José Guerrero fue un pintor del color por excelencia. Prefería especialmente el azul y el rojo porque uno le recordaba a las muñequillas de azulillo que su madre utilizaba para teñir la ropa y el otro a la tierra en la que había crecido. El poder que emanan sus cuadros no sólo residía en la fuerza de sus tonos. Recientemente, la profesora de la Facultad de Bellas Artes Carmen Bellido ha presentado la Tesis Doctoral Estudio conservacional y análisis material de obras de arte contemporáneo. Un caso experimental: colección del Centro José Guerrero, dirigida por el doctor Jorge Alberto Durán, y presentada en el Departamento de Escultura de la Universidad de Granada, que ha contado con la colaboración del Centro José Guerrero-Diputación de Granada.
Se trata de la primera tesis dedicada al estudio conservacional de la colección del centro museístico granadino, que pone de manifiesto cuál ha sido la evolución de las obras que la forman desde que pasaron a formar parte de ella, las características propias de su color y sus condiciones actuales de conservación y exposición.
En este trabajo, la experta revela cómo hay colores en la obra del pintor que permanecen ocultos al ojo del común de los mortales. Así, donde el espectador ve sólo rojo, blanco y negro, hay toda una amalgama de colores, «más numerosa en la transición entre manchas». Sucede, por ejemplo, en el caso del cuadro Oferta con rojo (en la imagen de la página), donde matices de colores morados, rosas, celestes y verdes campan a sus anchas por el cuadro sin que nadie sea consciente. Pareciera que, en esa pasión que Guerrero sentía por el color, hubiera desarrollado un lenguaje secreto que sólo entendieran su obra y él.
Era particular la forma en la que el artista repartía en diferentes cuencos la pintura para mezclarla, aún húmeda, sobre el lienzo. Gracias a Bellido, esos ‘otros’ colores reaparecen ahora: «Se ha obtenido el ADN cromático de las obras de José Guerrero». Se trata de las características propias de los parámetros de color utilizado en sus obras. Ahora se conocen científicamente los componentes cromáticos utilizados por Guerrero en sus cuadros, lo que permite una mayor aproximación a su estudio artístico y conservacional. Bellido, una auténtica entusiasta de la obra de Guerrero, ha trabajado cuatro años en su pintura. La publicación de su investigación -en plena vigencia dado que este año se celebra el décimo aniversario de la apertura del Centro en Granada- supone no sólo un análisis pormenorizado y de rigor científico sobre las cualidades pictóricas y la calidad creativa del pintor granadino, sino un importante avance en su futura conservación. Permanecerán ya por siempre registrados todos los componentes cromáticos de cada una de las obras, algo muy útil para posibles restauraciones.
Precisamente por ello, el pasado día 7 de julio obtuvo el título de Doctora Europea por la Universidad de Granada, tras la exposición y defensa del trabajo, donde el Tribunal evaluador acordó concederle la calificación de Sobresaliente Cum Laude.
Once son las obras que ha estudiado Bellido con ensayos técnicos. Se trata de óleos sobre lienzo pertenecientes a la colección del Centro José Guerrero que son representativos del complejo espectro pictórico del artista, desde su etapa madrileña a la neoyorquina pasando por la que desarrolló en París. Así, se recogen todas ellas en Autorretrato (1950), Albaicín (1962), Black Ascending (1962-63), Solitarios (1971), Intervalos negros (1971), Solitarios (1972), Lateral negro (1974), Lateral (1974), Litoral (1979), Oferta con rojo (1988) y Azul añil (1989).
Bellido las ha estudiado a fondo con una metodología en la que usó siempre métodos no destructivos que no alteraban las obras y daban como resultado medidas exhaustivas de colorimetría y temperatura de superficie en exposición, además de hacer registros ambientales en las salas expositivas, gracias a herramientas científicas de análisis pertenecientes a la Universidad de Granada (Centro de Instrumentación Científica) y del propio Centro Guerrero -a donde acudía para hacer las mediciones en horario de cierre o durante la rotación expositiva de las obras-, contando siempre con la colaboración del personal de la institución, que ha sido fundamental en la fase experimental del trabajo. De este modo la profesora ha obtenido un importante número de muestras de cada uno de los cuadros, que varían según su tamaño. Desde las 42 muestras que recogió en Autorretrato a las 551 que hizo en Intervalos negros.
La metodología consistía en un complejo proceso de medición con instrumentos científicos sobre cada cuadro, para el que la Doctora dividía la pintura en una malla cuadriculada de 10 centímetros de lado, usando un particular metro de tela construido por ella- que evitaba los daños por rozaduras- para localizar los puntos exactos de registro. A partir de ahí, los cuadros eran medidos atendiendo a ambos factores: temperatura de superficie y color. Con este sistema se obtenía un mapa de cada obra donde se podía leer la variabilidad de la intensidad del color (isocromas) – con sus niveles de tono, saturación y luminosidad- y la temperatura de superficie en exposición (isotermas).
«Los cuadros», concluye Bellido, «son más ricos cromáticamente en la zona de transición entre las manchas». Esto quiere decir que, por ejemplo, José Guerrero no pasaba del negro al rojo «bruscamente, sino que aparecen en esa transición de uno a otro grises, rosas…». El diagrama de color ofrece, en ocasiones, hasta seis tonos diferentes cuando el ojo humano sólo ve dos.
La tesis de Bellido profundiza y enriquece más, si cabe, la multitud de matices que posee la obra de Guerrero, un autor que concedía a los colores un significado que iba más allá. Cada uno de ellos tenía una especial simbología, tal y como le confesaba el artista a Javier Ortuño en Conversación con José Guerrero, con motivo de una exposición en 1980: el azul era su infancia; el añil, los zócalos de su tierra andaluza y las muñequillas de azulillo que hacía su madre para teñir la ropa; el rojo era la almagra obtenida de la tierra en estado natural, usado como colorante en pinturas; el negro era el color de la tragedia, el color de los colores; el amarillo y el verde eran el campo y la vegetación de sus paseos campestres; el blanco era la propia Andalucía, sus casas y luminosidad; los malvas y violetas los asociaba a las frutas (el higo chumbo y la breva); el ocre era la tierra en la que jugó; los grises eran los montes de Andalucía, especialmente los de Sierra Nevada.
Carmen Bellido y Jorge Durán publicarán los resultados de esta investigación en colaboración con la Universidad de Granada, el Centro José Guerrero y la Diputación de Granada, que constituirán un actualizado manual de conservación de arte contemporáneo, cuya base experimental será la propia colección del Centro José Guerrero.