Acoso escolar: la historia de nunca acabar
EL acoso escolar es un fenómeno con cierto arraigo entre los estudiantes, que se muestran «resignados y pesimistas» ante este fenómeno, lo que deja pocas puertas abiertas para combatirlo. Al menos es lo que se desprende de un estudio realizado en la Universidad de Granada entre adolescentes españoles y portugueses, en el que se destaca además que la víctima suele ser vista como «socialmente incompetente» frente al estereotipo de persona fuerte y alegre.
El estudio ha sido realizado entre alumnos de Granada y Braga (Portugal) por el departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Granada, y sus resultados han sido publicados en varios medios especializados.
Según la profesora responsable del informe, Maria Jesús Caurcel, la mayoría de los adolescentes cree que el maltrato entre iguales en el ámbito escolar «es algo que ocurre desde siempre y que además va a continuar».
«El acoso o bullying se está incorporando cada vez más al bagaje cotidiano, se considera como algo natural y goza de cierta aprobación social», explica Caurcel, quien subraya que «los escolares apoyan el comportamiento de los agresores, y dejan aislada y desprotegida a la víctima».
Lacra social
En este sentido, el elemento más preocupante es que un elevado número de los más de 1.200 alumnos encuestados presentan «una visión negativa, pesimista y de resignación» ante esta lacra social, por lo que la responsable del informe alerta de las dificultades de los pedagogos para intervenir ante esta situación y ponerle freno.
Por ello, la docente advierte que es necesario «demostrar a los chavales que este tipo de actos no tienen que continuar para siempre, y que se puede hacer algo para terminar con ellos», especialmente a través de programas educativos más completos.
Según los datos aportados por los alumnos de entre 11 y 16 años, los alumnos recurren a estereotipos sociales para describir a los protagonistas del maltrato. Así, representan a la víctima como una persona «pasiva, socialmente incompetente y que experimenta estados emocionales desagradables de ansiedad, depresión e inseguridad».
Por el contrario, el agresor es visto como «una persona fuerte, valiente, extrovertida que experimenta estados emocionales agradables», una especie de «victimizador feliz» en palabras de Caurcel al que sus actos «le dan poder y confianza en sí mismo y refuerzan su estatus en el grupo», aunque inhiben otras motivaciones sociales para terminar con los abusos.
Victimización
Los investigadores han constatado que, en los centros escolares estudiados, existen comportamientos de victimización con una tasa de incidencia de 7,3 por ciento de víctimas, mientras que el 8,5 por ciento son agresores y 84,1 por ciento de niños se limitan a ser espectadores.
El informe pone de manifiesto que existen diferentes percepciones del fenómeno según el sexo y la edad de los alumnos.
Así, las chicas condenan los abusos «de una forma más crítica», reaccionan ante ellos con emociones desagradables. Reflexionan sobre la víctima», ya que la describen con cualidades positivas y «reconocen su sufrimiento». Mientras, los chicos resaltan la vulnerabilidad y responsabilidad moral de la víctima, de la que llegan a señalar que «debería sentirse culpable y avergonzada».
Rechazo
Respecto a la edad, el informe constata que a medida que crecen «se acentúa la idea de vulnerabilidad de las víctimas y se intensifica el rechazo contra los agresores», algo que los investigadores achacan a una mayor interiorización de las normas sociales por parte de los niños.
Caurcel destaca que este informe ha sido una herramienta fundamental para hallar asociaciones, regularidades y factores de riesgo y de protección, que la comunidad educativa podrán usar como punto de partida para buscar una respuesta adecuada y realista al fenómeno del acoso escolar y ayudar a los escolares a salir adelante con sus propios medios.
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