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La Biomedicina sitúa a Granada en el tercer puesto del ranking científico
Un libro publicado por la Universidad recorre la evolución de la ciencia granadina desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad
granada hoy
influencia. Uno de los laboratorios de investigación de la Estación Experimental del Zaidín, ubicada en Granada.
El papel del Padre Suárez en el desarrollo
LOURDES LÓPEZ
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granada. La Biomedicina sitúa a Granada en el tercer puesto del ranking científico nacional, por detrás de Madrid y Barcelona, según revela un estudio de la Universidad en el que se ha analizado la evolución de la investigación granadina desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad. El número de publicaciones en revistas de alto impacto y los datos publicados por el Science Citation Index han sido algunas de las fuentes de esta investigación, en la que el profesor de Anatomía Patológica e Historia de la Ciencia, Guillermo Olagüe destaca el papel del los centros del CSIC, la Facultad de Ciencias y la de Medicina en la posición que actualmente ocupa la ciudad en el sistema de I+D.
Esta situación no es extrapolable a otras disciplinas científicas en las que la ciudad ocupa los puestos más bajos del ranking debido a la falta de tradición o a su dependencia con respecto a otros trabajos que se desarrollan fuera del marco nacional, afirma Olagüe, quien añade que aunque la ciencia española, y granadina en particular, ha experimentado una gran evolución en los últimos años ha llegado a un punto que será imposible traspasar si no se lleva a cabo un gran esfuerzo económico y político en este campo.
El papel de la investigación básica con respecto a la aplicada es otro de los aspectos que se analizan en Investigación y ciencia en la periferia. Una aproximación histórica a la Granada (siglos XIII-XX). Así, en este análisis se puede comprobar cómo en la ciencia básica hay una actividad más rica, productiva e impactante que en la aplicada ya que según apunta el profesor de la Universidad la tradición investigadora de Granada ha sido desde siempre básica. No hay que olvidar que la ciudad cuenta desde hace años con tres de los centros del CSIC que trabajan mejor este campo: el Instituto de Parasitología López Neyra, la Estación Experimental del Zaidín y el Instituto de Astrofísica de Andalucía.
En cuanto al papel que jugará el Campus de la Salud en el futuro de la investigación biomédica, el historiador augura que aunque la creación de centros de este tipo siempre es positiva para una ciudad, sino hay una aportación importante del sector privado y un un compromiso de los poderes públicos sólido, el parque tecnológico no aportará nada de lo que no exista ya en la ciudad.
Pero el papel que desempeña la ciencia granadina en la actualidad no es el único eje del libro, su posición en el pasado, su evolución y el nombre de los científicos que contribuyeron a su desarrollo también están presentes en este estudio. El recorrido comienza en el siglo XVIII, una época en la que la ciencia ocupaba un lugar muy secundario y además la poca que había estaba centralizada en Madrid, y prosigue por el siglo XIX para adentrarse en el primer tercio del siglo XX y en los cuarenta años de invalidez científica que vivió España bajo la dictadura franquista.
Los primeros treinta años del siglo pasado marcaron un antes y un después en el desarrollo de la investigación con la creación de la Asociación Española para en el Progreso de las Ciencias en la que participaron un gran número de científicos granadinos y la constitución de la Junta de Ampliación de Estudios, un organismo centralizado en Madrid, pero que concedió varias becas de formación en el extranjero a investigadores como López Neyra, que después fundó el Instituto de Parasitología en la ciudad, o a Alejandro Otero, rector de la Universidad en aquella época.
El nivel que la ciencia española cobró en esos años fue enterrado totalmente por los años del franquismo y no se volvió a recuperar hasta finales de los setenta, cuando el sistema de I+D español empezó a sentar sus primeras raíces para consolidarse en la última década del siglo XX y emprender el vuelo definitivo, si las políticas científicas lo dejan, en el siglo XXI, según cree el investigador.