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Actualizar las instituciones – ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

OPINIÓN
TRIBUNA
Actualizar las instituciones
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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HAY una relación profunda entre la evolución de las modas en la vestimenta, los automóviles, el maquillaje y la imagen en general y la estructura actual del progreso científico y técnico.

Estar a la moda, estar a la última, es de una necesidad perentoria, más exigente que llevar la documentación o vacunarse contra la viruela. En todo caso nos vacunaríamos contra la gripe del pollo, que no es ninguna broma, pero lo haríamos por estar a la última, porque lo ha dicho la tele. Si no me vacuno de lo último ¿cómo me atrevo a ir por la calle?

Los modelos del vestir, los modelos de automóvil, no son lo que los antiguos entendían por modelos. Se decía, por ejemplo, «es un niño modelo» o también «es un obrero ejemplar». Por modelo y por ejemplar se entendía «ideal», es decir lo que no cabe mejorar y por lo mismo no debiera cambiar. Los modelos son inmóviles como las momias faraónicas o las máquinas tibetanas de oración automática (made in Taiwán).

Ahora los modelos son como los helados, se deshacen en un minuto, o como las servilletas de papel, se usan y se tiran. Un modelo es hoy, por definición, algo precario, perecedero y además muy caro, pues lo curioso es que contra más frágil y perecedero es un vestido, más caro, y los coches de competición, como los de los suicidas (y asesinos) de la autopista, son comprados con el fin de espanzurrarse en la primera esquina.

Hoy, puestos a hablar claro, no hay muchos modelos que duren y los que duran, como la Academia Francesa, los premios literarios, o las estadísticas de encargo, hace mucho que dejaron de ser modelos.

El sentido de la moda es el cambio, no el ejemplo. Un modisto lanza una línea de trajes de vestidos coktail, para una corta temporada. A nadie se le ocurre repetir un par de meses después. Su destino es cambiar a mejor, en realidad a nuevo, a otro. La moda es actualmente la reencarnación viviente del ave fénix, la manera que tienen los contemporáneos de morir y volver a nacer como en los mitos griegos.

Por otra parte si un modelo ya no tiene que ser ejemplar ni modélico, sino sencillamente original y lleno de vibraciones, lo que no cambia, lo inmóvil, lo rígido, es precisamente la misma dogmática del cambio por el cambio.

Hace un par de siglos que nos movemos, y con cierta progresividad, en esa dirección. El mejor modelo es el que desaparece nada más surgir y cualquier cosa que pretenda subsistir es seriamente sospechosa de prefascista o por lo menos demodé. «Sólo una cosa no nace ni muere: el nacer y el morir», decía Hegel, un auténtica prefascista, uno de los inventores del dogma del cambio permanente.

No obstante, este inamovible criterio del progreso entendido como cambio constante de modelos cuya única virtud es quedar bien y tener look en el ambiente y en los medios, es francamente contradictorio e irracional, si lo aplicamos a las cosas de la vida que no sean pura frivolidad, por ejemplo a ciertas realidades e instituciones vitales.

El pensamiento ecológico, un pensamiento de vuelta a la naturaleza y que, como buen heredero de Rousseau, es teóricamente enemigo del cambio por el cambio. Que nos conserven el ecosistema, que no contaminen el ambiente, que el agua sea agua pura con sus sales minerales y la gaseosa no tenga aditivos. No hay duda que el talante conservador es bien patente.

Tampoco acepta la gente, por el momento, que el dinero o la tarjeta de crédito dejen de funcionar tan cómodamente. También los puristas del flamenco tienen su canon y sus santos ejemplares y los ayuntamientos difícilmente dejarán de recalificar terrenos pro domo sua, o los partidos dejarán menos aún de financiarse con los negocios de la construcción.

Todo esto no debe cambiar y como no debe cambiar no cambiará. La lista de cosas que mucha gente quiere conservar y no quiere cambiar de ninguna manera son infinitas. Por eso, cuando alguien comenta que un Papa es «demasiado conservador», o que la familia tradicional es un atraso, dan ganas de reír con esa risa floja que suele entrar a altas horas de la madrugada.

Hay que cambiar, por lo visto, a deshacer, pero no cambiar a rehacer. Hay que deshacer familias o instituciones o la fama o la historia o lo que caiga en las manos, lo importante es deshacer, quizás por la impronta de aquel malvado refrán según el cual desvestir es más rápido, fácil y gratificante que vestir.

La familia es un ecosistema moral que genera la mayor cantidad de felicidad posible, siempre que se invierta un razonable capital de sacrificio, o ¿acaso, alguien espera obtener renta sin sacrificar algo? Un país funciona bien, cuando las familias funcionan bien. Si se deshace la familia, esto no es frívolo, indiferente y alegre, divertido. No lo es, porque reírse de las desgracias, propias o ajenas, de esas fábricas de infelicidad que son los matrimonios deshechos, es indigno de la inteligencia y del sentido común.

Es imprescindible conservar la familia, evitar divorcios y separaciones, por lo menos con la misma pasión que debemos evitar el humo del tabaco y los gérmenes que pueden entrar en los quirófanos.

No es cuestión de tradición o conservación, sino de felicidad y/o su contrario

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