ARA un país que, como España, tiene a dos ciudadanos secuestrados por el terrorismo islámico, el asesinato por decapitación del rehén francés Michel Germaneau a manos de la rama magrebí de Al Qaeda es una noticia doblemente trágica. Pocos días antes se había intentado su rescate pero la operación falló y los terroristas han vengado con este crimen la muerte sus seis correligionarios que cayeron en la refriega. Ahora Francia, con todo derecho, anuncia una respuesta contundente; y las autoridades españolas temen que ello pueda poner en aún mayor peligro la vida de los dos rehenes españoles que llevan ocho meses en manos de estos terroristas, que ya en junio de 2009 asesinaron al rehén británico Edwin Dyer.
«Esta muerte en condiciones trágicas avisa que nos las tenemos que ver con quienes no tienen ningún respeto por la vida humana -ha dicho Sarkozy-. Han asesinado a sangre fría a una persona de 78 años y enferma, a la que se han negado a facilitar los medicamentos que necesitaba». Nada nuevo. Que el terrorismo islamista es hoy el más despiadado y salvaje peligro que acecha a todo el mundo lo saben bien los neoyorquinos, los madrileños, los londinenses, los pakistaníes, los balineses o los saudíes. Lo difícil es diseñar una estrategia de defensa contra unas fuerzas dispersas y alentadas por un fanatismo que están contagiando a millones de personas aprovechando su ira y su miseria.
Pero no es únicamente explotando la desesperación como las diversas ramas del fundamentalismo islamista captan sus adeptos. Jóvenes nacidos y educados en occidente, pertenecientes a clases medias, han sido reclutados y han participado en las peores acciones terroristas. Como señala el profesor Miguel Ángel Cano Paños (Universidad de Granada) en su artículo Perfiles de autor del terrorismo islamista en Europa, «en lugar de sujetos individualizables (…) el terrorismo trasnacional de inspiración yihadista aglutina bajo una comunidad de soldados universales de Allah a un número considerable de sujetos anónimos, con un distinto trasfondo nacional, étnico, cultural social o lingüístico». Así, apunta el profesor Cano Paños, los autores del 11-S eran jóvenes procedentes de países árabes que se habían trasladado a Alemania para cursar estudios universitarios, los del 7-J londinense eran acomodados jóvenes británicos de segunda generación procedentes de Pakistán y Jamaica y los del 11-M en Madrid eran individuos de primera generación procedentes del Zagreb que residían sin conflicto en España desde hacía años. Cómo se luche contra este enemigo a la vez disperso e infiltrado es el mayor reto de todas las democracias del mundo.