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Salvador Vila, la timidez fusilada

historia represión franquista en la universidad

Salvador Vila, la timidez fusilada

Víznar, testigo de otra muerte ejemplificadora

G. CAPPA
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granada. Salvador Vila cesó en su cargo de rector de la Universidad de Granada el 23 de julio de 1936. Esta frase, que se incluía en una placa que ilustraba su retrato en el Salón Rectoral del Hospital Real, no tenía nada de aséptica. Todo lo contrario. Olía a pólvora y a la tinta más negra posible: fue el preámbulo de su fusilamiento por las tropas nacionales –en principio llamados rebeldes– el 22 de octubre del mismo año.
Éste es uno de los aspectos que refleja la tesis doctoral del investigador catalán Jaume Claret, quien ha pormenorizado los efectos de la represión franquista en las universidades españolas, entre ellas las de Granada. El título del estudio será El atroz desmoche, en recuerdo a la frase con que Ridruejo definió lo que el franquismo había hecho con la clase intelectual y científica.

Según el estudio de Claret, aunque Granada era uno de los centros de segundo orden dentro del mapa universitario español, en ninguna parte la represión fue tan sangrante. La literalidad de esta expresión está justificada en este caso. Además del rector Salvador Vila, serían asesinados José Palanco, profesor de Historia de España y vicedirector; Joaquín García Labella, de Derecho Político; Rafael García Duarte Salcedo, de Pediatría; Jesús Yoldi Bereau, profesor de Química; y José Mejías Manzano, de Medicina.

Tras el alzamiento, Granada fue una de las primeras capitales en manos de los rebeldes y el terror que barría las calles tenía una finalidad ejemplificadora. El modelo del paredón fue seguido también por Federico García Lorca o el alcalde Montesinos. Claret destaca que, una vez finalizada la guerra, la difícil justificación de los asesinatos hará que se opte por la desmemoria, proceso acentuado, desgraciadamente, por el impacto del fusilamiento del poeta García Lorca –revisado una y mil veces por hispanistas publicistas– y que ha dilatado más en el tiempo la reivindicación de las otras víctimas.

Sí se reivindicaron en cambio otras muertes, como la del catedrático y administrador del Patronato José María Segura el 12 de febrero de 1937. Por contra, el olvido fue el acta en la que se reflejó las del rector y el resto de catedráticos. Muchas de las obras que hubieran tenido que mencionar lo sucedido lo obviaban, explica Claret. No será el caso de El atroz desmoche, que será publicado en la editorial Crítica pese a algunas cartas indignadas por remover el pasado.

Las conclusiones de Claret removieron a su vez a algunos sectores. La principal herencia del franquismo no es la pérdida de centenares de intelectuales y científicos (por exilio, sanción, asesinato…), sino la entrada masiva de docentes por méritos políticos que durante 40 años tuvieron tiempo de borrar la memoria del pasado y crear una nueva tradición, no siempre mala, ciertamente. Toda esa gente que ocupó un lugar por méritos políticos o militares, o sus discípulos e hijos, no están interesados en cuestionar el pasado.

La historia de Salvador Vila tiene un personaje antagonista encarnado por Antonio Marín Ocete, rector antes de Vila, que ocupó de nuevo el cargo tras su cese. Según el estudio de Claret, Ocete pertenecía a la misma generación que Vila Hernández pero, políticamente, eran totalmente contrarios. Con este nombramiento, el nuevo régimen enlazaba directamente con el bienio negro a través del mismo rector. Entremedias, un paréntesis a borrar. El mismo Ocete, en una carta al rector de la Universidad de Coimbra, habla de estas horas duras y magníficas de la liberación de mi patria.

Según el estudio, no es casualidad que los cinco catedráticos fusilados formaran parte del pequeño grupo de docentes que, en el Claustro universitario del 7 de abril de 1936, reprobaron al rector y vicerrector salientes y pidieron su no continuidad en los cargos. Semanas más tarde, alguien añadiría, junto a los claustrales rebeldes, una cruz a lápiz. El rector dimisionario, Antonio Marín Ocete, no asistió a la reunión, pero durante la guerra aprovecharía para pasar cuentas con los catedráticos críticos con su primero mandato. El 26 de abril de 1939 calificaba al catedrático Alejandro Otero Fernández, defensor de la moción, como jefe marxista, y a Vila Hernández como rector marxista.

La Universidad, precursora de muchas revoluciones, también fue cabeza de otras involuciones.

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