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Centro Mediterráneo de la UGR

Hace casi tres décadas que la Universidad de Granada llevó sus aulas a la Costa durante el verano (primero fueron los cursos de español para extranjeros) en la idea de completar la formación de sus alumnos, a los que se da así la oportunidad de que reciban enseñanza no solo de la materias regladas e impartidas por profesores universitarios, sino también de otras disciplinas complementarias y de la mano de especialistas, expertos y profesionales experimentados. Esa idea aglutinadora de conocimientos y experiencia constituía la filosofía de los llamados cursos de verano, y a esa filosofía de la docencia complementaria e integradora ha de añadirse el carácter más informal, más distendido y relajado, que otorga la canícula, y la playa, aspectos estos que nacieron imbricados al proyecto del Centro Mediterráneo (CEMED) que dirige Juan García Casanova, un catedrático universitario enamorado del pensamiento y estudioso del hegelianismo español, Ortega y Gasset, el barroco español, o Gracián.
Durante esos seis lustros de aulas en la Costa han acudido a Almuñécar y Motril profesores ilustres de todo el mundo (proverbial y entrañable el ya desaparecido lingüista rumano Eugenio Coseriu), premios Nobel, personalidades del cine (Berlanga, Bardem, Miró, Sacristán, Echanove), dibujantes, escritores, científicos, investigadores. Pero, sobre todo, anónimos docentes universitarios dispuestos a aportar a sus alumnos lo que la rigidez y el programa académicos les negaban durante el curso. Todos ellos han hecho del CEMED un centro formativo de referencia y, lo que es más sorprendente, un centro competitivo en el ámbito de los cursos no reglados. Hecho este particularmente insólito por cuanto su presupuesto es pura calderilla si se compara con los cursos de Santander o El Escorial.
Ahora, cuando el Centro Mediterráneo ha ampliado su actividad en varias sedes de Granada, Guadix, Lanjarón y Motril, en la costa granadina, se diría, permanece intacta el alma que dio forma a estos cursos, justo en un tiempo en el que los españoles nos sentíamos más libres y más personas, e incluso con más derechos como ciudadanos. Antes de los sueños rotos, de la prima de riesgo y de esa gran falacia del estado del bienestar -lástima que tardáramos tanto en comprender que los ricos serán cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres- los cursos de verano concitaban ocio y academia, en un tráfago de ideas que hoy se ha visto subordinado al imperativo de las salidas profesionales.
Pero afortunadamente el paradigma de aquellos cursos de entonces se mantiene intacto en el alma de quienes siempre fueron personas libres y antepusieron su inquietud a lo acomodaticio, ese carácter que hoy define nuestro tiempo de cambios. Y aunque algunos ya se han ido, ahí están Juanfra, Jesús, Sagra, Cristina, Mari Ángeles, Carmen María, Jorge, en un común -irradiado- espíritu solidario, que define a la institución y le da categoría y rango.
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