UNA vez más Granada salta a los medios de comunicación nacionales por un asunto vergonzante. Me refiero a la clausura apresurada y llena de excusas dadas a media voz, de la exposición Circus Christi del fotógrafo Fernando Bayona por parte de la Universidad de Granada. A ello se suma la reciente cancelación de otra, también organizada por la Universidad, sin que haya llegado siquiera a inaugurarse, debido a los destrozos causados en la galería donde estaba previsto que tuviera lugar por parte de un pequeño grupo de jóvenes intolerantes, según las primeras investigaciones de la Policía. Que ciertas obras artísticas hieran la sensibilidad de algunos creyentes no debería ser noticia. El mundo está lleno de hechos, obras o acontecimientos que pueden herir la sensibilidad de cualquiera, sea o no creyente. A aquellos cuya sensibilidad es fácilmente trastornable les debería bastar con eludir todo aquello que la provoca. Yo mismo practico esta fórmula con considerable éxito evitando escuchar ciertos productos musicales que me resultan particularmente desagradables, y jamás se me ocurriría amenazar a sus artífices y mucho menos exigirles que dejen de producirla.
Tampoco es especialmente llamativa una exposición que propone a un Jesucristo homosexual, una Virgen prostituta y un San José que ejerce de camello, sobre todo cuando las fotos que ilustran semejante retablo se diferencian bien poco de las que invaden nuestras ciudades anunciando ropa interior o colonias en las vallas publicitarias. A estas alturas de la película, en todo caso, más que transgresor, el planteamiento me parece más bien candoroso, y como provocación algo tosca. Lo que no es admisible es una Universidad, que debería ser el último reducto del conocimiento y de la libertad, se pliegue sin resistencia ante las quejas de los ultras vociferantes y trogloditas, pidiendo disculpas por una exposición. Si creía en su valía artística antes de la polémica, tenía que haber defendido su continuidad por encima de las voces discordantes, y si no creía en ella no debería haberla patrocinado nunca. Y para rematar su inoperancia y el sometimiento a las fuerzas más reaccionarias de la sociedad, algo impropio de una universidad, no hay más que leer el tono melifluo del comunicado en el que anuncian la cancelación del evento. «Mientras ha permanecido abierta sólo ha recibido la visita de 38 personas».
Ni el más pusilánime de los conversos habría concedido una genuflexión tan cobarde a los intransigentes.
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