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Los abuelos dan en la tecla

Los abuelos dan en la tecla

El 16 de marzo, Francisco Ayala cumplió 103 años y nos enteramos de que tenía su perfil en Facebook. «Quiero estar en el mundo de hoy, no en el de hace 50 años», había dicho dos días antes en una entrevista. Como el escritor granadino, miles de ancianos se han incorporado en los últimos años a las nuevas tecnologías. Algunos leen y escriben con esfuerzo, pero facebook, youtube, blog, mail, post, skype, messenger y link son conceptos que les resultan familiares.

Mientras la informática dejaba aparcados a miles de trabajadores maduros que no pudieron o no quisieron \’reciclarse\’, muchísimos jubilados, liberados ya de la presión laboral, se han subido al tren de las nuevas tecnologías para hacer una excursión de placer.

Y lo han hecho sin aspavientos. Han asistido a clases en hogares del pensionista, centros de día y asociaciones de mayores. Han practicado en casa con ayuda de sus hijos o nietos. Se han comprado un ordenador o usan los que facilitan las instituciones. Simplemente, han dado en la tecla. Tres mayores nos cuentan cómo lo hicieron.

«Vivir sin Internet hoy es como ser analfabeto»

A sus casi 85 años, Miguel Guirao Pérez aún figura en el directorio de la Universidad de Granada como profesor de Anatomía y Embriología. Cuando le tocó jubilarse, no se jubiló; como emérito, se empeñó en borrar del mapa el término \’tercera edad\’ y abrir de par en par las puertas de la institución académica a los estudiantes maduros a través del Aula Permanente de Formación Abierta. En torno al aula, fundó las asociaciones Aluma y Ofecum. Ya no está en primera línea en esos proyectos, pero no para quieto.

«Como me he desenvuelto en un medio universitario, culto, no me ha sido difícil adaptarme a las nuevas tecnologías, hasta el punto de que no me acuerdo de la fecha concreta en la que empecé a utilizarlas -confiesa-. Sí recuerdo el primer ordenador, grande y feo, con unos disquetes muy gruesos».

Hoy en día, Miguel tiene dos pecés, uno fijo y otro portátil, que usa a diario. Se comunica a través del Skype -de sus siete hijos, uno vive en Madagascar y otro, en Corea-, envía y recibe correos electrónicos, guarda fotografías, pinta, hace presentaciones, lee la prensa, busca información -le apasionan las células madre- y escribe. En cambio, nunca ha hecho una compra \’online\’: «No me atrevo, y es bien fácil».

No obstante, tiene algunas críticas para el mundo de las nuevas tecnologías: su progreso es demasiado rápido. «Siempre estoy dispuesto a aprender cosas, pero los mayores no podemos seguir el paso y estar al día -lamenta-. No cultivamos la informática regularmente, como en una oficina, y la olvidamos. Y cuando vas a retomar un programa, en vez de la versión 5 es la 7. Yo he hecho páginas web, pero si ahora me pusiera, todo ha mejorado muchísimo y tendría que reaprenderlo. Aún sigo utilizando la versión primitiva del Power Point. Y este ordenador nuevo viene con el Windows Vista y me cuesta trabajo porque no es exactamente la rutina que yo tenía con el XP… Nos sentimos un poco impotentes».

«Los abuelos necesitamos jóvenes, nietos que nos ayuden», sentencia. Miguel tiene doce, algunos en el extranjero. «Una nuera me ha puesto los iconos de los programas que uso en el escritorio, y eso me facilita mucho las cosas», añade.

A pesar de sus quejas, el profesor Guirao considera que dar la espalda al progreso es un grave error: «Hoy no se puede vivir sin entrar en Internet. Se cae en el analfabetismo más profundo». A los mayores que no se sienten capaces de entrar en la Red, les recuerda que hay montones de sitios donde aprender de forma gratuita.

«Internet responde sobradamente a todo lo que se nos pueda ocurrir. Pero quien no lo ha probado no se puede imaginar lo que es -advierte-. A muchos mayores les ha cambiado la vida radicalmente. Si tienes un ordenador, la soledad no se concibe… Es que te vuelves joven. Puedes comunicarte con tus nietos, buscar actividades para hacer, tienes un número infinito de programas, de contactos, de entretenimiento…».

Miguel admite ser menos lanzado con otras tecnologías. «Los mayores usamos el móvil al 25% de su capacidad -reconoce-. Eso sí, como voy a muchos actos públicos, sé apagarlo, para que no moleste».

«Es otro mundo. Nunca dejas de aprender»

A María Muñoz, al principio, la informática le daba risa y un poco de vergüenza. «Navegar yo en Internet -se decía-. ¿Pero si no sé ni nadar!». Pero esta modista, con cinco hijos y doce nietos, vive en Jun (Granada) desde que se casó con 19 años. Y Jun no es cualquier sitio: el alcalde de esa localidad declaró en 1998 que Internet es un derecho universal y poco después instauró la teledemocracia. Así que lo que a esta mujer le daba risa se convirtió en afición; y hoy por hoy Mari tiene blog, está en Facebook y todos los días le da un «repaso» a la red de redes, después de hacer las tareas de la casa.

El \’principio\’ fue hace diez años, cuando CajaGranada regaló al Hogar del Pensionista del pueblo unos cuantos ordenadores. Una profesora le dio clases a Mari y a sus amigas de la Asociación de Mujeres Pintoras. Poco después ya eran adictas al teclado.

«Internet es otro mundo. Ahí tienes toda la información que tú quieras», subraya Mari. Sus páginas favoritas son las de recetas de cocina, las de las pasarelas de moda, para ver los desfiles, y las de los museos, porque desde que ella misma pinta, le encanta ver arte. También le gusta leer las noticias y visitar sitios de Medicina. «Porque tengo los ojos pachuchillos. Será por culpa de la costura…», aventura.

No es amiga del \’ciberpalique\’. «Chatear no me gusta -zanja-. Si tienes una prima en Barcelona y chateas con ella, bueno, pero lo demás…». Y sabe colgar fotos. «Esto es como lo de los médicos; nunca dejas de aprender», recuerda.

Mari se encuentra estos días un poco inquieta porque Vodafone está haciendo alguna reforma en el servicio y se ha quedado sin línea. «Siempre le doy un repasillo al ordenador después de hacer las cosas de la casa, en vez de ver la tele», explica. Aunque sus hijos y nietos viven todos en el área metropolitana, a Mari le gusta ver que todos comparten afición. «Tengo un nieto de 4 años que se maneja…».

¿Y qué dice su marido? Mari da unos cuantos rodeos para explicar por qué Manolo no está enganchado al \’ciberespacio\’. «Tiene 74 años y ha trabajado de celador en el Hospital Clínico, pero desde que se jubiló se dedica a arreglar unos jardines. Es grandote y tiene unas manos muy \’rúas\’… bastas, en una palabra. Lo apunté a un curso, pero cuando va a pulsar una tecla, le da a dos -explica-. Yo me reía un poco y él decía: \’Niña, que yo no tengo manos para tocar el piano\’».

Salvo por esos pequeños contratiempos, Mari no cree que aprender a usar el ordenador sea complicado para las personas mayores. A ella le resulta incluso más fácil que otros aparatos: «Mis niños me han regalado un móvil y he estado tres meses sin enterarme de que podía tirar fotos con él». «Yo he visto a una mujer de aquí, con 84 años, entrar a Internet, navegar y chatear. No sabía leer y escribir muy bien, pero con una profesora… -señala-. No es fácil ni es difícil, todo es que te guste, prestes atención y pongas interés. Pasa como con la costura».

«Lo que no está en la Red es que no existe»

Hace 7 años, con sólo 52, el ingeniero Antonio Rojas se prejubiló de la fábrica automovilística Santana de Linares y se mudó con su mujer y sus dos hijos a Granada. Su intención era que los chavales estudiasen en la centenaria universidad y disfrutar de tiempo libre en una bella ciudad. Lo primero se cumplió, pero lo segundo… Antonio es un prejubilado con mucho trabajo, sobre todo por culpa de Ofecum, la asociación de cultura para mayores en la que es voluntario. «Necesito hacer más ejercicio, pero no tengo tiempo», se queja.

«Mis primeros contactos con las nuevas tecnologías fueron en la fábrica -rememora-. Cuando trabajaba, me resistía a entrar en Internet, porque sabía que enganchaba. \’Tiempo tendré\’, pensaba. Y así ha sido: ahora estoy todo el día liado con el ordenador».

Vocal de nuevas tecnologías en Ofecum, se encarga junto a otros dos voluntarios de actualizar la web de la asociación -incluida su valiosa agenda cultural- y también el sitio de la red intergeneracional del Imserso. Además, tramita las subvenciones de Ofecum y dos veces por semana imparte clases de informática para principiantes. Los que no saben nada aprenden a familiarizarse con el ratón y el teclado; en una segunda etapa, penetran en los secretos de Windows, Word, correo electrónico e Internet. «En la última clase les enseñamos nuestra página web, que es muy rica porque tiene toda la información cultural, un foro y un chat».

Cuando tiene tiempo libre, Antonio usa el ordenador para leer la prensa, organizar visitas y excursiones, hacer gestiones administrativas o navegar sin rumbo fijo. Reúne en su persona la experiencia directa de un individuo que descubre la red de redes en plena madurez y el punto de vista del observador que ha visto a muchos mayores sentarse por primera vez en sus vidas delante de la pantalla de un computador.

«Al principio hay que convencerles de que eso no muerde. Tienen miedo de romper algo porque sus hijos o nietos no les dejan tocar el ordenador. Algunos no saben por dónde anda el ratón o no encuentran las letras en el teclado…», dice.

Sea como sea, las aulas de Ofecum siempre están llenas. «El 70 u 80% son mujeres. En ellas hay una especial avidez, por el desfase de épocas anteriores. La mejor labor de marketing ha sido el boca a boca», señala Rojas, quien recuerda que las clases son gratuitas, pero los alumnos deben pagar una fianza, para evitar la informalidad.

Para los mayores, la informática tiene un montón de alicientes. «Algunos quieren aprender a escribir porque están redactando sus memorias o un libro o tienen mucha información manuscrita. Otros tienen hijos en Canadá o Estados Unidos y quieren comunicarse con ellos por la webcam. También les gusta la fotografía, el Power Point, las felicitaciones de Navidad… -desgrana-. Una vez que aprenden son hasta peligrosos: tengo una alumna que me manda decenas de presentaciones».

Aunque personalmente no usa las redes sociales, sí fomenta que los mayores, aunque no manejen Internet, conozcan el vocabulario básico, a través del \’Observatorio del siglo XXI\’ de su revista, para poder hablar con sus nietos sin perderse. «Si no entras, te quedas desinformado». Y con una ventaja para los ancianos que se desvelan por la noche: Internet es ideal porque puedes entrar a cualquier hora.

Para Antonio, el valor añadido de estas clases es que son un punto de encuentro: los alumnos se apuntan juntos por amistad, se van después a tomar un café, organizan una \’meriendilla\’ al final del curso en honor de los voluntarios… «Viene mucha gente viuda, separada, prejubilados, gente con problemas físicos o psicológicos… Hay una psicóloga que de vez en cuando nos manda a alguien para que se le cure la depresión…», comenta.

Hace unos días, relata Antonio, hicieron una excursión a la zona de pantanos de Málaga. «Al volver entré en Google Earth y me di cuenta de que nos habíamos perdido un montón de cosas. Esto da pie a hacer otra excursión -explica-. Ahora estoy organizando otro viaje al Valle del Jerte y he hecho todas las reservas por Internet, pero he tenido que adelantarlo varios días al ver en la Red la evolución de la floración de los cerezos». «Lo que no hay en Internet, no existe», sentencia Antonio Rojas.
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