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Prever, prever… y nunca será suficiente

Alarmantes noticias sobre los terremotos y sus desgracias desandan por estos días el mundo de una punta a la otra, de un continente al otro. El sacudión del 12 de enero en esta ciudad parece haber prendido el bombillo rojo de la alarma antisísmica. Y aunque los especialistas se empeñan en demostrar que no está pasando nada extraordinario, la opinión pública sigue emitiendo señales de preocupación. Los recientes temblores en Puerto Príncipe, Chile, Argentina, la isla de Sumatra, Taiwán… , agitan comentarios y augurios apocalípticos.

Un artículo publicado por el sitio digital de la televisora británica BBC Mundo llama a la calma. Allí explican que según el Servicio de Inspección Geológica de Estados Unidos (USGC) los sismos recientes forman parte de un patrón constante que se ha detectado desde 1900, cuando comenzaron los registros geológicos. No ha habido más terremotos ahora que en otras épocas, dijo a la BBC, Francisco Vidal Sánchez, sismólogo investigador del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada. Lo que sí es un hecho, afirman expertos, es que estos son cada vez más devastadores. Pero no porque la Tierra se sacuda más, sino por el incremento en la densidad de población que vive en las zonas de riesgo, continúa explicando el artículo.

Anualmente el Centro Nacional de Información de Terremotos del USGS detecta entre 12 000 y 14 000 movimientos telúricos, unos 50 por día, muchos de ellos imperceptibles. Pero el alcance de los medios de comunicación hace creer en el aumento de los terremotos, a lo que también se suma el incremento del número de estaciones sismológicas que los identifican. Según el USGS, en 1931 operaban 350 estaciones en todo el mundo, hoy existen más de 4 000 sismógrafos, y los datos que recogen pueden viajar rápidamente a través del planeta por vía satélite, computadoras e internet.

Pero a pesar de que los equipos para detectar los sismos son cada vez más sofisticados, y se le presta mayor atención a su estudio en muchos países, nadie puede pronosticar con exactitud el lugar y el día en que ocurrirán. Para aminorar la desgracia que pueden producir estos temblores solo vale la prevención, la cual pasa en primera instancia por un monitoreo constante de los movimientos telúricos, luego por el estudio preciso de la reducción del peligro, las vulnerabilidades y los riesgos, y por la confección de un plan de respuesta que incluya la garantía de gobernabilidad luego del desastre, la ayuda inmediata del país a la zona afectada, el estudio de las naciones que mejor pueden socorrer en caso de catástrofe y la preparación del pueblo. Insustituible es también la metodología de construcción antisísmica. Todo ello parte en primer lugar de una verdadera percepción del peligro.

En Haití desde el año 1842 no temblaba la tierra. Y a pesar de que una investigación realizada en 1992, y ratificada después en el 2008 en la Conferencia Geológica del Caribe, concluyó con el pronóstico de un terremoto de gran magnitud, pues la falla de Enriquillo estaba al final de su ciclo sísmico; sin embargo, los estudios de riesgo en este país se basaban, fundamentalmente, en el peligro de inundaciones por intensas lluvias y los huracanes. Tanto es así que aquí no había una sola estación antisísmica antes del desastre, ahora existen tres montadas a toda carrera. De ahí que los temblores de enero tomaran a todos desprevenidos, incluyendo al Gobierno.

Resultaba imposible, en tales circunstancias de indefensión, ofrecer una respuesta rápida y efectiva al desastre. No era de extrañar que la ayuda demorara, y que cuando llegara se convirtiera en otro problema por la falta de prioridad, y el desconocimiento de a quién y cómo ayudar. Mientras, el daño sicológico iba en aumento ante la magnitud de la catástrofe y la demora del auxilio gubernamental que podía dar esperanzas en medio del dolor. Explican los especialistas que el shock sicológico ante desastres tan letales es inevitable, pues en solo segundos las personas pierden lo más querido y aquello que costó años levantar. Pero si encima de eso la ayuda más elemental no llega, el caos se generaliza. Eso fue lo que vivió Puerto Príncipe luego del terremoto, todavía a semanas del suceso la gente deambulaba por esta ciudad como zombis. Y aún siguen si saber qué será de sus vidas, sin saber cómo ayudar al país a levantarse, sin saber siquiera cómo despertarán mañana.

Pudiera creerse que esta es una situación exclusiva de países tan pobres como Haití donde otras urgencias postergan, una y otra vez, la preparación contra desastres. No es un secreto que la mayoría de las edificaciones haitianas destruidas eran muy débiles y no cumplían con las más elementales normas de construcción. En declaraciones a Granma el arquitecto Leslie Voltaire, asesor del presidente René Preval, dijo que aquí se construye con bloques de concreto artesanales, y que el Estado no supervisa. Solo un 5% de las construcciones las realizan manos profesionales, todo lo demás es hecho por personas sin conocimientos.

Sin embargo en Chile, uno de los países más desarrollados de América Latina, ubicado precisamente en el cinturón de fuego del Pacífico donde se libera el 98% de energía de los terremotos, la tragedia del 27 de febrero derribó edificaciones nuevas construidas, supuestamente, bajo preceptos antisísmicos. Según el director del Instituto Nacional de Prevención Sísmica, Alejandro Giuliano, Chile tiene experiencia en construcciones sismorresistentes, pero esos derrumbes significan que los edificios estaban fuera del reglamento, o que falló la inspección de sus estructuras. «Si las construcciones se hacen siguiendo el reglamento puede haber daños, pero estos colapsos son inaceptables», dijo el especialista.

Y es que, como dice el refrán, no podemos acordarnos de Santa Bárbara cuando truena. Precisan especialistas cubanos que el ciclo de reducción de desastres implica prevenir, prepararse, responder y luego recuperarse. En consecuencia, y por el peligro latente que se cierne sobre la región oriental del país, Cuba desde hace años se alista para una contingencia de este tipo.

Sin pretensiones de querer descubrir el agua tibia, pero sí con la experiencia de haber sufrido fuertes fenómenos naturales, la Defensa Civil (DC) cubana de conjunto con el Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CNIS) trabaja en el monitoreo de los movimientos telúricos que pueden indicar probabilidades sísmicas, en el mejoramiento de la tecnología de las estaciones sismológicas que están ubicadas en varios lugares del país, en la transmisión del aviso en tiempo real al Gobierno, en el perfeccionamiento del estudio del peligro, y en la aplicación de una metodología para precisar el riesgo sobre la base de conocer nuestras propias vulnerabilidades, sobre todo las estructurales. Temas que no solo pueden ser prioridades de la Defensa Civil y el CNIS.

Resulta impostergable elevar el saber de los cubanos sobre cómo actuar frente a un sismo de gran intensidad. Las investigaciones precisan que el 60% de los sobrevivientes de un terremoto se salva con la ayuda de la población cercana al lugar del impacto. En las 24 a 48 horas posteriores al desastre, las llamadas horas de oro para salvar una vida, esa primera mano tendida es fundamental. Y aunque en nuestro caso, la demostrada respuesta de la Revolución a las urgencias de los damnificados de cualquier fenómeno natural puede reducir el shock de los momentos iniciales, no puede olvidarse tampoco la preparación sicológica del pueblo para salir del impasse, para reconstruir el país, para volver a la vida…

No puede ser el asunto de los terremotos solo recurrente cuando la tierra bajo nuestros pies comienza a inquietarse, no puede ser ese el momento de pensar en cuánto pudimos hacer y no hicimos. Lo que pueda costarnos esa preparación, en dinero y esfuerzo, nunca será comparado con la catástrofe material y humana que esos fenómenos pueden provocar. Ejemplos de mala preparación sobran por estos días en los países golpeados. Frente a los sismos hay que prever hasta lo peor, y nunca será suficiente.

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