Inicio / Historico

Horacio I, Rey de Granada

LA construcción de la Historia nunca es definitiva, siempre estaremos en continua evolución e investigación sobre el pasado de una comunidad y sus personajes, y siempre habrá un investigador futuro que profundizará más sobre un tema. Este es el caso que nos presenta en su última obra el profesor Juan Manuel Barrios Rozúa, Granada napoleónica. Ciudad, arquitectura y patrimonio, pues aborda un periodo histórico que hasta la fecha no había sido suficientemente analizado y publicado, al menos desde el punto de vista de la cultura material, como es el final del Antiguo Régimen en Granada, la ocupación francesa y el corto periodo constitucional tras la Guerra de Independencia, que se cerraría con la vuelta del tan deseado Fernando VII que resultó ser funesto en unos pocos años.

Barrios Rozúa es un destacado investigador de la Universidad de Granada que lleva publicados varios volúmenes dedicados a la desaparición del patrimonio granadino a lo largo de la historia. Así, su catálogo alberga títulos que podríamos llamar clásicos de la biblioteca de cualquier interesado en el tema, como Reforma urbana y destrucción del patrimonio histórico en Granada. Ciudad y desamortización o Iconoclastia (1930-1936).La ciudad de Dios frente a la modernidad o Guía de la Granada desaparecida.

La obra queda estructurada en torno a los tres periodos mencionados más arriba, realizando un profundo análisis del urbanismo y arquitectura en cada uno de esos momentos, así como las nuevas obras y traspaso de propiedad de inmuebles y obras de arte, bien vía desamortizadora o simplemente mediante la incautación o expolio de obras de arte. Todo ello, precedido de unas sintéticas y muy jugosas introducciones históricas que permiten el encuadre social, político y económico sobre el que se desarrollan las alteraciones patrimoniales que van ocurriendo.

Muy interesante es el periodo de ocupación francesa, en el que se analiza la visita de José I Bonaparte a Granada, el intento de establecer la corte y la regencia de ‘Horacio I’, el famoso general Sebastiani, del que Barrios Rozúa realiza una interesante semblanza desde su nacimiento en 1772, su vinculación napoleónica, su estancia en Estambul como embajador ante el Imperio otomano y su incorporación a la Grand Armée que le traería a España y, en concreto, a Granada. Es durante este periodo de ocupación francesa, que abarca prácticamente la mitad del libro, donde las obras de fortificación y las reformas urbanas se desarrollan con mayor énfasis, al tiempo que también se producen las exclaustraciones y cierres de conventos, alimentados por el anticlericalismo revolucionario francés y acompañados de los desgraciados expolios artísticos que debían haber culminado en un Museo granadino ‘que no pasó del papel’. Producto de estas rapiñas será el traslado de parte de las pinturas que Alonso Cano realizó para el convento del Ángel Custodio y que hoy se conservan en el Museo de Castres.

Culmina la estancia francesa con el triste episodio de la voladura de las torres y murallas de la Alhambra. Aquí, El profesor Barrios Rozúa, recupera una cita de la Gazeta de Granada del 25 de septiembre de 1812 que no me resisto a reproducir: ‘El reposo, el silencio, la soledad, los apacibles sueños todo fue interrumpido hacia la media noche. Reservaron para estas horas la explosión de sus minas. Los bramidos continuos de la montaña y de las torres, de donde tantas veces amargaron nuestra existencia, fueron la expresión última del sistema horroroso del terror y dureza que ejercieron sobre nosotros’.

No obstante, también hubo algunas obras en el haber del ‘virreinato’ de Sebastiani. Se abordaron cuestiones fundamentales como la salubridad y el uso de cementerios extramuros en un intento de frenar posibles epidemias, como la fiebre amarilla, que apareció en la bahía de Cádiz. La limpieza de acequias, como las de Aynadamar o la Gorda, esta última con la pretensión de dinamizar económicamente las industrias que precisaban de energía hidráulica. La reglamentación, necesaria aunque represora, de la iluminación nocturna. Y, fundamentalmente, la transformación urbana del Campillo, con el derribo de murallas y la construcción del Teatro Napoleón -que llegó hasta 1966 como Teatro Cervantes- y la reorganización de los Paseos del Genil. A ambos hitos les dedica una sección el autor, al igual que ocurre con los puentes y las mejoras del tráfico. Entre estas últimas un proyecto no realizado pretendía ‘ensanchar el Zacatín para comunicar mejor plaza Nueva con plaza Bibrambla’. Aunque todos estos proyectos y obras fueron hechos con gran rapidez, y arruinaron las arcas de la hacienda local y de los propios vecinos.

Se completa la obra con un capítulo dedicado al efímero periodo constitucional entre 1812 y 1814, en el que sobrevino el absolutismo de Fernando VII y la vuelta de la ciudad al entorno sacralizado propio del Antiguo Régimen. Un intento de volver las cosas a la ‘normalidad’ que ya no sería.

La obra está trufada de noticias curiosas, como los sistemas de financiación del alumbrado al comienzo de la Guerra de Independencia, que se realizaba mediante corridas de toros, impuestos sobre el jabón o incluso la rifa de cerdos. Pero también hay otras interesantes datos contenidos en su lectura, como la identificación de la casa palacio del ministro Miguel José de Azanza en la carrera del Darro o la línea transversal trazada por visitantes franceses e ingleses que van dejando su particular apreciación sobre la ciudad, las maravillas de su paisaje y controvertidas opiniones sobre sus monumentos.

Es, por tanto, una obra muy interesante y oportuna que aborda por primera vez algunos temas relativos al periodo. Un amplio trabajo documental realizado en diversos archivos nacionales, pero también franceses, donde no en vano se guarda parte de nuestra historia, bien por la documentación trasladada con las tropas, bien por ser recipiente de las memorias, bibliotecas, etc. de sus actores principales.

Solamente me queda reseñar que la edición de la Editorial de la Universidad de Granada ha sido muy cuidada, con algunas ilustraciones inéditas -aunque todas en blanco y negro, signo de la época que nos ha tocado vivir- y elegante, como lo es su portada: un fragmento del cuadro La fortaleza de la Alhambra de Roberts al que se le añadido una bandera tricolor en la torre de la Vela. Sutil referencia, del diseñador Lalo Rojas, a la cara y cruz de las diferentes formas de ocupación de una ciudad.

Descargar