Un agujero de 2,80 de largo por 1,60 de ancho ofrece multitud de posibilidades literarias. En este espacio desarrolla el escritor soriano y profesor de la UGR Manuel Villar Raso su última novela, El zulo de los elegidos, donde explora los sentimientos de un secuestrado por ETA a lo largo de 265 días.
-El protagonista de su novela se llama Santos Rivera, aunque en realidad se trata de Emiliano Revilla, el empresario secuestrado por ETA en los ochenta. ¿Por qué?
-Es un un vecino al que todos consideramos un héroe, sacó al pueblo de la miseria, montó industrias y llegó a a ser uno de los grandes capitales del país. Pero un día lo cogió ETA y lo metió en un zulo. Cuando salió del zulo le pregunté si alguna vez me contaría sus experiencias como secuestrado, pero me dijo que no iba a decir absolutamente nada. En un viaje por Brasil con Rafael Guillén estuvimos en Santos, me gustó el nombre y así llamé al personaje, Santos Rivera. Para mí es importante crearme un alter ego y que sea él quien cuente la novela. Santos Rivera me ha ido contando todas sus experiencias en el zulo de 2,80 de largo por 1,60 de ancho, donde estuvo retenido 265 días.
-¿Ha llegado a compartir la agonía de Santos Rivera durante el proceso de escritura?
-Es lo bueno de crearse un alter ego, que a la larga eres tú mismo, sientes como él. Para no volverse loco comenzó a pasear de un lado a otro del zulo, hasta que reventaba. Incluso se largaba a los montes de su tierra con la imaginación. En la novela, de vez en cuando sale del zulo y se recrea por los sitios de su niñez e incluso hace largas caminatas por San Sebastián o Bilbao. Son formas de no volverse loco. Otra manera para mantener la cordura fue pedir papel y lápiz a sus secuestradores porque a él siempre le gustó hacer los diseños de sus fábricas y de los anuncios de su empresa. Empieza a dibujar series de monos, corbatas, dibuja los caprichos de Goya, incluso crea un toro gigantesco con los ojos de los terroristas, que es lo único que vio de ellos porque durante todos los días del secuestro iban encapuchados.
-Santos Rivera mantiene una relación cordial pero distante con sus secuestradores, sin atisbo de Síndrome de Estocolmo.
-Una relación cordial hasta cierto punto porque descubre que ellos lo que quieren es su dinero, lo que le hace ver que su vida no corre peligro, aunque al final sí que se pone la cosa negrísima cuando no consiguen el dinero de la forma que quieren, y están a punto de matarlo. Incluso podía pasarse un par de días sin luz ni agua en el zulo.
-¿Le ha gustado el libro a Emiliano Revilla?
-No lo sé, aunque sí sé que a mi pueblo han llevado ejemplares. Creo que es un hombre que no lee, aunque seguro que le han contado lo que digo en el libro.
-¿No se planteó Revilla en ningún momento publicar en primera persona sus experiencias?
-Él llegó a escribir hasta 200 folios y un día se lo quitaron los terroristas. Realmente, los personajes que tenía en el zulo estaban exentos de la más mínima humanidad, incluso votan si matarlo o no cuando no reciben el dinero de la forma que ellos piden. Cuando salió del zulo hizo una gran exposición en el pueblo con cerca de 100 cuadros, esto en un hombre que no había pintado nunca y que no tenía más estudios que los elementales. Y los cuadros merecían mucho la pena, especialmente los inspirados en Goya.
-Desde la novela de Juan Madrid ‘Días contados’ hay una corriente de intentar meterse en la piel de los terroristas, de ver cuáles son sus motivaciones. ¿Lo ha intentado usted?
-El protagonista los analiza, les pregunta sobre la muerte y el terror, discute con ellos, y a través de esto sale la psicología de los captores. Descubre que no tienen ningún empacho en asesinar. Uno de ellos, al recordar uno de sus crímenes, lo que se echa en cara es que mató a un concejal de dos tiros en la nuca, cuando a él lo que hubiera gustado es matarlo de frente para que hubiese sabido lo que es realmente morir. Analiza a los captores, gente que piensa que el País Vasco es su patria y hay que salvarla. Cuando les pregunta a los etarras por qué asesinan responden que más se mató en la guerra y más ha matado el régimen.
-El tema etarra ya lo trató en 1980 en el libro ‘Comandos vascos’. ¿Sigue dando respeto escribir sobre los terroristas?
-Cuando publiqué este libro ya estaba de profesor en la Universidad de Granada y tenía muchos alumnos vascos. Cuando terminó el curso vino una chica a verme, se llamaba Blanca. Me dijo que durante el curso habían discutido sobre qué hacer conmigo y que al final habían decidido no hacerme nada. Claro, a mí me entró un tembleque… El escritor debe salir de su zulo para retratar la situación del país.