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Sawa, el bohemio irreductible

Sawa, el bohemio irreductible

Amelina Correa presenta \’Alejandro Sawa. Luces de bohemia\’, Premio Domínguez Ortiz de Biografías, donde rescata la figura del escritor en el que se inspiró Valle-Inclán para su personaje de Max Estrella

Eran ángeles caídos, nobles fracasados, Ícaros zarrapastrosos. El tránsito del siglo XIX al XX fue un semillero de autores \’raros\’ y condenados al olvido. De ahí ha rescatado a Alejandro Sawa la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa. «Una de las constantes de mi vida como escritora ha sido la recuperación de autores considerados fuera de la norma, algo que he hecho siempre desde la pasión por el personaje biografiado», explica la autora de Alejandro Sawa. Luces de bohemia (Fundación Lara), premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías 2008.

Sawa pasó a la historia de manera transversal, como el hombre en el que se inspiró Valle-Inclán para crear el personaje de Max Estrella de Luces de Bohemia. «Siempre ha sido considerado como el representante típico de la bohemia heroica, esa bohemia químicamente pura que luchará contra todas las adversidades confiando siempre en la divisa azul del arte», resalta Correa.

Sawa nació en Sevilla y se \’enganchó\’ al mundo de las letras en Málaga, antes de aventurarse en el Madrid «finisecular de la Gente Nueva» y con una trascendental escapada al París del cambio de siglo. De allí regresó «a ese mismo Madrid mísero y hambriento para ser conocido en los cenáculos de la \’Santa Bohemia\’ como un afrancesado, a comentarse su parecido físico con Alphonse Daudet, al que adaptaría y traduciría, y a glosarse en las \’misas poéticas\’ en torno a la figura del desaparecido Paul Verlaine por los cafetines y tertulias del foro madrileño tal y como lo recreó Manuel Machado». Y como personaje de sí mismo, Don Latino de Hispalis exclama en Luces de Bohemia que Max Estrella es «el Víctor Hugo de España». Según Correa, «otra característica que le acompañó desde sus inicios en el mundo de la literatura fue su veneración por el autor de Los Miserables». De ahí el homenaje de Valle-Inclán.

Y ahora que se acerca el centenario de la muerte de Alejandro Sawa -el 3 de marzo de 2009, Amelina Correa opina que su principal aportación es que «ahora podemos afirmar sin lugar a dudas que queda mucho por decir de él». «Por lo pronto», continúa la investigadora, «acerca de la perpetuación de una serie de leyendas en torno a él, desmentidas en su momento, pero que se han ido reiterando para conformar su propio universo existencial en torno a una sola palabra: bohemia».

En este sentido, Alejandro Sawa. Luces de bohemia pretende ser el punto de arranque para el rastreo en profundidad de su vida novelesca, pero no la novelada. «Se necesita una perspectiva diferente y más enriquecedora sobre el autor y más cercana a esta etapa crucial en la historia de los movimientos políticos, las opiniones y juicios sobre España y las publicaciones periódicas de distinto signo que le tocó vivir», profundiza Correa para resumir a continuación el origen último de su libro: «Nace por la necesidad terapéutica de despojar al mito de su gabán bohemio». Y lo hace el propio Sawa, «descubriéndose ante los demás, ante sí mismo, ante un público aficionado a la historia literaria y ante los estudiosos en la materia, que no son precisamente pocos, descartando de una vez las informaciones caducadas sobre él», señala la autora.

En cuanto a su \’flechazo\’ literario, Amelina Correa destaca entre sus hallazgos el profundo amor que el escritor profesó a su mujer, Jeanne Poirier, «la Santa Juana de sus días postreros», y a su hija Helena. «Alejandro se muestra en todo momento extremadamente dulce con su pareja, la llamará \’mi amor inmortal\’, y llevará siempre las fotografías de ambas como si fueran reliquias». De hecho, antes de morir, se casó con su \’santa\’. «Sawa parecía encarnar ese personaje lleno de grandeza y de dolor que expía su delito sometido a un destino trágico. Inteligente y brillante, no consintió nunca en taparse con cera los oídos, ni aún cuando presentía su nave próxima a encallarse en las rocas», continúa con admiración su última biógrafa.

Así, este «cultivador de lo bello», el hombre de las deudas perpetuas, de los casinos, fue «apasionado hasta la extenuación, con un fuerte espíritu de denuncia social con una actitud insobornable». Lo reconoció él mismo: «Los periódicos se asustan de algo que hay en mis escritos y que yo no quiero tachar». Y no se emborronó.
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