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Antonio Gallego Burín, granadino ejemplar

OPINIÓN
TRIBUNA
Antonio Gallego Burín, granadino ejemplar
RAFAEL GARCÍA VILLANOVA/CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD, JUBILADO
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AL cumplirse el primer centenario de la muerte de Gallego Burín (1995) pudimos conocer su obra a través de la exposición que con ese motivo se exhibió en la Casa de los Tiros y, últimamente hemos vuelto a leer con más detenimiento su rica biografía. Sus ilusiones literarias, artísticas y políticas han hecho de este personaje una figura singular, imposible de enmarcar en este espacio. Solamente nos limitaremos a exponer, en parte, su obra como Alcalde de Granada.

Son los tiempos en que finaliza la Guerra Civil y quiere devolver a Granada la alegría perdida en esos tres años de tragedia. Es consciente de la penuria económica pero está convencido de que la imaginación creadora se estimula con las limitaciones, mientras que se rebaja ante las facilidades ilimitadas. «Hay que volver por el gran estilo de Granada…» decía. Y brillan de nuevo las fiestas del Corpus, el día de la Toma, las cruces de Mayo y la Hispanidad. Su entusiasmo le lleva a repartir personalmente cal en el Albaycín para que recobre la luz. Sólo «está reunido» para resolver los problemas de las aguas potables. Crea el museo de la Casa de los Tiros y los orfelinatos del Pilar y la Divina Infantita. Todo ello cambia el semblante de Granada y lo transforma en felicidad.

Como cuentan sus biógrafos, inicia su actividad creadora con el enrasamiento del Embovedado, la demolición de la Manigua y la apertura de la calle Ganivet y adyacentes. Moderniza el Servicio de Bomberos, adquiere el palacio de los Múller en la Gran Vía para sede del Gobierno Civil y cede a la Universidad el viejo gobierno de la calle Duquesa. Restaura la Capilla Real y el palacio de Carlos V y urbaniza las plazas de las Pasiegas, palacio Arzobispal, Santa Ana, Bibarrambla, Padre Suárez, Santo Domingo, Trinidad, de los Lobos, San Isidro y prolonga la calle de Recogidas. Surge la fuente de Bibarrambla y la estatua de Fray Luis se coloca en «su sitio». Funda la hemeroteca de la Casa de los Tiros, inicia la pintura de las fachadas y se crea el Parador de San Francisco. Todo esto y mucho más hizo que Madrid mirase «con demasiada curiosidad al alcalde de Granada». El mayor asombro era que «un hombre que venía desde el campo de la Historia del Arte sorprendiera con sus dotes de administrador y financiero». Su concepción artística y la realización física estuvieron presididas por la ilusión y el amor que sentía por Granada.

Don Antonio vivió intensamente la época que le tocó y no la que, a ser posible, hubiese podido elegir, pero en ella hizo lo que sentía: guardó fidelidad al orden constituido y, de éste modo, pudo lograr lo que ansiaba para Granada y para España. Al profesor Gallego Morell y a mí nos hubiese gustado vivir en el Renacimiento, pero tuvimos que contentarnos con nacer en las postrimerías de la Belle époque…

Negarle el reconocimiento público a su obra y el monumento que perpetúe su memoria son actos que implícitamente conllevan el germen de la mezquindad.

La íntima amistad del profesor Gallego Burín con el doctor Marañón le llevaría a escuchar que lo «que da sentido respetable a la circunstancia política es el servirla con amor» ya que «no hay más que un modo de amor a la Patria que sentirse orgulloso de pertenecer a ella, desearle todo bien y estar dispuesto por ese bien al sacrificio de todo lo demás».

«La gloria de los grandes hombres -dice un gran pensador- debe medirse siempre por los medios que han empleado para adquirirla». Gallego Burín ha sido un claro ejemplo: la ha conseguido con amor y generosidad.

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