TUVE un profesor en Salamanca al que los alumnos lo llamábamos Igitur. Era uno de los mayores especialistas en el mundo de lógica filosófica. Para aquel hombre la Universidad era su vida y su razón de ser. Era -si me permiten el latinajo- lo que se dice un homo universitatis. Se pasó la vida entre aulas, cartapacios, exámenes, investigaciones sesudas y todas las artes de la docencia. Igitur murió, y cuando lo enterraron en el cementerio sonó el Gaudeamus Igitur como nunca hasta aquel momento había sonado en las aulas más nobles de la institución académica.
El otro día me acordé de Igitur cuando los alumnos de la Facultad de Comunicación y Documentación de la UGR ensayaban su ceremonia de graduación. Sin que muchos supieran de qué se trataba, aquellos alumnos con sus bandas -becas, dicen ahora- sobre los hombros escuchaban al coro polifónico entonar el Gaudeamus Igitur mientras los ojos se les llenaban de lágrimas. Las razones por las que los ojos se les llenaban de lágrimas serían muchas y particulares. Tal vez, porque terminaban una etapa de su vida y se avocaban a un futuro no demasiado prometedor. Tal vez, porque se despedían del distrito universitario, del profesorado, de los compañeros y del texto, contexto y pretexto de una etapa que pasa una vez en la vida sin opción de retorno. Tal vez, porque tenían a sus padres engalanados y orgullosos de unos vástagos que habían alcanzado un objetivo vital en plena juventud. Tal vez, finalmente, porque el Gaudeamus Igitur llena los ojos de lágrimas a todos los que no sólo han pasado por la universidad sino que la universidad ha pasado por ellos.
El Gaudeamus Igitur es el himno universitario desde la Edad Media, el lema de la Hermandad de los Estudiantes de Salamanca que se extendió por el mundo con la expansión de la institución académica. Hoy, la mayoría de las universidades europeas lo tienen como himno propio.
Solía decir el profesor Igitur que a pesar de la universalidad del himno, muy pocos saben lo que dicen cuando lo cantan porque si lo supieran, no lo cantarían. Claro que para eso hay saber latín y eso, en estos momentos, no parece ser ya una prioridad para muchos. Por eso y porque la ignorancia es muy atrevida, lo cantan sin saber lo que dicen, como cuando hablamos sin saber lo que decimos o cuando decimos cosas sin saber lo que significan. Al final, uno llega a la conclusión de que todavía quedan instituciones como la universitaria que saben cómo llenar los ojos de lágrimas en un día, como el de hoy, en el que se elige rector.