– Aquella Escuela de Estudios Árabes (Algunas evocaciones con motivo de su LXXV aniversario)
EMILIO DE SANTIAGO/UNIVERSIDAD DE GRANADA.
PRONTO comencé mi largo aprendizaje del árabe clásico. Faltaban aún tres o cuatro años para que finalizara mi bachiller de letras. Muchas veces me pregunto, sobre todo ahora que ya emprendí la retirada (queda feo eso de arabista retirado, ¿no creen? Mejor les va a los toreros o a los militares), ¿cómo fue que decidí tan temprano mi futuro? Pues, a decir verdad, no tengo muy clara la cuestión. Sólo me vienen ahora a la mente ráfagas de cosas que pudieron contribuir, en aquel entonces, a animarme a seguir tan ingrato y difícil camino universitario. Tengo para mí, que la mayor influencia primígena me llegó de alguien así de entrañable e irrepetible como Joaquina Eguaras, una especie de sabia, paciente, cariñosa abuela que algunos disfrutamos, en especial los que no conocimos a las nuestras auténticas por ninguna de las dos líneas familiares. Seguro que fue el especial cariño y dedicación que ella ponía en instruirnos en los rudimentos del árabe literal, con la famosa Crestomatía (algunos, menos informados, la nombraban Cleptomanía) del gran maestro don Miguel Asín Palacios. Todas las tardes, durante muchos años, nos encontrábamos en una soleada Plaza Nueva muy distinta a la de hoy y, juntos, comenzábamos la marcha que, subiendo la Cuesta del Chapiz, nos dejaba a la puerta de la Escuela de Estudios Árabes, sita en el Peso de la Harina. El trayecto se me hacía corto -aunque no lo era realmente y además era bastante pino en gran parte- por la amenidad de las conversaciones y la belleza, excuso decirlo, del paisaje. No creo que ningún estudiante europeo dispusiera de semejante recorrido hasta llegar a su centro de estudio, ni que este centro fuese comparable a aquella Escuela en punto a arquitectura y panorámicas. Vamos, que pondría mi mano derecha, con la que escribo, en el fuego.
Decía que eran amenas las conversaciones porque Joaquina ponía siempre su nota de fino humor a todo y, con ese inteligente aditamento, adobaba muchísimas de las infinitas cosas de interés que conocía a la perfección: ya de numismática, ya de tradiciones locales, ya de curiosas anécdotas que, a no ser por habérnoslas referido a los que con ella íbamos, se hubiesen perdido para siempre. ¿Era todo tan distinto entonces! O acaso ocurra como en el nerudiano verso: «Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». También puede ser; no digo que no.
Bien, pero todo este preámbulo viene a cuento de que en este año en curso se cumple el LXXV de la Escuela de Estudios Árabes a la que ya he aludido. Muy pocos saben que su origen se fraguó (lo sé por haberlo oído de boca de su fundador, el eximio arabista don Emilio García Gómez, en una entrevista que le hice en 1993 para la revista AQ), a partir de una conversación que sostuvo él con el entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, don Fernando de los Ríos, quien, luego de mucho darle vueltas a la cosa, se avino a la creación de dos escuelas similares: una en Madrid y la otra en Granada. La creación de estos centros de estudio estaba recogida en el llamado Pacto de San Sebastián, uno de los pilares de la Segunda República Española, cuyo texto original decía mi maestro que nunca logró hallarlo, pese a consultar mucho posteriormente a sus colegas de la Academia de la Historia. El caso es que por Ley de 27 de enero de 1932 se fundan las Escuelas e inaugurada oficialmente la granadina el día 21 de noviembre de 1932. El emplazamiento no podía ser más hermoso y privilegiado. Dos semiderruidas casas que pertenecieron a ricos hacendados moriscos, Hernán López el Ferí y Lorenzo el Chapiz, su cuñado, fueron restauradas a tal efecto, con el mayor acierto y fidelidad a las originales trazas, por el benemérito don Leopoldo Torres Balbás.
Asombra, a estas alturas del tiempo, el claro concepto pedagógico establecido desde un principio y la variedad de materias que podían cursarse, quizá sea un caso único en la historia del arabismo mundial. Disciplinas como Árabe literal, Hebreo bíblico, Explicación de textos árabes clásicos (Ibn Batuta, Ibn Jaldún, Mutanabbi), Árabe marroquí (dos cursos), Árabe egipcio, Instituciones musulmanas, Historia de judíos y musulmanes, Técnica artística de las industrias arabigogranadinas, Cursos de castellano para orientales, Historia de la España musulmana, Geografía de países musulmanes, Arqueología arábiga o Arte hispanomusulmán formaban el amplio elenco de enseñanzas, impartidas, nada más y nada menos, que por García Gómez, Salvador Vila, Alfonso Gámir, Luis Seco de Lucena, Miguel Álvarez Salamanca, José Palanco, Joaquín Izquierdo Croselles, Antonio Gallego Burín y Henri Terrasse. Parece increíble, pero cómo se ha ido marchitando aquella flor de tan dorada e insuperable primavera.
Tengo en mis manos un folleto del curso 1934-1935 y casi me estremezco de ver aquel entusiasmo intelectual, aquella imparable actividad de docencia, aquellos becarios de otrora: Carmina Villanueva, Manuel Ocaña, Joaquina Eguaras, José Rubia Barcia, el P. Rodríguez Molero, etc. Menudo plantel. Son ya historia todos. Una historia digna de imitarse y de continuarse en el futuro. Tiempos corren de mayores facilidades de índole varia que ellos, los eminentes pioneros, no podían ni soñar. Me llena el alma de alegría poder rendirles homenaje en estas pobres líneas. A casi todos los conocí o fui su discípulo. Espero y deseo que este mi sentir modesto llegue a otros y, juntos, nos felicitemos de que el acuerdo entre don Fernando de los Ríos y don Emilio García Gómez, que a la sazón contaba 27 años, cristalizase, se desarrollara y siga viviendo su destino, cuando las sombras elíseas de tanto sabio, como en la antiguas leyendas beduinas, pasean al atardecer por los jardines de la vieja Casa del Chapiz. Nunca como en este instante comprendo los maravillosos versos de Ibn al- Labbana que coloca don Emilio en la dedicatoria de sus Poemas Arabigoandaluces: «Después de guarnecer de plumas mis/ alas, las mojaron de poderoso rocío por/ eso no puedo volar de su tribu». Bendita sea su memoria.
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