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Librería y Universidad

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Librería y Universidad

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LA Universidad de Granada, que desde hace casi 500 años viene dando a la ciudad una vitalidad indiscutible, no se conforma con eso. Pretende darnos algo más: recientemente ha inaugurado una librería en la Plaza de Isabel la Católica, en el mismo corazón de Granada, como si quisiera ofrecer a los granadinos el suyo propio: el trabajo de tantos profesionales que investigan con el noble afán de avanzar en el único camino que nos hace libres: el del saber.
Es verdad que en su origen la Universidad fue una cuestión elitista, de la Iglesia y los nobles. En 1531 el Emperador Carlos V, mediante una bula del Papa Clemente VII, creó la Universidad de Granada. Se fundó para formar un cuerpo de élite, en medio de la reestructuración ideológica inevitable tras la conquista. La historia de la democratización progresiva y del laicismo en la Universidad española ha sido una larga lucha, interrumpida continuamente por el poder del Absolutismo en nuestro país. Dos luchas han destacado sobre todas: conseguir la libertad de expresión (de docencia) y de investigación. Lo intentaron los krausistas y la II República: el túnel franquista acabó con todo aquello. En los años 60 y en especial en los 70 las cosas comenzaron a cambiar. La Universidad tuvo que amoldarse a Europa, abrirse al común de los mortales, empezó a perder su elitismo, a masificarse, y surgieron las ideas y la efervescencia que ahora se recuerdan como míticas. Sabemos que hoy la Universidad no sólo coexiste con la democracia sino inevitablemente también con las necesidades del mercado. Cualificar el saber es clave para el mercado actual. Vale. Pero sin la Universidad muchos no seríamos lo que somos. Sin mi universidad de Granada yo sería otra, sin duda. En ella aprendí sobre todo el pensamiento crítico, o mejor dicho, aprendí que sin crítica no hay pensamiento que valga.

Porque es curioso: en la editorial de la Universidad de Granada, durante años y años (incluido el túnel) se ha venido trabajando con una libertad inesperada y publicando libros importantes de aquellos viejos maestros que, los que hemos llegado después, hemos conocido no sólo por su legado intelectual sino por las sugerentes anécdotas que sobre ellos cuentan los que han sido nuestros maestros. Todos estaban el día de la inauguración allí. Unos en persona, otros en los anaqueles y escaparates. Reconozco que sentí una emoción extraña, íntima, asistiendo a este acto.

Cuando ya no es noticia que las librerías cierren por no querer vender libros como se venden zapatos (ay, Al-Andalus), sí lo es que una librería abra. Quiero dar las gracias desde aquí al Rectorado y a cuantas personas han trabajado para hacer posible este pequeño-gran milagro. Su idea era clara: la mayor empresa de la ciudad debía convertir sus paredes en cristales transparentes para toda la ciudad, acercarnos su producción: el saber, la cultura. Sé que ha sido difícil, pero aquí está. Bienvenida sea.

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