La Universidad claudica
LA Universidad de Granada, al clausurar la exposición de fotografía de Fernando Bayona abierta unos días antes en uno de sus centros, la Corrala de Santiago, ha cometido dos graves errores; respaldar primero la polémica colección de fotos y arrepentirse después. A mi juicio, el Rectorado se ha equivocado gravemente y no ha sabido dirimir, cuando se ha reproducido en su casa, la vieja controversia entre la libertad de expresión y el respeto a las creencias.
Yo no he visto la exposición y por tanto no me siento capacitado para opinar sobre el contenido artístico de Circus Christi, al contrario, me temo, que la media docena de personas (no más) que han pedido el cierre desde las secciones de cartas al director de los periódicos. A los dolidos por la recreación de este Cristo gay se han unido grupos homófobos que han llegado a amenazar de muerte al autor a través del teléfono y del correo electrónico. Doble campaña pues, la de los católicos ofendidos y la de los homófobos violentos indignados.
La decisión de la Universidad de clausurar la exposición ante la imposibilidad de garantizar la seguridad del artista y de las obras suena a pretexto, y no a un pretexto original sino a los que daban ciertos decanos en las facultades durante la Transición para no permitir en sus aulas exposiciones o reuniones comprometidas. Miguel Gómez Oliver, el vicerrector de Extensión Universitaria que ha ordenado el cierre, sabe mucho de aquellas truculentas excusas porque él las padeció. Si realmente el contenido de la exposición de Fernando Bayona no era apto o la Universidad no lo consideraba adecuado nunca se debió permitir. El vicerrectorado debió aplicar sus criterios artísticos, políticos o morales y, si no concordaban con los de las fotografías, no programar la exposición. Sin embargo lo hizo y a partir de aquí todo empezó a fallar.
¿No conocía el vicerrector su contenido? Si es así se trata de un abandono de funciones injustificable, pero yo estoy convencido de que el vicerrectorado sí conocía las fotos, las había aceptado y por tanto no tenía escapatoria: estaba obligado a defenderlas. Pero no lo ha hecho. A la primera de cambio ha buscado una salida para deshacerse de ellas. La Universidad debió, en un rapto de valentía y coherencia consigo misma, mantener a toda costa la muestra. Es más, las amenazas de muerte recibidas por el fotógrafo más que excusas para cerrar la exposición son, a mi juicio argumentos para mantenerla abierta en pro de la congruencia y la libertad de expresión. Sin embargo han vencido las presiones, la intimidación y el miedo. Mala cosa. Ahora ya se sabe cuál es la debilidad del Rectorado: el canguelo.