rafael espejo
Lo mejor de mí
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A todos nos gusta gustar, esa es una afectación que viene de serie en el gen y que nosotros, por lo demás, encajamos como una cuestión de honor, de honrilla personal. Siendo esto así, los espejos se han convertido en oráculo que los inseguros consultan con los dedos cruzados y los satisfechos de sí visitan para pavonearse: multicirugía estética, potingues antienvejecimiento, laca o gomina, alhajas o bisutería, ropa guapa, mudas exóticas… Todo vale si nuestro paso levanta, amén de las sospechas, boqueadas de admiración que prestamente nosotros atrapamos al vuelo y nos las ajustamos a modo de aureola. Pero no todas las modalidades de esta vanidad –despertar deseo o envidia en los otros– cabe en los espejos. Así nos lo demuestran los vecinos del Marquesado.Sucede que una tesis doctoral reciente señala a esta comarca granadina como la región que presenta, proporcionalmente, la tasa más alta del mundo de trastornos mentales. En un apartado, la investigación (firmada por el departamento de Medicina Legal, Toxicología y Psiquiatría de la Universidad de Granada) facilita datos referentes a las tasas de ansiedad, depresión y alcoholismo en el lugar: 245 de sus apenas 5.000 habitantes padecen algunos (o varios) de estos males. Ni uno más ni uno menos: el resultado del censo es incontestable, porque hasta la fecha los números no entienden de subjetividad. Sin embargo, a los lugareños no les ha gustado que se airee ese 4,9 por ciento y, si bien aceptan la estadística, discrepan de la lectura que pueda derivarse de ella. Y a tanto llega su indignación que han movilizado una recogida de firmas y redactado una carta protesta contra un estudio que, aseguran, sólo dice media verdad. Contra las cifras alegan factores sociológicos varios: el progresivo envejecimiento de las zonas rurales (con el sentimiento de soledad que causa a quienes se quedan), la escasez de empleo (que vuelve rutinaria primero la impotencia y después la desesperación), el ninguneo por parte de las administraciones públicas (que los sume en el anonimato del olvido, por no decir desprecio), etcétera. No les falta razón, desde luego, pero me da que tampoco les sobra. Porque, ¿qué ganan ocultando evidencias? Al contrario, esta sería una estupenda ocasión para promocionar sus peticiones. El disimulo de la enfermedad nunca puede ser remedio y mientras esa perogrullada no se asuma cualquier protesta quedará en eso: en autoengaño de postín, en orgullo improductivo, en berrinche de colegial.Todos somos, en mayor o menor medida, presumidos, a todos nos gusta que nos miren bien y quien diga lo contrario es un snob. No creo que sea vanagloria agradar al ojo o al entendimiento ajeno. Pero de ahí a zancadillearse uno mismo para llegar antes que el vecino dista un mundo. Exactamente el que separa lo real de lo verdadero o el sentido común –suponiendo que exista– de la hipocondría colectiva. Y si la culpa no es del gen, cuanto menos de las víctimas de la ostentación: prueben a imaginar un anuncio de Coca–Cola con una gorda en biquini y tírenme, si están libres de pecado, la primera piedra.