Falacias y enredos
EL rigor intelectual y las buenas maneras se van desmoronando sin remedio en los ambientes culturales granadinos. No sólo se tergiversan y manipulan los acontecimientos históricos, las datos cronológicos o las cifras contables, sino que todo ello se ejecuta al amparo de algunas instituciones (no sólo universitarias) que, olvidando su perfil cívico originario, parecen (desde hace un tiempo) definitivamente comprometidas con la falacia o el enredo, el rencor o la inquina.
Y no debería bastar con aludir a la libertad de expresión para justificar la presencia en un aula universitaria de Granada de una voz que insulta, condena, excluye, recrimina, reprueba o reprende y, sobre todo, fabula. Se supone que un espacio académico tendría que elegir a sus ponentes invitados con criterios objetivos: por su capacidad investigadora, sus méritos intelectuales, sus aportaciones contrastadas, sus publicaciones solventes o su bibliografía especializada. En un foro universitario (foro de expertos) no debería tomar la palabra cualquiera. Entenderlo de otro modo podría llevarnos a que para hablar sobre la prevención del SIDA, la Universidad de Granada invitara al cardenal Rouco Varela; que para conmemorar el nacimiento de Darwin se contara con la presencia de aquellos seudocientíficos (evangelistas) que defienden la creación del mundo en siete días; o que para analizar el derecho a morir dignamente, la Facultad de Derecho incluyera en su plantel de autoridades en la materia al obispo Cañizares.
Así que no es comprensible que para celebrar (con un año de retraso) el LXXX aniversario de la publicación del Romancero gitano, la Universidad de Granada invite a alguien que anatematiza, excomulga y pontifica. Y eso sin contar con la repugnante categorización que, entre los fusilados por la insurrección militar española de 1936, se estableció en ese acto infame del pasado miércoles: sólo algunos obispos españoles se habían atrevido a tanto. Y la comparación no es casual o exagerada, todo pensamiento único (independientemente de la salud mental de sus portavoces ocasionales) se articula alrededor de una misma sintaxis excluyente o totalitaria: superstición y dogma, delirios de grandeza, axioma, tautología y, lo que es más grave, menosprecio humillante del \’otro\’.
La cultura granadina no atraviesa sus mejores momentos: el Centro Guerrero corre serio peligro, un catedrático de Literatura Española ha sido condenado por decir en voz alta lo que pensamos muchos y alguien se mofa de la obra y la figura de Federico García Lorca en un aula de la Universidad de Granada que lleva su mismo nombre.
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