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Trivialidad

LA Universidad de Granada aspiraba a entrar en la primera categoría (el campus de excelencia internacional) y sólo ha logrado un pase a la segunda (el campus de excelencia regional); las universidades de Sevilla y Málaga, constituidas en un eje común (en una «agregación estratégica» según la jerga oficial), pretendían el sello máximo y lo han obtenido. A partir de ahí se pueden fabricar muchas interpretaciones, ensayar malabarismos de cifras o apelar a otras clasificaciones y salvar los muebles con cierta decencia, pero lo cierto es que el objetivo del campus internacional, tan encomiado y distinguido por los pretendientes, se le ha escapado a la encomiada y distinguida Universidad de Granada.

Siempre habrá razones para resaltar el título de consolación conseguido e incluso para preferir (a la vejez viruelas) la soledad del segundo a las dudosas compañías del primero. Pero por muchas vueltas que se den o argumentos que se aduzcan lo cierto es que la UGR ha quedado fuera del grupo de los excelentísimos absolutos, y esta constatación es irreversible.

En el mapa universitario ya no basta con la Historia ni las mitologías centenarias. La universidad del futuro (del futuro que ahora comienza) es un conglomerado de excelencia académica, respaldo económico, aptitud en la investigación, estrategia territorial, pericia táctica y visión política. Y otros muchos perejiles más que seguro quedan fuera de esa sucinta relación. La lucha está servida en una circunstancia económica, además, en que el peso presupuestario del Estado tiende a decrecer.

Es verdad que el sistema universitario español es en cierto modo una exhortación al adocenamiento. La creación a ritmo industrial de universidades provinciales que consumen gran parte del presupuesto sin obtener los réditos sociales y académicos mínimos y la competencia consiguiente para optar a cualquier reconocimiento o beneficio llevan aparejados una pérdida de la calidad individual y una degradación del viejo concepto de la universidad. Pero nada es irreversible. Aun en esta coyuntura cabe (o debe caber) la posibilidad de salvar el prestigio por encima de la trivialidad, apostar por la expansión mejor que por el localismo, por la universalidad más que por el regionalismo.

¿Se han hecho bien las cosas en la UGR? Hay quien opina que no, que nuestra Universidad está inmersa en un proceso de vulgarización. El resultado de los campus de excelencia debería abrir un debate entre la propia comunidad universitaria de Granada. El silencio no sería otra cosa que un indicio más de esa profunda apatía que se percibe entre los miembros de la Universidad y que conduce a la disolución por esclerosis o conformismo.

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