OPINIÓN
PUERTA REAL
Cretinos
GREGORIO MORALES/
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NADA desaparece. Sólo se disfraza. La estulticia sigue habitando entre nosotros como siempre ha habitado. No temo las dificultades ni la estrechez ni la muerte. Pero temo a los cretinos. No hay que ir muy lejos para encontrarlos. Están ahí, a la vuelta de la esquina, en la comunidad de vecinos, en el trabajo, en la casa consistorial, en el partido o sindicato y hasta en la propia familia de uno. Tienen la virtud de infestar las cosas más simples, más obvias, más fáciles, de enredarlas obscenamente hasta la extenuación y la locura. Cretino fue el fotógrafo norteamericano que, cuando, en 1997, reveló el carrete que le había llevado Xiomara González, donde aparecían sus hijos desnudos disfrutando alegremente de un baño en casa, la denunció por pornografía infantil. Cretina fue la policía que la detuvo. Cretino fue el juez que admitió la denuncia. Cretina fue la sociedad que no reaccionó contra semejante atropello.
El cretinismo es contagioso. Los cretinos se protegen entre sí para que sus idiotas injusticias perseveren. Todo cretino se apoya siempre en otro cretino y el primero de todos se apoya en la ley. La ley es la excusa perfecta de los cretinos. Allá donde oigáis mucho nombrar la ley, hay un cretino. Cretino es obligar a los conductores multados a identificarse bajo amenaza de multiplicarles la multa. Cretina es la LOGSE, que ha ido convirtiendo a este país en la isla de los niños-burros de Pinocho. Cretino es un partido político de izquierdas pegado a un empresario. Cretino es ampliar la oferta de canales analógicos cuando estamos en plena reconversión digital. Cretina es una institución pública que, según señala el historiador José Manuel Cuenca Toribio, tiene «censura y listas de buenos y malos». Cretina es la política de enchufados del Centro Andaluz de las Letras. Cretina es la política de enchufados de la Delegación de Cultura de Granada. Cretina es esta interminable guerra de Irak. Cretino es el botellón. Cretina es la denuncia formulada contra dos profesores de la Universidad de Granada por no haber tenido en cuenta las cartas de recomendación de una opositora, según señalaba ayer Esteban de las Heras.
Los cretinos tienen una virtud: estallan de santa indignación cuando se ignoran sus gregarios argumentos. Y, si tenemos la osadía de criticarlos, entonces ya se rasgan las vestiduras y se mesan los cabellos. ¿Ellos que se creen los salvadores de sus vecinos, los salvadores de la enseñanza, los salvadores de la patria y de la civilización! ¿Ellos ignorados! ¿Ellos criticados!
Nada desaparece. Sólo se disfraza. En los cretinos, arde vivo el espíritu inquisitorial. Son lo que, con hipócrita cara contrita («era la ley»), apoyaban las quemas de los relapsos, de las brujas, de los invertidos, de los científicos. Los enemigos del talento, de la originalidad, de la creación. Los que dicen defender la libertad, pero amenazan a periodistas si les dan voz a los heterodoxos, se quejan de los medios que plasman contenidos no gratos, censuran y calumnian desde sus puestos dados por otros cretinos, logrando entre todos que el futuro se cuele lo menos posible por entre los resquicios del sistema. ¿Vivan las cadenas (disfrazadas de libertad, claro)!
Nada desaparece. Sólo se disfraza. El pasado es una losa que conspira para seguir aplastándonos. Sólo si el cretinismo es derrotado día a día, se abrirá una esperanza de futuro. Pero es difícil porque, hoy por hoy, su bandera flamea en los buques insignia de nuestra sociedad.