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Más de 18.000 jóvenes, sin ilusión frente a los estudios o el trabajo

Más de 18.000 jóvenes, sin ilusión frente a los estudios o el trabajo

La crisis económica empeora las expectativas para miles de granadinos desencantados con el sistema educativo · Familias que miman en exceso y la cultura del \’todo vale\’ contribuyen a su actitud apática
A. Beauchy / Granada | Actualizado 13.12.2009 – 01:00
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Una joven contempla un tablón de anuncios en la Universidad.
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Los jóvenes son el sector más vulnerable de la población.

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Nacieron en los años 90, en el seno de familias con solvencia económica, la última tecnología para el ocio y las comunicaciones, una democracia consolidada y facilidades para los estudios o el aprendizaje de un oficio. Sin embargo, algo falló en el camino de la adolescencia a la juventud y ahora se encuentran en tierra de nadie, desencantados y desahuciados por una crisis económica en la que sólo sobreviven unos pocos. Les llaman la Generación ni-ni, porque ni estudian ni trabajan, aunque las causas de este fenómeno tiene diversas lecturas. En Granada son más de 18.400 los jóvenes que viven en este limbo.

No es un dato que salga de la nada. El cruce entre el último balance de la Encuesta de Población Activa, que habla de unos 43.000 jóvenes de entre 16 y 25 años que trabajan en la provincia; del Instituto de Estadística de Andalucía, que cifra en 54.000 los que estudian; y una resta a los 116.061 jóvenes que están enmarcados en esta franja de edad en Granada, revela que, como mínimo, son 18.461 (16%) los que no estudian ni trabajan, aunque pueden ser incluso más, porque los hay que combinan ambas ocupaciones.

El director del Servicio de Atención Psicológica de la Universidad de Granada, Antonio Fernández Parra, trabaja con adolescentes que ni estudian ni trabajan, pero no por las dificultades del mercado laboral, sino por decisión propia. «Nos encontramos cada vez más con chavales que no quieren seguir estudiando, tienen dificultades en la relación con sus padres, problemas de disciplina en el ámbito escolar y no se plantean una vida laboral», explica el experto.

Muchos de ellos están esperando cumplir los 16 años para abandonar el sistema educativo, pero sin perspectivas de querer buscarse la vida. En este tipo de casos, Fernández opina que la causa de esta actitud no la motiva el desencanto, sino «una gran inmadurez», porque «no se plantean que tienen que integrarse como adultos en el mundo laboral».

Cuando el equipo de Fernández Parra trabaja con estos jóvenes y sus familias, descubre que no les gusta la educación reglada, no buscan alternativas en la formación profesional y «cuando les preguntas incluso qué piensan hacer -dice el profesor-, algunos claramente te responden que pasárselo bien y divertirse».

El sistema educativo no funciona para este sector de la población, no obtienen buenos resultados, están fracasando, se sienten mal en los centros de enseñanza y no hay mecanismos suficientes para rescatarlos de esta espiral. «Algunos chavales tienen incluso rendimientos medios, pero no lo están pasando bien en el instituto», continúa el director del Servicio de Atención Psicológica de la UGR. Por otra parte, aunque es un fenómeno que no se ha estudiado en profundidad, han detectado que «las familias cuidan demasiado a estos jóvenes», apunta. Demasiados mimos, falta de exigencias y ausencia de responsabilidades contribuyen a que estos jóvenes deseen seguir viviendo en el seno familiar como príncipes entre algodones.

La sociedad japonesa es muy distinta a la española, pero vive de forma extrema fenómenos que en este país se asientan tímidamente, como es el uso de internet. Las redes sociales y las vivencias virtuales mantienen encerrados en sus hogares a tres millones de jóvenes en Japón, se relacionan de manera virtual con los demás y no precisan del contacto social. Fernández dice que éste no es el caso de nuestros jóvenes (sólo el 65% de los hogares españoles tiene acceso a internet) pues éstos sí quieren disfrutar de la vida real.

En todo esto influye la cultura del todo vale que se transmite desde la televisión. Desde pequeños se atiborran de series televisivas como Hannah Montana, cuya protagonista es una guapa adolescente que mantiene una doble vida, la real como una alumna más del instituto, y la secreta como una estrella musical que disfruta de una fama sin límites. Cuando cumplen años, dan el salto a series como Física o Química, donde las hormonas revolucionan a toda una generación y entran de lleno en los realities shows como Fama y Gran hermano en los que la única aspiración de los más jóvenes es ser el más famoso a costa de lo que sea. Programas importados de EEUU, Reino Unido o Alemania que seleccionan a sus protagonistas no por sus cualidades o criterios morales, sino por su potencialidad para destacar: adolescentes problemáticos, inseguros emocionalmente, con problemas de obesidad, de familias desestructuradas,… todo vale para subir la audiencia.

La situación es verdaderamente preocupante, porque la crisis económica está evidenciando que los trabajadores sin estudios son los primeros que engrosan las listas del desempleo o los que más horas trabajan por un sueldo bajo. Independientemente de los jóvenes apáticos que no estudian ni trabajan por desinterés, hay un sector que ve con perplejidad cómo los licenciados y personas que llevan décadas en un oficio se van al paro de un plumazo.

Con una tasa de desempleo para los menores de 25 años del 38,6% (casi 21 puntos por encima de la media) los jóvenes sólo ven un futuro seguro en las administraciones públicas y, los que ya han concluido estudios medios y superiores, se lanzan en masa a las oposiciones. Quién no conoce a una licenciada en Económicas ocupada como administrativa o un historiador que cobra menos de mil euros como teleoperador. En plena escalada de destrucción de empleo privado, las administraciones generaron en España 228.700 empleos en los dos últimos años. Ahora, ningún empleo les motiva más que ser funcionario.
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