María Ocaña apura sus últimos días en Rouen (Francia) antes de regresar a casa por Navidad. Estudiante de Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada (UGR), tuvo claro desde el principio que, en una titulación como la suya, era «imprescindible vivir al menos un año en el país donde se habla la lengua que estudias». No fue el único motivo que impulsó a esta alumna de la UGR a hacer las maletas. «Por supuesto, la actual situación de España también me animó a tomar la decisión», reconoce.
Después de más de tres meses fuera de casa, califica la experiencia en Francia como «inmejorable», a pesar del «susto que nos dio Wert hace un mes», en referencia a decisión -rectificada- de dejar sin ayuda a aquellos que no hubieran sido beneficiarios el curso anterior de una beca general. «Ese momento también nos sirvió para demostrar que estamos unidos y no estamos dispuestos a permitir que jueguen con nuestra educación». En este sentido, María Ocaña indica que «al margen de esa imagen de fiesta continua que la mayoría asocia con la Erasmus, los que de verdad la estamos disfrutando sabemos que es una verdadera puerta hacia el futuro. No solo mejoras tu nivel en lenguas extranjeras, sino que conoces a gente de todo el mundo y aprendes a vivir solo y lejos de tu familia, te hace madurar. Todo esto la está convirtiendo en el mejor y más enriquecedor año de mi vida».
¿Es todo positivo? «Es una experiencia bastante cara, la verdad, de ahí nuestro enfado ante la supresión de las becas», critica. «Solo el alojamiento son 400 euros al mes, después 20 euros por el teléfono móvil, otros 25 para transporte, etc. Además la comida es bastante más cara aquí, en especial la carne, por lo que si quieres llevar una dieta más o menos equilibrada (es decir, no comer pasta un día sí y otro también) tienes que convertirte en todo un experto en las finanzas».