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Niños tapados

Niños tapados

PODRÍA contar varias anécdotas, algunas relatadas por sus protagonistas. Muchas resultarían simpáticas, si no provocaran nuestra perplejidad. El tema en cuestión es el impedimento, o en última instancia las enormes dificultades que existen en la sociedad española para que se vean las caras de los niños en los medios de comunicación. En un reportaje periodístico realizado en un colegio, por ejemplo, todos los niños aparecían retratados en el patio, pero de espaldas al fotógrafo, para que nadie que tuviera tal osadía consiguiera identificarlos. Una amiga periodista me contaba, por otra parte, la labor de convencimiento que había tenido que hacer con un fotógrafo para que éste accediera a retratar a la nieta de 8 años de un abuelo ilusionado con que ambos aparecieran juntos en la foto del diario. En la televisión, ya es costumbre ver reportajes de actualidad en los que todos los niños aparecen deformados, sin rostros o, como dice un amigo, con un burka digital.

Aunque parezca paradójico, nuestro siglo XXI es mucho más puritano que el XX. Ahora casi todo es políticamente incorrecto. Reinan, en muchos ámbitos, las religiones, los conservadurismos, los fundamentalistas, los irracionalismos. Ayer mismo la Universidad de Granada decidía clausurar la exposición Circus Christi, para no seguir provocando la ira de aquellos que se han sentido insultados y han reaccionado con amenazas al autor. Vivimos, en fin, en una sociedad en la que se ha vuelto muy difícil asumir el riesgo de apartarse de lo políticamente correcto y en la que lo políticamente correcto abarca cada vez más espacios. En esta sociedad, los niños (o los menores, como exige decir el lenguaje oficial) han sido declarados material sensible. Alguien, no sabemos quién, decidió que el mejor modo de protegerlos era no exhibir sus caras (¡ah, el peligro de mostrar el rostro!). Por eso, revistas, periódicos, programas televisivos, están llenos de niños digitalmente deformados, especies de monstruos sin cabeza, como si fueran musulmanas con burkas, testigos protegidos de un crimen o policías antiterroristas. Ver la cara de un niño te convierte en delincuente.

Pienso en un marciano, o en un lector del siglo XXIII (si entonces quedan lectores) que mirara un periódico o un programa español de la televisión de hoy. Acaso se pregunte quiénes eran esos extraños seres que en ellos aparecían; unos seres seguramente muy feos cuando no se atrevían a enseñarlos. En el siglo XXIII, gracias a las leyes de hoy, quizás sea imposible saber cómo eran los niños españoles del siglo XXI.