La Biblioteca de la Universidad de Granada guarda un ejemplar del siglo XV de la obra de Sebastian Brant · Algunos creen que el código deontológico es de los odontólogosEl ejemplar de la biblioteca granadina tiene más de 500 años pero podría haberse escrito ayer. Proliferan los locos en Carnaval pero siguen de moda durante todo el año.
ES una de las joyas bibliográficas más preciadas de nuestros fondos. Finge el viaje de un barco cargado de locos hacia el país de los tontos (Narragoniam). Fue publicada en 1494, su autor es Sebastián Brant y las ilustraciones son nada menos que de Alberto Durero. Tiene 334 páginas, está escrita en latín y es una sátira sobre las costumbres y comportamientos sociales de la época; típica obra de la literatura didáctica y moralizante; habla de la corrupción, del adulterio, de la inutilidad de los libros, de la educación de los niños, etc., en un tono irónico, pero basándose en citas de la Biblia y de los sabios de la antigüedad clásica. Dicen que sirvió de inspiración a la obra de Erasmo de Rotterdam Elogio de la locura.
Se creía que eran los locos los que decían siempre la verdad y de ahí que se recurriera a ellos para poner las cosas claras. Deformes psíquicos, locos, inocentes, orates, faltos de seso; junto a los deformes físicos, enanos, obesos, tartamudos, paticojos; además de bufones y truhanes, eran especialmente apreciados en las cortes reales como «hombres de placer» para divertir y hacer reír al personal.
Pero además servían como elementos de comparación. El rey siempre se veía más listo y más alto que el bufón. Y es que el que se sienta al lado de un tonto parece más listo; como el que se coloca junto a un enano resulta creerse gigante. Y algunos eso lo han aprendido muy bien y lo creen todavía.
En determinados festejos populares se sacaba a los locos de los hospitales para que hicieran su numerito vestidos con trajes de colores y gorros de cascabeles. Costumbre que se hizo muy frecuente en los carnavales y en las procesiones del Corpus, alternando con danzantes, saltimbanquis y titiriteros que daban a la fiesta un colorido especial, diferente a la solemnidad religiosa.
Cambian los tiempos pero hay situaciones que se vienen repitiendo porque da la impresión de que nos siguen divirtiendo añejas costumbres propias de la Edad Media. La aparición en los grandes medios de comunicación de locos, tontos, bufones y truhanes que se hacen los tontos, tiene casi la clasificación de epidemia. No hay cadena que no esté contaminada. Se trata de presentar a estos nuevos «hombres y mujeres de placer» para hacer reír a los demás; para hacernos ver que los hay más torpes y más desvergonzados que nosotros.
Navegamos en una nueva Stultifera navis, como la que Brant dejó en la Biblioteca del Hospital Real; el barco de los locos, de los tontos (atonitus), de los estultos, de los necios (ne-scius, no sabe); de aquéllos que frente al televisor se sienten más listos y felices ante la pequeñez mental o la desgracia ajena.
¿Estamos locos? Es difícil saberlo, porque quien se beneficia de tales dislates parece más cuerdo. En una España de truhanes, pocholos, belenes y paquirrines, cuyos méritos se relacionan más con vicios que con virtudes; cuyas poses giran alrededor de la extravagancia (extraordinaria vagancia), la alcoba ajena o el tamaño del pene, parece triunfar más el golfo que el sabio profesor; como en el viejo tango Cambalache, cualquiera es un ladrón, cualquiera es un señor.
No está loca esa patulea de pillines, cotillas, chismosos y correveidiles que mancillan la honrosa profesión de los periodistas porque creen que el código deontológico afecta sólo a los odontólogos; se mofan del deficiente y aplauden al maleducado, porque así ellos se ven mejores, más listos, más perfectos, al tiempo que sanean sus cuentas corrientes a costa de la salud mental de los demás.
La Nave de los locos (Das Narrenshyff) de la biblioteca granadina tiene más de 500 años, pero podría haberse escrito ayer. Proliferan los locos en Carnaval y siguen de moda todo el año. Aunque el loco soy yo, que me creo que esto que escribo sirve de algo.