La otra ciudad que nunca duerme
Las terrazas de verano son una atractiva propuesta de ocio nocturno que crece en volumen de negocio y de adeptos a la vez que ofrece consuelo a los que tienen que pasar sus vacaciones de verano en casa
Belén Rico / Granada | Actualizado 02.08.2009 – 01:00
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Este año son menos los que tienen la oportunidad de pasar sus vacaciones en un bungalow flotante en una playa de un destino exótico al otro lado del planeta y bastantes más los que tendrán que quedarse en la ciudad. Este último grupo también tiene sus consuelos. Con el calor agosteño, Granada sufre un síndrome felino que le lleva a entrar en un letargo diurno para pasar a vivir sus horas de actividad por la noche. Conforme va ocultándose el sol empieza a descubrir sus propuestas de ocio veraniego. Y entre las opciones, una de la que tiene más demanda entre el común de los mortales está el disfrute de las terrazas de verano, perfectas para picar algo, refrescarse y matar varias horas de insomnio charlando con los amigos o pasando revista a los transeúntes que se ponen a tiro.
Y la oferta de terrazas de Granada es más rica que la flora y fauna del Parque Natural de Sierra Nevada. Las hay para todos los gustos, bolsillos y tribus urbanas. El ecosistema funciona por zonas: normalmente una plaza sirve de eje sobre el que proliferan multitud de bares con sus correspondientes mesas en la calle.
Los primeros organismos vivos de la comunidad de negocios dedicados a la hostelería nocturna y veraniega surgieron en los rincones más turísticos de Granada, como Bib Rambla o Plaza Nueva. Por ser los más emblemáticos, históricos y típicos, precisamente son mucho menos frecuentados por los granadinos y más por los foráneos, que parecen saber apreciar mejor la belleza de los espacios muy trillados para los oriundos del lugar.
Pero además de esa sensibilidad estética, lo que también anima a los turistas a tomarse un refrigerio en tan encantadores sitios es una mayor disposición de ánimo a gastarse un poco más por lo mismo.
Y uno de los establecimientos con más historia de los rincones emblemáticos por excelencia es el Café Bib Rambla que lleva más de 102 años sirviendo refrescos en la plaza homónima.
La mayoría de los que se han sentado en sus mesas son turistas, y de todas las nacionalidades, pero también hay clientes asiduos entre los vecinos del barrio. Aunque la lógica y el instinto de supervivencia hace pensar que ahora tiene menos salida el producto estrella del local, el chocolate con churros, la encargada, Concha Puertollano, asegura que la demanda se mantiene inalterable los meses de verano. Como contrapartida, con estas temperaturas tienen mucho tirón los helados, en concreto la leche merengada y el blanco y negro.
Otra de las plazas históricas cuajadas de terrazas es la del Campo del Príncipe. Aunque en este caso, pese al atractivo turístico del barrio histórico, este enclave tiene más éxito entre los granadinos. Los Altramuces fue uno de los primeros establecimientos que pusieron su pica en forma de terraza.
En el año 47 abrió su persiana en el extremo opuesto al que ahora ocupa, cuando sólo había otro restaurante más. Ahora, sin embargo, hay toda una hilera de bares en la parte baja de la plaza.
Aunque casi todos los negocios se ven afectados en mayor o menor medida por la crisis, el fuego cruzado de comensales y bebedores locales y extranjeros hace que en hora punta y en fin de semana sea muy difícil encontrar una mesa en la terraza.
La solera, la calidad y el precio medio de las raciones -siete euros frente a los once que cuestan en Bib Rambla- atraen a numerosos clientes llamados a calmar el apetito con sus pajarillos, sus caracoles y sus berenjenas -aunque hay otros muchos platos menos estrella pero más al uso, sobre todo entre el público extranjero-.
El propietario, Fernando Jiménez, asegura que Los Altramuces es uno de los bares más económicos del Campo del Príncipe y dice que los precios se han mantenido así por la singularidad del Realejo. «Aunque nosotros pagamos bastante por las terrazas, porque la zona está considerada como de primera, aquí nunca se ha perdido la sensación de barrio y siempre hemos tenido muy en cuenta a los vecinos».
Frente a estas y otras hermosas plazas míticas hace décadas que empezaron a ponerse de moda las terrazas de verano en los barrios de las afueras, de paisajes menos ilustres pero sin la dificultad intrínseca del centro para aparcar el coche.
El barrio pionero fue La Chana, en donde la zona de Las Torres se convirtió en el epicentro de un movimiento de ocio nocturno que tenía como lema «con dos tapas, ceno». Allí empezaron a proliferar las terrazas de verano en las que se daban cita la mitad de los estudiantes de la Universidad de Granada dispuestos a tomarse tres o cuatro cervezas con sus tantas tapas de gran formato.
Cierto es que para alcanzar ese tamaño y mantener los precios se recurría mucho al relleno del pan, pero la idea creó negocio y atraía a jóvenes de otras provincias.
Pero este edén de la tapa grande y el aparcamiento con relativa facilidad empezó a tener competencia cuando hace ya tres lustros por las avenidas que circundan al Palacio de Deportes creció como la espuma una alternativa que tenía el amparo de las plazas peatonales del barrio y que pronto amplió y diversificó sus servicios.
Uno de los últimos en sumarse a este club ha sido La Salsería, que lleva sólo un mes abierto. Su copropietario, Julio Castro, cuenta que se ha sentido atraído por «el magnífico ambiente» de esta zona que «ya está plenamente asentada y en la que hay ya más de 25 bares, cada uno con una especialidad muy diferente». En concreto, la de La Salsería son las tablas o paletas de patatas con carne y hasta diez variedades distintas de salsa, todas elaboradas de forma casera por el establecimiento. «Los precios oscilan entre los 5,50 y los 12 euros y con una pueden cenar hasta cuatro personas. Nuestra clientela es muy variada pero viene mucho público familiar», explica.
Pero esta ya no es la última zona en sumarse al ecosistema de plazas de terrazas de verano. Las últimas incorporaciones al tapeo más trendy son sitios de toda la vida que están repuntando y sumando oferta, como la Trinidad o La Romanilla. Pero la ciudad sigue ofreciendo infinidad de rincones de todo tipo y tamaño para perderse a buscar nuevos y viejos espacios en los que tomar un refrigerio estival bajo la luz de la luna.
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