EL pasado día 18 de mayo fallecía el excelentísimo señor don Eduardo Roca Roca, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada, profesor emérito que fue de esta Universidad y presidente de honor del Instituto de Academias de Andalucía.
Aparte su ilustre trayectoria profesional, con innumerables honores y distinciones, Eduardo Roca ha sido mi maestro y padrino en la docencia, en la investigación y en todas y cada una de las complejas enseñanzas que el Derecho Administrativo comporta, un verdadero padre para mí, que siempre ha estado pendiente y orgulloso de todas mis actividades profesionales, de las que en todo momento ha sido partícipe directo.
Pero no sólo se nos ha ido el excelente profesor, investigador y gran jurista, tan querido y respetado por todos -recuerdo con emoción el día en que le impusieron la Gran Cruz Distinguida de Primera Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort al Mérito en el Derecho, concedida por Real Decreto de 14 de enero de 2000-, se nos ha ido un auténtico hombre del Renacimiento, que, con espléndida inteligencia y soberbia pluma, ha sabido plasmar en sus innumerables obras toda su sabiduría, exquisitez y finura como escritor tanto de prosa como de poesía, escrita con una elegancia y distinción heredada del mismísimo Petrarca o de la Grecia y Roma clásicas de Ovidio y Homero. Sin olvidar su pasión por Pérez Galdós, al que le dedicó su libro Sociedad y Derecho en Pérez Galdós, que magistralmente plasma un diálogo entre el lector y el autor, entre la vida vivida por Galdós y la vida que ahora vivimos.
Humanista clásico, gran conocedor del Arte, de la Historia, de la Literatura, en definitiva, de la Cultura con mayúsculas, cuántas veces hemos paseado por las calles de nuestra Granada y he podido impregnarme de sus enormes conocimientos sobre la historia y arquitectura de esta bella ciudad, que le acogió allá por los años cuarenta, cuando estudiaba en los Hermanos Maristas. Sabedor de cuantos secretos esconde la simbología de la Alhambra, el Hospital Real, la Real Chancillería, o el Monasterio de San Jerónimo…, en fin, ejemplo probatorio de la existencia de un refinado granadinismo ilustrado.
Culto sobremanera y caballero de gran cortesía y delicadeza, su dolorosa pérdida, su irrecuperable ausencia, no sólo deja un vacío irreparable para sus familiares y amigos, sino también para su familia universitaria y para la propia ciudad de Granada, que durante años se ha enriquecido con sus excelentes aportaciones tanto jurídicas y como culturales.
En un fragmento de su libro El hombre del cuadro y otros relatos decía: «Me contaron que todas las primaveras colocan en el jarrón un gran ramo de rosas rojas, haciendo una fiesta de aniversario para agradecer a la Providencia aquel acontecimiento y rogar por el descanso eterno de aquel hombre de piel dorada y ojos azules que les hizo aquel regalo», regalo como el que hemos tenido el privilegio de disfrutar quienes le hemos conocido, admirado y querido. Espero que su espíritu pueda recoger este sentimiento y pervivir en su gran legado de auténtico caballero del Renacimiento.