opina en este sentido y apunta que «no se trata de un elemento maligno, hay que tener claro que están construyendo el mundo –lo que entienden por realidad- de toda una generación». Las opciones que ofrecen redes y aplicaciones están mejorando las capacidades de los nacidos en el XXI. El acceso al conocimiento se ha democratizado y es posible aprender –o enseñar- casi cualquier cosa en ellas. Sin embargo, son muchos los investigadores que no están seguros sobre el efecto que puede tener en las formas de lectura, en la memoria o en la construcción de la personalidad. «Estamos ante una sociedad cada vez más hedonista, que mira más por su propio placer, algo que no tendría por qué ser negativo; pero entre los jóvenes se está asentando el culto al cuerpo, la importancia excesiva por el físico, con los trastornos que eso puede ocasionar», señala Durán.
Sofía habla con sus amigas sobre cómo sale en las fotografías y señala con el dedo los retoques que podría hacerles. «Esta fotografía es de una amiga, se la hice también en el cuarto de baño de mi casa porque es donde mejor luz hay. ¿Qué si la hicimos allí para que no nos vieran? No, era solo por la luz», cuenta Sofía, con apenas doce años. Las conversaciones es donde más están cambiando los hábitos. Grupos de adolescentes que salen con el móvil en la mano y cuyos diálogos cambian sobre la marcha en función de lo que aparecen en sus pantallas; amigos que siguen los mismos programas por aplicaciones móviles donde pueden criticarlos o alabarlos en directo; relaciones que se trabajan a través de Facebook, Tuenti o Twitter y cuyo desarrollo se ve influenciado por el entorno digital, son ejemplos de cómo las conversaciones han cambiado respecto a las de los jóvenes de generaciones anteriores.
¿De qué hablarán dentro de diez años? No es una pregunta baladí, según Durán, pues las conversaciones de grupo que tratan sobre una infancia o adolescencia común son vitales para la integración social. «No son una tontería las conversaciones de ex alumnos o de antiguos vecinos; construyen una realidad común a partir de recuerdos diferentes, es algo que mejora la integración entre individuos», aclara Durán. La generación de Sofía, pues, de los tuiteos de sus personajes favoritos, de las bromas en las fotografías en Tuenti, de cómo sacaron partido a Photoshop, de qué luz era la mejor para las fotos, de bares geolocalizados con una puntuación positiva en Foursquare con los que iban con sus padres, de las discusiones en los chats de Facebook, de todo lo que ahora es inmediato hablará de lo inmediato y de una infancia curtida durante numerosas horas en las redes sociales. Porque en definitiva, como dice Sofía mientras rechaza las críticas que le vierten algunos familiares sobre la presencia de adolescentes en Tuenti, «si no estás en Tuenti, no estás» y para los jóvenes es imprescindible estar.
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